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James o cómo se desinfla una estrella
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Antonio Sanz

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James o cómo se desinfla una estrella

Su estancia en el Real Madrid ha estado llena de altibajos. Se quedó en invierno en el equipo y parece haber retomado el buen fútbol y la confianza de su técnico, Zinedine Zidane

Foto: James, durante el partido contra el Nápoles (EFE)
James, durante el partido contra el Nápoles (EFE)

El Real Madrid se acaba de proclamar campeón del mundo de clubes en Japón, pero él no puede más. Estalla frente a una nutrida presencia de medios de comunicación compatriotas, presentes en el evento. James Rodríguez se abrió la puerta. Los motivos recientes le consumían. Había disputado menos de veinte minutos en la semifinal, mientras que el partido grande lo siguió íntegramente desde el banquillo. Ni un segundo de protagonismo en la final. Y ya era la segunda vez. El entrenador le reservó la misma butaca en Milán, en la cita estrella del curso anterior. Tampoco apareció en los créditos iniciales en el duelo de campeones europeos frente al Sevilla. Demasiadas afrentas para una estrella, debió pensar. El caso es que sin mediar reflexión sufrió un ataque de sinceridad: “no puedo asegurar que vaya a seguir. Tengo ofertas y siete días para pensar. Estoy feliz en Madrid, pero quiero jugar más”. Ni siquiera el mercado se había puesto en marcha, pero se daba las vacaciones navideñas para cambiar de destino. ¿Dónde? A ninguna parte.

El Real Madrid afronta la eliminatoria frente al Nápoles de octavos de final de la Liga de Campeones. Zidane, esta vez, sí cuenta con James. El plan de huida fracasó por dos motivos: la entidad desestimó cualquier negociación de salida ante la imposibilidad de reforzarse y ningún club se mostró decidido a emprender una operación demasiado costosa para la época del año en que nos encontramos. Se sumaba para el comprador otro pero más: el chico sólo podría haber actuado en la competición doméstica. Pero en este 2017 se ha observado un James bien distinto al de los últimos meses. Este otro James vivió una cita nocturna determinante y goleadora en la única aparición copera ante el Sevilla; este otro James se mostró comprometido y solidario en el esfuerzo ante los napolitanos en otra cita nocturna destacada. Quizá por eso decidió cambiar el discurso sesenta días y dos noches después: “uno pasa por cosas buenas y malas, pero quiero estar aquí más mucho tiempo. El Madrid es un club grande en el que siempre quise estar”, aclaró esta vez a los periodistas.

Foto: James Rodríguez fichó por el Real Madrid en 2014 (Eric Gaillard/Reuters)

James Rodríguez se convirtió en el galáctico improvisado de Florentino Pérez en una operación relámpago llevada a cabo con la eficacia habitual del club blanco. Los destellos mostrados en el Mundial de Brasil resultaron suficientes para firmar a un jugador que contaba con todas las trazas para convertirse en una figura global, de las que enamoran al mandamás. El colombiano no estaba en los planes iniciales para reforzar la plantilla porque la dirigencia vivía entretenida con las constantes llamadas del asesor de Di María que buscaba revisar al alza el sueldo de su representado. La puesta en escena de James resultó más que suficiente para que se diera la orden al intermediario de cabecera de Concha Espina: “si sacas a Di María, fichamos a James”. Dicho y hecho. El Real Madrid abonó al Mónaco 70 millones de euros más 5 millones más en objetivos. El colombiano firmaba por seis temporadas. Ahora, en el ecuador del contrato y tras un año difícil, se analiza en el ático si conviene prologar la próxima temporada la estancia del futbolista.

