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Cruce de caminos en Mónaco: Fernando mide al Atlético y Óliver 'niega' al Chelsea
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Antonio Sanz

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Cruce de caminos en Mónaco: Fernando mide al Atlético y Óliver 'niega' al Chelsea

Fernando no imaginaba la noche del nueve de mayo que la enorme alegría que recorría su cuerpo sufriría un aumento mayor de felicidad diez días después.

Foto: Cruce de caminos en Mónaco: Fernando mide al Atlético y Óliver 'niega' al Chelsea
Cruce de caminos en Mónaco: Fernando mide al Atlético y Óliver 'niega' al Chelsea

Fernando no imaginaba la noche del nueve de mayo que la enorme alegría que recorría su cuerpo sufriría un aumento mayor de felicidad diez días después. Entonces, y de inmediato, no cayó en el encuentro de Mónaco con la disputa de la Supercopa de Europa. Tras proclamarse vencedor de la Liga de Campeones, una súbita imagen se apresó de su cerebro entre jolgorio y regocijo: en agosto esperaba por fin un duelo ante el Atlético de Madrid. Hasta en cuatro ocasiones cuando vestía ‘red’, el club que lo formó se atravesó en su camino, pero dos lesiones, muscular una y articular la otra, frenaron su presencia en cualquiera de los cuatro duelos que se disputaron. Torres admite con naturalidad que el mejor plan es irse a la cama a una temprana hora -las nueve menos cuarto si es factible-, dormir a pierna suelta y madrugar para leer las crónicas del que será el partido más especial que va a jugar hasta ahora. Nunca antes enfrentó la cabeza al corazón, entre otras cosas porque siempre adelantó lo último a lo primero. Pero alguna vez tenía que pasar, y nada mejor que con un trofeo en juego. La mirada de Torres se dirigirá a la grada. Nada le preocupa de lo que suceda en la hierba porque en el césped se batirá como un deportista. Sin embargo, la reacción de aquellos que tantas y tantas tardes lo loaron puede sufrir un rasguño, un desencanto o un desencuentro en una inmejorable relación. Si Fernando decanta la Copa, muchos, la mayoría, lo entenderán. Otros lo mandarán al cuarto de los desheredados.


El Atleti no se embolsó un euro del histórico traspaso del Liverpool FC al Chelsea. No pudo rascar ni la formación ni la solidaridad. Eso sí, tres años y medio antes se había embuchado treinta y seis millones de euros, aunque no todos los millones en efectivo porque como parte del pago -tres-se incluyeron los derechos de Luis García. Pero antes de considerarse futbolista ‘blue’, tras una negociación rocambolesca por la cantidad de inconvenientes que improvisaban  los hoy despedidos -Comolli y Dalglish- dirigentes del Liverpool FC, el Atlético tuvo que finiquitar la operación. Una de las cláusulas que se guardaron los rojiblancos en julio de 2007 fue un derecho de tanteo para recuperar al delantero. Sin ese documento acreditando la renuncia, el traspaso era inviable. El buen humor de Gil Marín relajó la que se pensó era última zancadilla de los despachos de Anfield. Tras varios mensajes sin contestar, se anunció a Fernando que era precisa una llamada a Madrid. El dueño respondió con ironía cuando se le comunicó: “¿quieres igualar la oferta del Chelsea? Son cincuenta millones de libras, más de la mitad en un pago al contado mañana a primera hora”. Un escueto ‘me lo voy a pensar’ se convirtió segundos después, y tras un silencio de parte, en una felicitación sincera y en la celeridad para enviar el escrito definitivo. Ese fue el último papel que se adjuntó en la transacción futbolística más importante en la historia del fútbol británico.


Fernando Torres preparará el envite muy diferente a cómo lo hará Oliver Torres, que se ha quedado fuera porque la normativa impidió su inscripción en la UEFA. No le viene mal el descanso al joven extremeño después de la presión acumulada en estas semanas dónde su irrupción futbolística, acompañada de la mediática, le ha convertido en la referencia de la cantera. Porque si Falcao lleva la bandera, el chico ya porta el escudo. Y es que desde la tribuna se confía con inmediatez en la escasez de chavales que se asoman a la elite. La gran mayoría ocupan un tránsito fugaz entre los elegidos; los menos mantienen una lucha personal para hacerse un hueco y disimular el orgullo de haber alcanzado la cima; los únicos son aquellos que se apoderan de un lugar en la retina de la gente. Fernando se convirtió en único, como antes López y Aguilera o después De Gea. Oliver se acaba de mostrar, pero él, pese a su juventud, también tuvo su pequeña historia con el Chelsea.

