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El día en que Luis Enrique se miró en el espejo y vio a Guardiola
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Antonio Sanz

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El día en que Luis Enrique se miró en el espejo y vio a Guardiola

"Vine para ser un líder y lo he sido. Vine a ganar títulos y lo he conseguido", dice el técnico azulgrana, al que el desgaste ha pasado factura. Lo mismo le pasó a Guardiola

Foto: El desgaste, igual que le sucedió a Pep Guardiola, ha acabado antes de tiempo con la etapa de Luis Enrique en el FC Barcelona (Reuters)
El desgaste, igual que le sucedió a Pep Guardiola, ha acabado antes de tiempo con la etapa de Luis Enrique en el FC Barcelona (Reuters)

Ha decidido parar y descansar. Pero antes afronta la última batalla. Se trata de conquistar el que sería noveno trofeo en su exitosa etapa como entrenador del FC Barcelona. La cita es en el estadio Vicente Calderón de Madrid, con el Deportivo Alavés como adversario, en una noche de despedidas. La final de la Copa del Rey se ha convertido en el epílogo definitivo de quien se siente extenuado para continuar en la disputa diaria. En noventa minutos a todo o nada, Luis Enrique se muestra confiado en cerrar con glamour esta trilogía. Sería la única alegría barcelonista en un curso donde el máximo rival se alzó con la Liga y pelea por el título de mejor club de Europa. Este trofeo de ‘dios menor’ cuenta, por tanto, con más relevancia que en otras ocasiones: no quedarse a cero frente al posible doblete que desde Concha Espina aguardan repetir casi 60 años después. Al entrenador asturiano le trae al pairo el éxito de la que fue su casa. Tampoco le oprimirá la zapatilla si cae derrotado. Él es así, nada tiene que reprocharse.

Vine para ser un líder y lo he sido. Vine a ganar títulos y lo he conseguido. Lo he hecho a mi manera, a mi estilo”. Son palabras de Luis Enrique Martínez (Gijón, 1970), quien a sus 47 años ha decidido dejar unilateralmente el cargo de entrenador del FC Barcelona tras tres temporadas y ocho títulos, que pueden ser nueve, cinco de ellos de una tacada. Cuando Andoni Zubizarreta le encomendó el encargo, tras convencer a la Junta Directiva, que tenía algunas dudas al respecto del nombramiento, la propuesta-exigencia resultó evidente: debía reactivar al equipo tras lo acontecido en un bienio especialmente triste para la entidad. Hombre directo y con escasa habilidad para tender puentes, se ha trabajado una figura propensa al da igual lo que me digan, dónde el ruido y lo externo poco le han importado. Apoyado en su núcleo duro de trabajo salvó un órdago crucial al sexto mes de vivir en un banquillo que después le reportó ganarlo todo.

Exprimió su personalidad en una particular puesta en escena: rehabilitó su carácter altivo, presentó vigor en el estilo, reactivó la entonación enérgica necesaria para contagiar al culé. Todo servía para recuperar la autoestima perdida tras la salida de Guardiola y la desgraciada ausencia de Vilanova. Tras la debacle de San Sebastián, que casi le cuesta el trabajo, admitió los consejos que le llegaron de que se acercara al vestuario, que destensara la cuerda de la convivencia y que asumiera que no era el único líder de la manada. Aceptó perder el pulso con Messi para que ganara el Barça. Y acertó. El recorrido se considera nuevamente idílico en la historia del club. Pero tras levantar el octavo trofeo, la Supercopa de España, se miró al espejo y se vio como Guardiola. Se sintió agotado, en ocasiones incomprendido y hasta frustrado en el intento de mantener viva la llama de la ambición en el vestuario. Sabía que afrontaría la última temporada al frente del equipo. No era capaz de alargar el envite a un cuarto año. Observó desde la distancia el error de Pep, y no estaba dispuesto a repetirlo.

Tras los dos exitosos primeros cursos, exigir a la plantilla un nuevo esfuerzo sobrehumano en el tercero era de traca. En eso, también le recordó lo que vivió Pep y las fricciones que sufrió con determinados jugadores. El técnico asturiano también tuvo que soportar las críticas veladas de algunos de los pesos pesados del vestuario o el silencio condenatorio de las estrellas. Los duros golpes de París o Turín le afectaron en el orgullo porque nada iba a cambiar. Le dolieron más porque en el fondo guardaba la esperanza de que su ayudante tomase el relevo. Pero Unzué midió mal los tiempos —quiso ser primero cuando aún ocupaba el cargo de segundo— y perdió las escasas opciones con que contaba. Mientras ganas se pueden controlar algo más los egos de determinados futbolistas. Cuando se rasgan las relaciones es cuando las derrotas comienzan a zaherir el ánimo del camerino. Aquella frase de Guardiola: “El día en que vea que la luz se ha ido de los ojos de mis jugadores, sabré que es la hora de irme”. Luis Enrique la sintió también apagada.

El FC Barcelona mantiene todavía varias aristas sin encajar: aún no ha nombrado oficialmente al nuevo técnico, la renovación de Messi sigue sin hacerse pública mientras le siguen sacudiendo en los juzgados, aún salpica la judicialización del ‘caso Neymar’, se cuestiona el trabajo realizado desde la secretaría técnica tras los últimos fichajes, Piqué sigue en campaña como verso suelto, el capitán Iniesta ‘aclara’ su futuro… Entre medias, el Deportivo Alavés, con un testigo de excepción: Ernesto Valverde, a quien se le une al Barça desde hace meses. Un técnico que, tras dejar el Athletic, escuchó las intenciones del Arsenal londinense respecto a su figura. No le ha servido ser alternativa a Wenger. Su aspiración es entrenar al Barça y parece que Bartomeu, no sin dudas, le dará el beneplácito público la próxima semana.

Ha decidido parar y descansar. Pero antes afronta la última batalla. Se trata de conquistar el que sería noveno trofeo en su exitosa etapa como entrenador del FC Barcelona. La cita es en el estadio Vicente Calderón de Madrid, con el Deportivo Alavés como adversario, en una noche de despedidas. La final de la Copa del Rey se ha convertido en el epílogo definitivo de quien se siente extenuado para continuar en la disputa diaria. En noventa minutos a todo o nada, Luis Enrique se muestra confiado en cerrar con glamour esta trilogía. Sería la única alegría barcelonista en un curso donde el máximo rival se alzó con la Liga y pelea por el título de mejor club de Europa. Este trofeo de ‘dios menor’ cuenta, por tanto, con más relevancia que en otras ocasiones: no quedarse a cero frente al posible doblete que desde Concha Espina aguardan repetir casi 60 años después. Al entrenador asturiano le trae al pairo el éxito de la que fue su casa. Tampoco le oprimirá la zapatilla si cae derrotado. Él es así, nada tiene que reprocharse.

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