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La presión del palco puede con un Llorente que destrozó su plan a la primera curva
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Antonio Sanz

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La presión del palco puede con un Llorente que destrozó su plan a la primera curva

Braulio Vázquez analiza en la soledad del despacho de director deportivo del Valencia CF la tabla de clasificación de la Liga: Real Valladolid, séptimo con 21

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La presión del palco puede con un Llorente que destrozó su plan a la primera curva

Braulio Vázquez analiza en la soledad del despacho de director deportivo del Valencia CF la tabla de clasificación de la Liga: Real Valladolid, séptimo con 21 puntos; su club, duodécimo, con 18. No puede evitar pensar que en junio planteó para entrenador el nombre de Miroslav Djukic. No le hicieron caso. Entonces, el ex jugador che peleaba por ascender a Primera División, en un caso idéntico al que ocurrió en el verano de 2001 cuando sí concedieron la alternativa a Rafa Benítez tras tocar techo en Tenerife. El ejecutivo gallego realzaba los valores de firme carácter y aguda personalidad y los síntomas deportivos de fútbol alegre y cadencia ofensiva que siempre han acompañado a los equipos del serbio. Lo que Djukic propone encajaría, según su criterio, como un guante en Mestalla. Sin embargo, el plan y la posterior apuesta del presidente transitaban por otro vericueto.

Manuel Llorente se prendó del trabajo de Mauricio Pochettino en Barcelona. Curioso, el hoy despedido técnico del Espanyol contaba con el perfil que estimaba idóneo el presidente: hombre recto y de discurso medido, con complaciente historial deportivo, con acierto en su etapa en el banquillo blanquiazul y con un estilo de juego vistoso y gustoso para la grada. No obstante, la dificultad que entrañaba el traslado frenó en seco cualquier opción de cambio. ¿Y por qué no crear en Valencia su propio Guardiola, Pochettino o Simeone?, se deslizó en la mente del dirigente. Y encontró a quien creyó convertir en el entrenador del futuro. Buscaba alguien joven, conocedor de la casa y con rasgos de compromiso creíbles para la afición. Un viejo conocido se convirtió en el candidato idóneo: Mauricio Pellegrino. Es verdad que no disponía de currículum en el banquillo, más allá de su colaboración con Benítez, pero tampoco Guardiola o Pochettino habían entrenado antes en la élite. Es más, la relación entre ambos era excelente del periodo en que coincidieron como director general y futbolista. El riesgo era asumible y el argentino firmaba con el Valencia CF.

Nadie esperaba en Mestalla un arranque tan dispar. Se entendía como corregible las dos caras demostradas por el equipo: líquida en casa y gaseosa de visitante, hasta que la imagen pusilánime que se ofreció frente a la Real Sociedad hizo estallar la caja de los truenos. Con todo, el ciclo no caminaba áspero: clasificados con holgura para los octavos de final de la Liga de Campeones y sin errores en la Copa. Pero la silla de Pellegrino no peligró hasta que el conflicto se trasladó al palco. Mientras la bronca señalaba al vestuario se vivía sin sobresaltos. Cuando el objetivo cambio y la dirección fue el consejo de administración, con efecto directo a Llorente, el contra efecto resultó prescindir del plan que con tanto agrado se diseñó en verano. A la primera curva, a la cuneta.  

El triste desenlace, con goleada a cuestas, pilló con el pie cambiado a los directivos. En un primer momento se trató de mantener la calma, pero el retrovisor ofreció la secuencia de Málaga. De nada servía lo visto ante el Bayern. Pesaba más la pobre transición liguera donde se acentuaban los errores defensivos, la escasa solidez como bloque y una dinámica zigzagueante. Con este argumentario, Llorente enfrió su calentón y despidió al técnico, que se quedó a gusto criticando la nula valentía de su, hasta instantes previos, amigo. El mandamás resolvió entregar a la gente la cabeza de Pellegrino para salvar la suya propia. Braulio había considerado ya el relevo: Valverde. Pero no todos opinaban lo mismo. La división, moneda común en la sociedad, estaba servida porque parte del consejo de administración apostaba por la figura de Luis Aragonés, de grato recuerdo en la ciudad y en el club por quien siente debilidad el ex presidente Pedro Cortés, su verdadero valedor. Pero ni Llorente ni Braulio estaban por la labor, aunque sí aceptaron que recorriera el nombre por los medios de comunicación al tiempo que ellos aceleraban con el elegido.

