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"¡Viva el vino! Un oficial borracho me dejó pasar a su país con la visa caducada"
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Fran Pardo

'Cruzar África en moto'

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"¡Viva el vino! Un oficial borracho me dejó pasar a su país con la visa caducada"

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Restan todavía 4.500 kilómetros para que termine la aventura pero cruzar el Río Congo y pisar Kinshasa significa iniciar una cuenta atrás para regresar a Comillas y recibir el premio deseado: el abrazo de Fran Pardo Jr en la tranquilidad que proporcionan las orillas del Cantábrico, mucho mejor que las del Río Congo… Me quejaba de Brazaville, su mafia y corrupción para cruzar al otro lado del río pero, amigos, eso era el paraíso comparado con Kinshasa. ¡Quién no ha soñado con dormir a las orillas del Río Congo! Me llevó horas continuar mi camino en este punto para no tener que bajarme los pantalones, los calzoncillos y pagar los 100 dólares que me pedían. Me negué y me inmovilizaron la moto. Les advertí que no me movería del puerto sin ella y que allí dormiría. No se lo creían hasta que tuvieron que buscarme un sitio para montar la tienda cerca de mi Lydia II. ‘White Man’ –mi mote- tuvo el detalle de dar una atracción diferente a los currantes del puerto. Por la mañana, en la frontera, regresaron al ataque pero con cara de derrotados, así que en tres horas les tenía ventilados y pagando 15 dólares para continuar.

La información que tengo de la caótica Kinshasa es que el turista tiene muchas papeletas de que le atraquen, así que decidí cruzarlo con todas las precauciones y sin salirme de la ruta hasta la localidad de Matadi. Son 400 kilómetros sin un solo llano, todo colinas cruzando pueblos con curvas, subidas y bajadas. Al llegar a Matadi y su puerto la sensación es extraña porque, rodeado de montes, sus habitantes se divisan como hormigas correteando por ellas. Así fluye la vida en esta parte del planeta, un ir y venir constante también por los canales que existen. Cualquier camino es válido para desplazarse de un lugar a otro. Mi pregunta es, ¿tantas cosas tienen que hacer los habitantes? Sí.

Noche en Matadi para la mañana siguiente ‘atacar’ la embajada de Angola: me toca el ‘Gordo’ porque el cónsul no está. Qué raro. De mayor quiero ser cónsul. Mi agotamiento invoca el deseo de esperar descansando para cargar las pilas. Relax en mi bonita estancia en Matadi. Tras el descanso del guerrero me presenté con algo de tembleque en la frontera porque la visa la tenía caducada por dos días… y en lugar de que me sacasen los ojos en la embajada, me arriesgué y lo que me encontré fue un oficial que llevaba una tajada de competición. Así que el hombre no estaba para descifrar la fecha. ¡Fácil!

Durmiendo en el jardín del jefe de emigración

El no perdonar un buen plato de alubias rojas en Matadi me costó llegar tarde a la frontera y aunque (el borracho de) emigración me selló mi pasaporte, aduanas debía darme un papel con una tasa. Y aduanas ya estaba vacía. Así que como le he cogido gusto a estos ambientes extraños, les pregunto si me dejan acampar en la frontera y me comunican que sin problema… hasta que un militar me indica que el jefe de emigración me ha invitado a dormir en el jardín de su casa y cuando llego me invita a tomar una copa de vino. Acepto, por su puesto.

Con el regusto de vino del día anterior, mi camino hasta Luanda es sencillo por la agradable carretera por la que transito. Me advirtieron que Luanda era una de las ciudades más caras del mundo y doy fe que por una pensión mala he pagado casi 25 euros. De lo demás no opino porque ni he querido comprobarlo. A estas alturas el presupuesto está más que temblando (esto con Montoro no pasaba) y debo cumplir mi próximo objetivo Namibia.

Restan todavía 4.500 kilómetros para que termine la aventura pero cruzar el Río Congo y pisar Kinshasa significa iniciar una cuenta atrás para regresar a Comillas y recibir el premio deseado: el abrazo de Fran Pardo Jr en la tranquilidad que proporcionan las orillas del Cantábrico, mucho mejor que las del Río Congo… Me quejaba de Brazaville, su mafia y corrupción para cruzar al otro lado del río pero, amigos, eso era el paraíso comparado con Kinshasa. ¡Quién no ha soñado con dormir a las orillas del Río Congo! Me llevó horas continuar mi camino en este punto para no tener que bajarme los pantalones, los calzoncillos y pagar los 100 dólares que me pedían. Me negué y me inmovilizaron la moto. Les advertí que no me movería del puerto sin ella y que allí dormiría. No se lo creían hasta que tuvieron que buscarme un sitio para montar la tienda cerca de mi Lydia II. ‘White Man’ –mi mote- tuvo el detalle de dar una atracción diferente a los currantes del puerto. Por la mañana, en la frontera, regresaron al ataque pero con cara de derrotados, así que en tres horas les tenía ventilados y pagando 15 dólares para continuar.

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