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Federer es un niño

El exnúmero uno del mundo tiene el mayor juguete de todos entre las manos: lanzarse a competir sin nada que perder, conjugar la destreza de una leyenda con el espíritu de un niño

Foto: Federer, acosado por los fotógrafos tras ganar en Australia. (EFE/EPA)
Federer, acosado por los fotógrafos tras ganar en Australia. (EFE/EPA)

Hay un momento placentero muy atribuible a la infancia. Eres pequeño, las obligaciones son mínimas y disfrutas con algo que te encanta. Estás tan obnubilado por el gozo que pierdes la noción del tiempo. Pasan las horas e, inmerso en tu fantasía, te parecen apenas minutos mientras a tu alrededor la vida transcurre a un ritmo mucho más lento en apariencia. Llega la hora de marcharse a dormir, mensaje que a uno le hacen saber, pero uno sigue ensimismado en esa burbuja, llevándose ese mundo ilusorio con uno hasta que se cierran los ojos.

Foto: Federer, tras la victoria contra Nadal (EFE) Opinión
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En el tenis actual, esa sensación parece equiparable a la infinita ilusión de Roger Federer, un jugador de 35 años que sigue en la cima del deporte (y que en octavos de Indian Wells se las verá con Rafa Nadal). al que ni siquiera las grandes leyendas han podido seguir el paso. Cuando al equipo de Roger, por ejemplo, llegó su ídolo de la infancia Stefan Edberg, el suizo contaba con ese elemento de novedad para relativizar todo a su alrededor. Un veterano con el hambre de un principiante. Y sus ganas extra se notaron desde el principio: el sueco extendió su acuerdo original de 12 meses hasta los dos años, período en que levantaron hasta 11 títulos. Desde el primer momento se planteó un vínculo de carácter especial, como estableciendo un margen a la ilusión desmedida del de Basilea. Ni siquiera Edberg, con décadas de nostalgia a cuestas, pudo resistir el desgaste de un deporte tan itinerante como el tenis, plagado de viajes por los cuatro rincones del planeta, pese a convivir con “el mejor embajador que ha tenido este deporte”. Qué se debe de sentir cuando la persona admirada vierte esa reflexión sobre uno. La viva imagen del adulto cansándose antes que el niño.

Tras apenas poder competir en 2016, y “abriendo la fase inicial de trabajo” junto al croata Ivan Ljubicic, contratado durante el pasado curso pero pudiendo competir únicamente con buenas sensaciones físicas en ese Abierto de Australia, la llama del suizo parece dispuesta a seguir encendida durante largo tiempo.

Federer, el campeón más veterano

El de Basilea, que en Australia se convirtió en el campeón de Grand Slam más veterano de los últimos 45 años, firma récords de otro tiempo porque ya no compite con el ansia analítica del ahora. Un privilegio cuando gran parte de las plusmarcas llevan tu nombre como acompañamiento. En un deporte mecanizado, revisado al límite, donde se calculan hasta los metros recorridos en cada punto, donde se contabiliza la rotación de cada golpe y el margen con que pelota tras pelota se supera la red, hay quien se mueve ya por puras emociones. Saliendo a disfrutar, a sentir cada minuto en pista como si fuera el último, ése que Roger se empeña como ninguno en retrasar temporada tras temporada.

Antes de lanzarse a competir en Indian Wells, Federer protagonizó una rueda de prensa original, fuera de lo convencional en torneos de este calibre. En lugar de recibir preguntas de los periodistas, normalmente ceñidos a temas más rígidos ante un profesional con 20 años de carrera, los encargados de hablar con el suizo fueron niños. Con la inocencia que le embarga a uno por dentro cuando todavía no toca el suelo con los pies al sentarse en la silla. El filtro de la infancia para llegar al plano más natural del protagonista. ¿Tú vas a seguir jugando? En ese cruce del que todo lo ha vivido y del que todo lo pregunta, Roger se suelta con sinceridad en un intercambio donde se mezcla la ilusión y la pasión. “¡Ojalá pudiera seguir haciéndolo con 90 años! Pero jugar durante otros cinco sería un sueño para mí”, señaló el suizo, marcándose un amplio margen por delante. “Ahora mismo tengo 35 así que… ¿Os lo podéis imaginar? Jugando con 40 años…".

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“Cuando tenía vuestra edad solía enfadarme si las cosas no me salían bien”, les explicaba a los chicos, buscando ese punto de complicidad y detalles en común para comprenderlo todo desde la cercanía. “Eso ya ha dejado de pasarme. Si me siento mal es algo que se me ha olvidado a los cinco minutos”. Hay tantas cosas por disfrutar que cualquier desengaño enseguida es borrado por la diversión. Esa es una de las grandes armas actuales de Federer, capaz de competir ya despojado de cualquier fantasmas previo, como se vio en la final de Australia levantando un quinto set ante Rafael Nadal, la mayor némesis que jamás conoció en una pista, algo no muy frecuente en la histórica rivalidad entre ambos.

Con una familia numerosa, una carrera sin par y el tramo final dispuesto para el disfrute, Roger tiene el mayor juguete de todos entre las manos: lanzarse a competir sin nada que perder, conjugar la destreza de una leyenda con el espíritu de un niño.

Hay un momento placentero muy atribuible a la infancia. Eres pequeño, las obligaciones son mínimas y disfrutas con algo que te encanta. Estás tan obnubilado por el gozo que pierdes la noción del tiempo. Pasan las horas e, inmerso en tu fantasía, te parecen apenas minutos mientras a tu alrededor la vida transcurre a un ritmo mucho más lento en apariencia. Llega la hora de marcharse a dormir, mensaje que a uno le hacen saber, pero uno sigue ensimismado en esa burbuja, llevándose ese mundo ilusorio con uno hasta que se cierran los ojos.

Roger Federer