Ernesto Valverde, de nacimiento extremeño aunque de familia emigrante al País Vasco en  la sombría década española de los años 60, recorrió Euskadi y Cataluña como profesional del fútbol. Se ideó como entrenador en esa inagotable cantera del Dream Team a la sombra de Cruyff. De aquella estela hoy son técnicos Eusebio, Milla, Bakero, Unzué, Carrasco, Urbano, Sergi, Koeman, Laudrup u Onésimo, entre otros, además de directores deportivos, Zubizarreta y Beguiristain, o responsables de cantera, Alexanco y Amor. Todos compartieron caseta con el nuevo entrenador del Valencia, que también trabajó a las órdenes de Clemente o de Heynckes, entre otras doctrinas. De esa factoría culé es de la que absorbió mayor sustancia, con su indisoluble formación en Lezama. Con confortable experiencia en nuestra Liga y exitosa en Grecia -es un ídolo para la hinchada del Olympiacos ateniense donde ha ganado cinco títulos en tres años-, terminó por no desesperar ante las eternas promesas de su ex compañero Urrutia -seis años compartieron camerino en San Mamés- para retornar al Athletic como recambio de Bielsa.

A 64 kilómetros de su nuevo destino, el técnico duró 20 jornadas. En Villarreal lo eligieron como reemplazo de Pellegrini, pero la apuesta deportiva era contrapuesta. Se pasó de la eterna posesión y del sobo al cuero a manejar acciones con velocidad, presión en campo contrario y diligencia para abrir el campo pisando las bandas. Esta fórmula llevó al equipo a perder ocho de 20 partidos y a caer en la Copa, lo que le llevó a la destitución ocupando el décimo lugar en la tabla. Entonces, se le criticó desde el poder su normalidad, su cercanía y su exceso de verbo con el vestuario. En Mestalla le espera un grupo heterogéneo con naturalezas y nacionalidades diversas. Una de las críticas más feroces que sufre la entidad es que se han marchado jugadores nacionales -Albiol, Silva, Villa, Mata, Alba, Pablo, Joaquín…- con un grado de compromiso superior al que mantienen los visitantes extranjeros. Por aquí arranca la revolución valencianista sostenida en la reflexión pública que Albelda y Soldado han hecho al grupo: humildad y sacrificio. Esta es la declinación que debe aprobar Valverde, que comienza ante Osasuna, el equipo con quien se midió y que sirvió para que lo despidieran de El Madrigal. Y otra curiosidad: en el banquillo rival sigue Mendilíbar, compañero de fatigas en aquel Sestao de Segunda que dirigió Irureta. El fútbol sigue siendo un pañuelo.

Braulio Vázquez analiza en la soledad del despacho de director deportivo del Valencia CF la tabla de clasificación de la Liga: Real Valladolid, séptimo con 21 puntos; su club, duodécimo, con 18. No puede evitar pensar que en junio planteó para entrenador el nombre de Miroslav Djukic. No le hicieron caso. Entonces, el ex jugador che peleaba por ascender a Primera División, en un caso idéntico al que ocurrió en el verano de 2001 cuando sí concedieron la alternativa a Rafa Benítez tras tocar techo en Tenerife. El ejecutivo gallego realzaba los valores de firme carácter y aguda personalidad y los síntomas deportivos de fútbol alegre y cadencia ofensiva que siempre han acompañado a los equipos del serbio. Lo que Djukic propone encajaría, según su criterio, como un guante en Mestalla. Sin embargo, el plan y la posterior apuesta del presidente transitaban por otro vericueto.

Manuel Llorente