 
En la pasada temporada Oliver militó en el juvenil que dirigió, hasta hacer campeón, Óscar Mena. En esta categoría comenzó a dejar con la boca abierta a muchos observadores de fútbol no profesional. El Atleti era consciente del diamante en bruto de su cantera y de la codicia que levantaba jornada tras jornada. Uno de aquellos ojeadores, con apetito económico porque la comisión preside buena parte de sus vías de ingresos, organizó con el agente del jugador una reunión en Inglaterra con máxima discreción. El joven representante se acompañó de un abogado. Los dos se presentaron en las instalaciones de ‘Training Ground’ del Chelsea, al suroeste de Londres. Allí los atendió la dirección deportiva y allí sellaron el traslado de Oliver a la Premier, previo paso por el reserva (filial) ‘blue’. El precio de la operación, simple: un millón de euros costaba cambiar de residencia. Cuando el Atleti se vio amenazado, la cifra que se le inquirió al agente fue de seis millones, porque desde el uno de julio el bisoño rojiblanco ocupaba ficha con el equipo ‘B’ y la cantidad de la cláusula aumentaba. Daba igual. Gil Marín temía por su joven estrella y decidió romper relaciones con los ingleses con un primer damnificado: Courtais. Se suspendía de inmediato la cesión del portero belga. La voracidad del Chelsea frenó al tiempo que Oliver mejoró su contrato, mientras el meta cumplirá su periodo de formación previsto en Madrid.


El último que ingresó en esta agenda de ida y vuelta es Radamel Falcao. Desde hace meses se especuló con su llegada a Stamford Bridge. El ofrecimiento a Abramovich ha sido permanente, pero el magnate ruso fue asesorado con el siguiente consejo: “Si quieres tener a Fernando enchufado hazle sentir importante”. Roman, que está enamorado del juego del madrileño desde sus tiempos en Anfield, se encomendó sin dudar a Torres, firmó jugadores complementarios al español y lo arropó desde la segunda línea -Hazard, Marin, Oscar, Moses-. Falcao probablemente acabe en Londres o en la Premier, pero será cuando Torres diga basta.

Fernando no imaginaba la noche del nueve de mayo que la enorme alegría que recorría su cuerpo sufriría un aumento mayor de felicidad diez días después. Entonces, y de inmediato, no cayó en el encuentro de Mónaco con la disputa de la Supercopa de Europa. Tras proclamarse vencedor de la Liga de Campeones, una súbita imagen se apresó de su cerebro entre jolgorio y regocijo: en agosto esperaba por fin un duelo ante el Atlético de Madrid. Hasta en cuatro ocasiones cuando vestía ‘red’, el club que lo formó se atravesó en su camino, pero dos lesiones, muscular una y articular la otra, frenaron su presencia en cualquiera de los cuatro duelos que se disputaron. Torres admite con naturalidad que el mejor plan es irse a la cama a una temprana hora -las nueve menos cuarto si es factible-, dormir a pierna suelta y madrugar para leer las crónicas del que será el partido más especial que va a jugar hasta ahora. Nunca antes enfrentó la cabeza al corazón, entre otras cosas porque siempre adelantó lo último a lo primero. Pero alguna vez tenía que pasar, y nada mejor que con un trofeo en juego. La mirada de Torres se dirigirá a la grada. Nada le preocupa de lo que suceda en la hierba porque en el césped se batirá como un deportista. Sin embargo, la reacción de aquellos que tantas y tantas tardes lo loaron puede sufrir un rasguño, un desencanto o un desencuentro en una inmejorable relación. Si Fernando decanta la Copa, muchos, la mayoría, lo entenderán. Otros lo mandarán al cuarto de los desheredados.