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Al teatrero Cesc Fábregas los árbitros ya le han tomado la matrícula
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José Manuel García

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Al teatrero Cesc Fábregas los árbitros ya le han tomado la matrícula

Cesc Fábregas, ni lo dudo, es uno de los mejores futbolistas de España. Sus entradas desde la segunda línea adquieren la calificación de demoledoras. Es el

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Al teatrero Cesc Fábregas los árbitros ya le han tomado la matrícula

Cesc Fábregas, ni lo dudo, es uno de los mejores futbolistas de España. Sus entradas desde la segunda línea adquieren la calificación de demoledoras. Es el factor decisivo de un Barça que cuenta sus partidos por victorias. Messi parece que (todavía) no está, pero en su lugar irrumpe la terrorífica bota de su viejo compañero de La Masía lista para ajusticiar al contrario. Y por ahí cojea Cesc, por su exacerbado instinto matador, por ese tomarse al pie de la letra su vena ganadora donde el todo vale con tal de sumar tres puntos o un título.

El sábado en Sevilla sumó el Barça una agónica victoria y Cesc Fábregas, para lo bueno y para lo peor, resultó ser el factor determinante del triunfo azulgrana. El ex jugador del Arsenal no sólo hizo dos goles, sino que intervino en la jugada clave (para los sevillistas) del encuentro: la expulsión del chileno Gary Medel que Competición ha sancionado con dos partidos de castigo. La acción fue vertiginosa, botas chirriando en el aire, el sevillista se encaró con el azulgrana, se juntaron las narices de ambos y, de repente, Cesc se llevó las manos al rostro como si Medel le hubiese sacudido un martillazo. El colegiado Mateu Lahoz, que de la acción sólo vio las espaldas de ambos contendientes, a instancias del juez de línea, dedujo agresión del jugador del Sevilla. El mediapunta, un futbolista muy competitivo, parece que tiene en algún lugar de su casa la máxima de Maquiavelo, esa que dice que el fin justifica los medios. Para coronar su mala acción corroboró en Canal Plus: “Fue justa la expulsión porque hubo agresión”. Mateu Lahoz no cayó en el engaño hasta 24 horas más tarde. Se comió la escena.

Curiosamente, Cesc Fábregas también provocó la expulsión de Frederic Kanouté, icono del sevillismo y uno de los jugadores más caballerosos que han pasado por el fútbol español. Ahí no fue desmayo de Cesc. El Barça y el Sevilla empataban en el Camp Nou, el final se echaba encima y el ex del Arsenal le dijo algo al oído a Kanouté. Muy fuerte debió ser la frase porque el maliense, hombre de nervios de acero, actuó como un colegial ofendido agarrando la pechera del barcelonista, que hizo el resto. Resultado: expulsión de Kanouté.

En Inglaterra, el ex capitán del Arsenal protagonizó sonadas trifulcas con jugadores rivales, sobre todo con Frank Lampard, Gerrard o Mark Kennedy. Los árbitros anotaron su nombre y más de uno se lo ha pasado por el rostro. En el Colegio de Árbitros de España, que preside Sánchez Arminio, el ambiente en la sede el lunes y el martes era de monumental enfado por  la actitud “impropia” del barcelonista. Y entre los colegiados se han pasado el mensaje: cuidado con el teatro. Cesc, que el martes en Lisboa vio la cartulina amarilla, llegó a zarandear al árbitro turco Cuneyt Fakir.

Hace unos días, el alemán Klose, del Lazio, le marcó un gol al Nápoles ayudándose de la mano. Cuando el árbitro señaló al centro validando el tanto, Klose se le acercó y reconoció que empujó el balón con la mano. Se anuló el gol. En la NBA, el comisionado David Stern ha tomado cartas en el asunto y ha ordenado sancionar con dureza a todos aquellos jugadores que simulen faltas y se desmayen con el soplido de una mosca. En España, este tipo de malas acciones incluso se premian. El engaño, dicen, forma parte de la liturgia futbolística. Error. La ética no es pariente pobre de la épica. Son dos iguales y grandes. Por si acaso, los árbitros le han tomado la matrícula a Cesc, muy propenso a los desmayos.

Cesc Fábregas, ni lo dudo, es uno de los mejores futbolistas de España. Sus entradas desde la segunda línea adquieren la calificación de demoledoras. Es el factor decisivo de un Barça que cuenta sus partidos por victorias. Messi parece que (todavía) no está, pero en su lugar irrumpe la terrorífica bota de su viejo compañero de La Masía lista para ajusticiar al contrario. Y por ahí cojea Cesc, por su exacerbado instinto matador, por ese tomarse al pie de la letra su vena ganadora donde el todo vale con tal de sumar tres puntos o un título.

Cesc Fábregas