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Álvaro Rama

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Nadal todavía sabe vencer

Ganar por novena vez en Montecarlo sirvió para probar una evidencia: nadie como el tenista español para saber sufrir y trabajar hasta encontrar su momento

Foto: Rafa Nadal volvió a morder una copa, en este caso la novena que gana en Montecarlo. (EFE)
Rafa Nadal volvió a morder una copa, en este caso la novena que gana en Montecarlo. (EFE)

Saber esperar casi dos años para volver a probar un gran título. La paciencia como arma deportiva puede ser una de las armas más diferenciales de Rafael Nadal, una referencia del método para alcanzar los objetivos. Su noveno título de Montecarlo, una expresión que ejemplifica un hambre y un orden superior a lo imaginable, vuelve a colocar al balear en un escalón distinto del deportista medio. Allí, reencontrándose con las sensaciones en un escenario que siempre dominó, pisando tierra batida y viendo el mar mediterráneo en el horizonte, el campeón de 14 grandes manifestó un modo de vida: para un hombre tenaz siempre hay margen para dar otro paso. El título más importante de los últimos 23 meses para el mallorquín, una eternidad en el deporte profesional. Apartado de copas de tal calibre desde que ganara sobre la tierra batida de Madrid en 2014, llega al comienzo de la gira que lo ha encumbrado a la historia. Dando continuidad a la mejora mostrada en Indian Wells y probando una receta tan simple como esquiva: olvidarse del pasado y tratar de ser la mejor versión de sí mismo.

[Nadal hace lo suficiente para ganar su noveno título en Montecarlo]

No es el noveno título en Montecarlo, una cifra jamás vista en la historia, es la ilusión mantenida para llegar a tal cantidad de trofeos. Mantener hambre cuando ya se ha ganado todo. Cuando Rafael Nadal ve interrumpido su reinado de ocho cursos en el Principado durante la temporada 2014, cediendo el trono a Novak Djokovic, se rompe un axioma. El dominio incuestionable del mallorquín sobre tierra a nivel del mar, un sello total en la carrera del jugador más dominador de siempre sobre la superficie, encuentra una grieta en un escenario de dominio. Cuando el balear cede la confianza en 2015, primera temporada en la que no logra levantar una corona de Grand Slam en la última década, Nadal afronta la época menos fructífera de su carrera y lo hace poniendo el foco en sí mismo. “Ojalá Djokovic hubiera sido mi mayor problema”, declaró esta semana en Montecarlo. Confiar en su gente de siempre, trabajar con la ilusión de siempre y buscar el éxito a través del esfuerzo como siempre.

No es la coronación, es el camino recorrido para llegar a ella. El sentirse ganador ante los más fuertes del circuito. Y hacerlo sobre la superficie en la que siempre ha ganado mayores enteros. Stan Wawrinka y Andy Murray, rivales dominados camino de la copa, pasan por ser dos de las mayores referencias del circuito sobre la superficie. Y con autoridad probada de manera reciente. Hablamos sin ir más lejos del vigente campeón de Roland Garros y un jugador que alcanzó las semifinales sobre la Philippe Chatrier el pasado año. Dos de los últimos cuatro supervivientes en un Grand Slam muy psicológico, y dos jugadores que llevaron al límite al mismo Novak Djokovic sobre polvo de ladrillo (si el suizo le arrebató la copa, el escocés forzó cinco mangas como paso previo a la final). Puntos increíbles ante ambos, con necesidad de alcanzar un tenis eléctrico por momento, prueban una recuperación en detalles clave: la derecha volvió a tomar profundidad, las piernas cogieron de nuevo un ritmo de vértigo, y el corazón marcó diferencias una vez más, lanzando al balear en partidos cerrados. Su batalla de desgaste ante Gael Monfils, cerca de las tres horas para tomar el trofeo, sirve para valorar un endurecimiento físico, una capacidad de entrega.

[La tierra prometida de Rafa Nadal y el Dorado de Novak Djokovic]

¿Cobra mayor favoritismo mallorquín para los próximos torneos en tierra batida? El respeto cuesta ganárselo, los partidos del Conde de Godó debe ganarlos en Barcelona, los de la Caja Mágica exigirá esfuerzos en Madrid y el Foro Itálico pedirá sudor en Roma, pero una reacción sostenida como la suya no será ajena al vestuario. ¿Marca diferencias vitales camino de Roland Garros? Sirve al menos como línea ascendente, interrumpida en Miami por un golpe de calor, pero marcada con fuerza desde que peleara con fuerzas las semifinales de Indian Wells ante Djokovic. ¿Es determinante para el resto de la temporada? El tiempo lo dirá, pero la culminación de Montecarlo es clara: Nadal todavía sabe vencer.

Si la carrera hacia Roland Garros es una sucesión de etapas psicológicas, con partidos masticados sobre la superficie más lenta del circuito, Montecarlo sirvió para probar una evidencia: nadie como Rafael Nadal para saber sufrir y trabajar hasta encontrar su momento.

Saber esperar casi dos años para volver a probar un gran título. La paciencia como arma deportiva puede ser una de las armas más diferenciales de Rafael Nadal, una referencia del método para alcanzar los objetivos. Su noveno título de Montecarlo, una expresión que ejemplifica un hambre y un orden superior a lo imaginable, vuelve a colocar al balear en un escalón distinto del deportista medio. Allí, reencontrándose con las sensaciones en un escenario que siempre dominó, pisando tierra batida y viendo el mar mediterráneo en el horizonte, el campeón de 14 grandes manifestó un modo de vida: para un hombre tenaz siempre hay margen para dar otro paso. El título más importante de los últimos 23 meses para el mallorquín, una eternidad en el deporte profesional. Apartado de copas de tal calibre desde que ganara sobre la tierra batida de Madrid en 2014, llega al comienzo de la gira que lo ha encumbrado a la historia. Dando continuidad a la mejora mostrada en Indian Wells y probando una receta tan simple como esquiva: olvidarse del pasado y tratar de ser la mejor versión de sí mismo.

Rafa Nadal