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Michel no tiene motivos para sonreír en un derby con el equipo de su ex amigo Mel como favorito
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José Manuel García

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Michel no tiene motivos para sonreír en un derby con el equipo de su ex amigo Mel como favorito

Un Sevilla-Betis no resulta indiferente a nadie. Es un cúmulo de sensaciones distintas a un partido de fútbol cualquiera. Un aficionado verdiblanco o blanquirrojo vive una

Foto: Michel no tiene motivos para sonreír en un derby con el equipo de su ex amigo Mel como favorito
Michel no tiene motivos para sonreír en un derby con el equipo de su ex amigo Mel como favorito

Un Sevilla-Betis no resulta indiferente a nadie. Es un cúmulo de sensaciones distintas a un partido de fútbol cualquiera. Un aficionado verdiblanco o blanquirrojo vive una vida antes, durante y después del choque. En quince días, subes al cielo o bajas a los infiernos, te quemas y te congelas, te flagelan o consumes caramelos de gloria. Todo depende del balón, pero en estos choques, el balón quema que achicharra o pesa cinco toneladas y media. El derby puede que no lo gane el mejor, pero sí el más ungido; puede que el empate baile por los tejados, porque las tablas significan el equilibrio, tablas de Dios. El Dios de los sevillanos.

Nadie puede poner la mano en el fuego por un resultado. Patinaría. Sería mejor meter la mano en el aceite hirviendo de un caldero de churros. Es el partido de lo imprevisible, un maravilloso cara-o-cruz sin efectos secundarios. Nada te dejará indiferente.

El pasado año, un vasco llamado Beñat, amargó al Sevilla con dos goles de falta. El Ramón Sánchez-Pizjuán ha visto cómo el Betis ha llevado se ha llevado las dos últimas pulseadas, ambas con idénticos resultado: uno-dos. En todas ellas, el Sevilla parecía el favorito. Pero los verdiblancos emboscaron el pronóstico. Ahora son los de Heliópolis los que tienen el manto de caballo ganador. Arriba cuenta con gente habilidosa, que ve puerta con facilidad. Y la segunda línea del equipo que adiestra Pepe Mel hace un año terrible.

Los sevillistas de hoy fallan en casi todo: la defensa vuelve a mostrar signos de debilidad, el mediocampo parece no andar engrasado, y arriba hace menos daño que un yogurt desnatado. Porque Negredo, goleador y arma letal del Sevilla en otros tiempos, hoy sufre una alarmante baja forma.

Michel no tiene motivos para sonreír de cara a un partido que lo vuelve a poner frente a frente con su ex amigo Pepe Mel. El equipo de éste es el favorito. A Michel no le sale nada últimamente. Coloca la pizarra, dibuja las líneas, diseña una estrategia, y se queda sin tiza. Después de la derrota ante el Athletic, el técnico sevillista lanzó una andanada de fuego contra los suyos. Tercera derrota consecutiva del equipo a domicilio y frente a rivales inferiores, al margen del empate en casa con el Levante.

Lesionados Trochowski (de larga duración) y Perotti (un gran extremo con musculo de mantequilla), el Sevilla flaquea por el costado izquierdo, donde suele recurrir a Luna, un lateral zurdo de enorme voluntad pero de corto recorrido. Michel sigue dándose de bruces con la inoperancia de Reyes, un futbolista que a veces da la impresión de estar en forma para un partido entre solteros y casados. Y la cantera, con algunas joyas a la espera, sigue esperando.

En el Betis reina la sonrisa. Ha encontrado un buen portero en Adrián; Paulao es un central de envergadura y categoría, que cuando sube lo engancha todo de cabeza; Cañas y Salva Sevilla engarzan muy bien con el internacional Beñat; arriba Rubén Castro la enchufa, y se cuenta con Nono, con Vadillo, Pozuelo, tres canteranos que llenan de orgullo a los béticos, un equipo que en época de vacas famélicas saca oro de su Ciudad Deportiva. El Sevilla, carbón.

Pero lo grande de estos encuentros es eso: su envoltorio sorpresa. Es lo que hace distinto este choque del resto. Un Sevilla-Betis no será un superclásico de miles de millones de espectadores y euros, pero su magia envuelve. Es imprevisible. Si el Betis tiene su máquina engrasada, el Sevilla recupera a su mejor jugador: su garganta. Los biris vuelven del destierro. Por ahí, por el ambiente, por el corazón, la balanza se equilibra. O no.

Un Sevilla-Betis no resulta indiferente a nadie. Es un cúmulo de sensaciones distintas a un partido de fútbol cualquiera. Un aficionado verdiblanco o blanquirrojo vive una vida antes, durante y después del choque. En quince días, subes al cielo o bajas a los infiernos, te quemas y te congelas, te flagelan o consumes caramelos de gloria. Todo depende del balón, pero en estos choques, el balón quema que achicharra o pesa cinco toneladas y media. El derby puede que no lo gane el mejor, pero sí el más ungido; puede que el empate baile por los tejados, porque las tablas significan el equilibrio, tablas de Dios. El Dios de los sevillanos.

Míchel