La influencia de James en el juego del equipo resultó extraordinaria en el estreno. Durante el primer curso sólo escuchó alabanzas. Anotó 17 goles -13 de ellos en la Liga- en un registro que superó cualquiera de las expectativas previstas. Pero aquellos días de éxito confundieron a quien decidió mostrarse rebelde con las indicaciones del nuevo entrenador. Si con Ancelotti todo fue rodado, con Benítez sólo tomó curvas. La primera, cuando no atendió la recomendación técnica de recortar las vacaciones para incorporarse antes de lo previsto a la rutina del conjunto. Los galones de estrella adquiridos en el curso anterior borraron de su mente los conceptos de humildad que tanto le ayudaron en su aterrizaje en el Real Madrid. El técnico, al que se le había pedido orden, mando y disciplina, lo castigó con la suplencia: “en ritmo de competición va por detrás de otros”, explicó. Las diferencias con Benítez crecieron hasta convertirse en un problema para ambos porque ninguno acabó dominando la situación.

placeholder James remata contra el Sevilla (EFE)
James remata contra el Sevilla (EFE)

La debilidad mental

Entonces apareció el James que describió Claudio Ranieri en Mónaco. La justificación del italiano para la suplencia del colombiano residía en la debilidad mental del jugador. A esto unía el pobre rigor táctico que demostraba y el nulo sacrificio defensivo. Todo esto exasperaba al hoy entrenador del Leicester. Esta flojedad de ánimo que denunció Ranieri se acrecentó en un amplio periodo que no mejoró ni con la llegada de Zidane. La entrada en la caseta del francés parecía la solución a todos los males de James. Pero no. Durante esa segunda campaña se habló más de la vida extradeportiva del futbolista que de sus andanzas sobre el césped. El chico esquivaba problemas, lo perseguía la policía a toda velocidad y el banquillo era el peor consuelo que encontraba. Las conclusiones del poder sentenciaron que un mal año lo tiene cualquiera. Pero las cosas siguen igual: el ánimo no mejora y el rendimiento es residual para la estrella que apuntaba. A los 25 años está en condiciones de revertir la situación, pero Zidane sigue sin encontrarle sitio. El técnico ni lo encaja en la medular ni lo acciona para el ataque. Las ausencias y las rotaciones de compañeros se convierten en un bálsamo que alivia pero que no deja de ser un pobre consuelo.

La cuestión para la dirigencia es cómo tratar a una estrella cuando se apaga. El primer remedio ha sido hartarse de paciencia. El segundo aguardar a que la situación cambie. Estamos ante el tercero: planear la venta. Se da la circunstancia de que James aún tiene un buen mercado y el Real Madrid cuenta con necesidades. La portería es un objetivo claro con los nombres de Courtois y De Gea como reclamo. Si el curso del centrocampista no mejora a niveles del pasado, se convertirá en la llave maestra para abrir la puerta del Chelsea o del Manchester United a cambio del portero. Mientras tanto, el chico se apunta al consejo que se recibe cuando las cosas no funcionan: “trabaja para ti”. Picado en el orgullo, acelera el compromiso. Mantiene un objetivo: borrar la imagen de la mente de aquellos que ven cómo desinfla una estrella.

El Real Madrid se acaba de proclamar campeón del mundo de clubes en Japón, pero él no puede más. Estalla frente a una nutrida presencia de medios de comunicación compatriotas, presentes en el evento. James Rodríguez se abrió la puerta. Los motivos recientes le consumían. Había disputado menos de veinte minutos en la semifinal, mientras que el partido grande lo siguió íntegramente desde el banquillo. Ni un segundo de protagonismo en la final. Y ya era la segunda vez. El entrenador le reservó la misma butaca en Milán, en la cita estrella del curso anterior. Tampoco apareció en los créditos iniciales en el duelo de campeones europeos frente al Sevilla. Demasiadas afrentas para una estrella, debió pensar. El caso es que sin mediar reflexión sufrió un ataque de sinceridad: “no puedo asegurar que vaya a seguir. Tengo ofertas y siete días para pensar. Estoy feliz en Madrid, pero quiero jugar más”. Ni siquiera el mercado se había puesto en marcha, pero se daba las vacaciones navideñas para cambiar de destino. ¿Dónde? A ninguna parte.

Zinédine Zidane Florentino Pérez