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La metamorfosis de Gabi explica la filosofía de este Atlético de Madrid líder
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Antonio Sanz

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La metamorfosis de Gabi explica la filosofía de este Atlético de Madrid líder

Se reencontraron cuando Simeone cogió las riendas del equipo. Lo convirtió en un fijo y el cambio hilvanó a un jugador hasta ahora desconocido en el Calderón

Foto: Gabi en presencia de Simeone durante un entrenamiento (Efe).
Gabi en presencia de Simeone durante un entrenamiento (Efe).

Se fueron conociendo en los campos de entrenamiento de Majadahonda, ahí empezaron a compartir vestuario. Uno regresó para culminar la estancia en Europa, tras plagarla de trofeos. El otro apareció con celeridad -marca de la casa o, mejor dicho, como se han hecho muchas veces las cosas- tras brillar en los Emiratos Árabes con la ‘Rojita’. Acababan depelear el título de campeón del mundo a Brasil en la Copa Mundial Juvenil’03. El encuentro de ambos se pospuso sólo unas semanas. En los primeros días del año 2004 se agruparon en el mismo retrato. La secuencia sucedió en el Sánchez Pizjuán, en un partido de Copa donde el Atlético terminó escaldado. Simeone duró en el campo menos tiempo que Gabi, el alumno aventajado que debutaba esa noche con la rojiblanca. Debut amargo, preludio de su descarriada primera etapa. Nada que ver con el capitán de hoy, el mismo que comparte liderazgo con quien fue compañero, hoy su entrenador.

Gabi Fernández es un chaval de barrio, de un barrio de Leganés, una de las poblaciones más importantes del cinturón que rodea la capital. Allí se forjó para destacar en las categorías inferiores de un convulso Atlético que recuperaba el latido a ritmo lento, tras el ofuscado paso por el infierno. Entonces, el mensaje externo potenciaba a la cantera. Era sencillo porque se apoyaba en la sobresaliente irrupción de Fernando Torres. En el Mundial árabe, Armando Ufarte conformó una selección que peleó hasta la última curva por ganar. El líder de aquel equipo, Iniesta. El teniente de Andrés, Gabi. Con ellos, Sergio García, Juanfran Torres o Gavilán. También, otros dos rojiblancos más: Manu del Moral y Arizmendi. Tras el subcampeonato, a la vuelta, el madrileño se había convertido en una de las sensaciones de esa España triunfadora.

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Manzano, el entrenador atlético, no dudó en otorgarle la merecida oportunidad. Sin embargo, Gabi no encajóen ese tramo del curso, de ahí que se decidiera que le correspondían doce meses para hacer méritos y retornar: cesión a Getafe. Toni Muñoz, entonces director deportivo en el Manzanares, convenció a Bianchi para que apostara por el joven mediocentro. El argentino no lo conocía, pero su temporada en el sur de Madrid invitaba a no arrebatar un gramo de la confianza conseguida. El año no fue bueno ni tampoco el siguiente, con lo que la dirigencia, cansada de esperar a la promesa, optó por traspasarlo al Real Zaragoza por nueve millones de euros. Tras cuatro años en La Romareda, descenso a Segunda incluido, y siete entrenadores después, Manzano, el mismo que lo hizo aparecer, lo reclamó para su mutua segunda aventura. Tampoco apareció de repente aquel niño que había entusiasmado en la cantera.

El Atlético no arrancaba y el cambio de entrenador se convirtió en una realidad. Simeone apareció otra vez en su vida, esta vez como el referente del vestuario. Gabi actuaba a la sombra de Antonio López como uno de los capitanes, junto a Perea y Domínguez. Lo había sido en Zaragoza y Manzano había estimado y apoyado esa experiencia. El ‘Cholo’ también lo convertía en un fijo en las alineaciones y poco a poco crecía la unión entre los dos. Las charlas eran constantes y la comunicación fluida, algo que aumentó cuando ocupó el primer lugar del trono, por delante de Tiago y Falcao. La metamorfosis futbolística hilvanaba a un jugador hasta ahora desconocido en el Calderón. El poder del brazalete urgió el primer mandamiento de la causa: “El esfuerzo no se negocia”. Desde ese punto, el entrenador rescató de dentro un grado más de solidaridad y acentuó el siempre obligado compromiso del jugador. Si el que más corre es el capitán, él tendrá toda la autoridad para mandar correr a cualquiera, estrellas incluidas. Y eso lo entendió Gabi y lo empleó el resto.

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El punto de inflexión en su carrera en el Atleti llegó una mañana de octubre en el Manzanares. En el tramo final del partido frente al Celta, el capitán llegó a creer que la rodilla había crujido. Ese día se cimentó aún más la unión entre el portador de la ‘cinta’ y el técnico. Las primeras exploraciones alarmaron tanto que el miedo a perder el ligamento cruzado se extendió como desagradable noticia. Simeone se acercó a la camilla, lo miró y le soltó una de esas frases lapidarias que envalentonan y marcan: “Capi, pase lo que pase, el vestuario no puede verte nunca agachar la cabeza”. El capitán salió del vestuario, desangelado, pero sin bajar el cuello. Al día siguiente, las pruebas determinaron que la lesión quedaba en un esguince leve.

El rendimiento actual es tan elevado que pelea por un hueco en la lista del Mundial. A su favor, su capacidad de trabajo, su esfuerzo desmedido y su sentido para abarcar mucho campo. También, el pésimo estado de forma de Xabi Alonso, uno de los poseedores del puesto fijo. Para muchos, Del Bosque lo tiene todo cerrado. Para los menos, el seleccionador se guarda un par de variantes para inyectar ilusión y fuego al colectivo. Y por aquí puede ir una de las sorpresas si Gabi mantiene el crédito actual. Un futbolista que suma tres goles en el curso, el último hace unos días en Sevilla. Tras ese partido, los compañeros le reprocharon, con sorna, su escaso linaje con el disparo desde fuera del área. El respondió eludiendo la broma: “No disparo más porque nunca llego a la frontal, pocas veces piso esa zona, mi misión es otra”. Chanzas al margen, Simeone recreó un segundo mandamiento de lealtad para el grupo: “¡Chicos, hay que ir hasta donde mande el capitán!”.

Se fueron conociendo en los campos de entrenamiento de Majadahonda, ahí empezaron a compartir vestuario. Uno regresó para culminar la estancia en Europa, tras plagarla de trofeos. El otro apareció con celeridad -marca de la casa o, mejor dicho, como se han hecho muchas veces las cosas- tras brillar en los Emiratos Árabes con la ‘Rojita’. Acababan depelear el título de campeón del mundo a Brasil en la Copa Mundial Juvenil’03. El encuentro de ambos se pospuso sólo unas semanas. En los primeros días del año 2004 se agruparon en el mismo retrato. La secuencia sucedió en el Sánchez Pizjuán, en un partido de Copa donde el Atlético terminó escaldado. Simeone duró en el campo menos tiempo que Gabi, el alumno aventajado que debutaba esa noche con la rojiblanca. Debut amargo, preludio de su descarriada primera etapa. Nada que ver con el capitán de hoy, el mismo que comparte liderazgo con quien fue compañero, hoy su entrenador.

Diego Simeone
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