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Quien a hierro mata, a hierro muere
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Javier Rubio

Dentro del Paddock

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Quien a hierro mata, a hierro muere

Fue una cruenta y larga guerra, pero terminó con un solo cadáver en el campo de batalla. El derrotado lo fue por ejercer su poder con

Fue una cruenta y larga guerra, pero terminó con un solo cadáver en el campo de batalla. El derrotado lo fue por ejercer su poder con arrogancia y prepotencia y, sobre todo, por sobrevalorar el alcance de su posición. El caso de Max Mosley confirma la sentencia kármica de que, en esta vida, quien a hierro mata, a hierro muere. “Todo el mundo puede adoptar la pose que quiera, pero todos sabemos que cuando llegue Melbourne 2010, habrá un Campeonato del Mundo de Fórmula 1, y todo el que pueda estar en él, estará”, declaró desafiante el pasado fin de semana en Silverstone. Fue profético, pero el único que allí faltará será el propio Mosley.

A la hora de los epitafios, mucho se podría hablar sobre Mosley, su personalidad y su gestión. Diabólicamente inteligente, eficaz, un punto visionario, guante de seda en puño de titanio, arrogante, elitista… Mosley cayó por no ceder a tiempo. Cayó por dieciséis años de implacable poder personalista. Cayó por ser el brazo armado, pero no el cerebro de quien rige la Fórmula 1. Y cayó porque en el triángulo de la Fórmula 1 -FOTA, Ecclestone y Mosley- el ex presidente de la FIA era el vértice más débil, pero no quiso saberlo hasta que le abrieron los ojos.

Quizás todo lo anterior subyacía en la carta enviada por Mosley a la FIA el día antes de su defenestración, tras un fin de semana en Silverstone repleto de arrogantes declaraciones. En la misiva, ahora casi un testamento político a la vista de los acontecimientos, solicitaba una vez más sumisión a su autoridad y ciega servidumbre a sus actuaciones.

Todos contra uno, y uno contra todos

Revisar algunos de los párrafos de esa carta ilustraba sus debilidades, y hasta qué punto el presidente de la FIA había perdido la noción de su delicada posición. De entrada, definía despectivamente a sus rivales: “Equipos de Fórmula 1 pertenecientes a cinco fabricantes han formado una organización llamada FOTA, cuyo propósito es arrebatar a la FIA su función regulatoria en conexión con la industria automovilista (ACEA)”. Si algo ha definido a la Fórmula 1 durante décadas, fue la falta de unión y de acuerdo entre sus equipos. Conseguir semejante consenso y unidad de acción en su contra, con el aval de grandes multinacionales del automóvil, es el testimonio más sólido de una gestión a todas luces ineficaz, ¿no cree, señor Mosley?

Sigamos.“Esto es un ataque al derecho regulatorio de la FIA, y peor, es una crítica injustificada y un desafío directo a toda la estructura y propósito de la FIA”. En la mejor escuela del político demagogo y manipulador, Mosley volvía a identificar su persona con la entidad que preside, envolviéndose con la bandera de todos para defender su postura personal y el bolsillo del señor Ecclestone.

Maquiavelo también pierde

Llega ahora la razón de su cruzada. “Verán que el catalizador de la presente disputa ha sido el intento de la FIA para reducir costos en la Fórmula 1. Una reducción de costos es esencial si los equipos independientes quieren sobrevivir. Sin ellos, el campeonato depende precisamente de los fabricantes que, desde luego, han ido y venido cuando han querido”. Defender a unos equipos independientes a través de la intromisión en la autonomía empresarial de los grandes fue excesivo. Y la prepotencia para imponer sus designios, también. Tanto que consiguió echar a Ferrari tras sesenta años en la Fórmula 1, al resto de los fabricantes, y a aquellos equipos independientes a los pretendía defender (menos dos).

“Es extraordinario que cuando los cinco fabricantes están pasando grandes dificultades financieras y se apoyan en el dinero del contribuyente, sus equipos de Fórmula 1 amenazan con un nuevo campeonato para reducir sus costos en la Fórmula 1. Está por ver si los consejos de administración de sus compañías permitirán que recursos valiosos se despilfarren de esta manera”. El reglamento de presupuesto limitado de Mosley era maquiavélico desde un punto de vista intelectual: además del apoyo de los independientes (“divide y vencerás”) buscaba el de los fabricantes a base de “puentear” a los equipos, apelando de la cordura económica quienes se sientan en los consejos de administración. Pero no contó con que ejecutivos habituados a lidiar con enormes responsabilidades en corporaciones multinacionales se hartaron de bailar al son de un reyezuelo de taifas poco consciente de su verdadera dimensión. Una posición que se encargaron de recordarle crudamente el fin de semana pasado.

A los pies de los caballos

Mosley decidió resistir, y buscó en vano la protección de su hasta entonces fiel guardia pretoriana de la FIA. “En las últimas semanas estaba cada vez más claro que uno de los objetivos de los disidentes es que dimita como presidente de la FIA. El año pasado me ofrecisteis vuestra confianza…. Como os escribí el 16 de mayo de 2008, mi intención no era presentarme a la reelección. Sin embargo, a la vista del ataque al mandato que me habéis otorgado, debo reflexionar sobre si mi decisión original de presentarme era la adecuada. Es cuestión de que la FIA, y solo la FIA, decida por medio de su líder democráticamente elegido, y no por medio de de la industria automovilística y menos por los individuos que ésta emplea para gestionar sus equipos de Fórmula 1”. Esta última frase ilustra más si cabe el alcance de su derrota. Los miembros de la FIA, efectivamente, ya le ofrecieron su confianza el año pasado para salvarle de un escándalo sexual que Mosley consiguió convertir en un ataque a la propia institución. Este año, conscientes de que la batalla estaba perdida de antemano, sus leales de la FIA dejaron a su temido jefe a los pies de los caballos.

La derrota ante Montemozolo y la falta de apoyo de la FIA resultará dura de asumir para Mosley. Pero, ¿qué decir de Ecclestone?. Como el “padrino” que entrega la cabeza de su sicario al enemigo, así actuó el magnate británico con Mosley para salvar el negocio. Ya lo dijo Bernie hace días: “No dejaré que la Fórmula 1 se desintegre”. Vaya si lo ha cumplido. Ahora Max Mosley ha descubierto, por si no lo sabía, quien manda de verdad en la Fórmula 1. Y un tal Ron Dennis seguro que lo celebró con champán.

Fue una cruenta y larga guerra, pero terminó con un solo cadáver en el campo de batalla. El derrotado lo fue por ejercer su poder con arrogancia y prepotencia y, sobre todo, por sobrevalorar el alcance de su posición. El caso de Max Mosley confirma la sentencia kármica de que, en esta vida, quien a hierro mata, a hierro muere. “Todo el mundo puede adoptar la pose que quiera, pero todos sabemos que cuando llegue Melbourne 2010, habrá un Campeonato del Mundo de Fórmula 1, y todo el que pueda estar en él, estará”, declaró desafiante el pasado fin de semana en Silverstone. Fue profético, pero el único que allí faltará será el propio Mosley.

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