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Un hombre prehistórico más, aunque sin barba 'guarra'
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José Mari Alonso

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José Mari Alonso

Un hombre prehistórico más, aunque sin barba 'guarra'

La Kobaz Koba Trail de Zestoa gana un corredor gracias a la comunión deporte y naturaleza entre bellos parajes transitados por los primeros humanos y un ambiente festivo

Foto: Imagen de la Kobaz Koba de 2016 (Foto: www.kobazkobatrail.com)
Imagen de la Kobaz Koba de 2016 (Foto: www.kobazkobatrail.com)

Decía Martín Fiz a las puertas de una gran competición que se dejaba una barba 'guarra' de varios días para dar miedo a sus adversarios. Como parece que a él le funcionaba, me dio por pensar que algo similar me podría ocurrir si seguía este ritual. ¡En qué estaría pensando! Así que en las semanas previas a la Kobaz Koba Trail de Zestoa, en Guipúzcoa, me dejé crecer una frondosa barba aunque en la semana previa desistí de la idea y me la recorte (y no tiene nada que ver con el 'consejo' de mi mujer). ¿Por qué? Por varias razones. La fundamental, porque no doy miedo con barba o sin barba. Es así. Además, visto lo visto, tampoco hubiera funcionado la estrategia porque lo realmente raro en la carrera era ver a gente sin pelo cubriendo el rostro. ¡Cuánto barbudo! Es más, los pocos imberbes sí que daban miedo. Y renuncié porque, más que una competición, la prueba es ante todo una fiesta, una comunión entre deporte y naturaleza.

Foto: Unos corredores compitiendo en las cuevas (Ardiel).

No soy un loco del running pero me gusta consumir kilómetros en carreras. Apenas soy un novato en pruebas de montaña, pero es tiempo suficiente para ser más de verde que de asfalto. La Kobaz Koba Trail de Zestoa era una prueba que tenía marcada en rojo desde hace tiempo pese a que la cita aún anda en pañales. Con apenas un año de vida, los elogios de los participantes en su estreno, y que habían corrido como la pólvora entre los aficionados al trail running, habían convertido a la segunda edición en un plato más que apetecible que no pudieron probar muchos comensales porque sus 470 dorsales disponibles para las dos pruebas, de 25 y 17 kilómetros, se agotaron con la misma rapidez que Fiz, quién si no, dejaba atrás a sus rivales.

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Y la carrera de este domingo no defraudó. Fue una fiesta en todos los sentidos, con los bellos parajes como anfitriones a la que se quiso unir la climatología, que regaló unas condiciones óptimas para correr desde las 9.00 horas, cuando se dio la salida a la prueba larga (la corta partió media hora después). Afirma la organización que el sentido de la prueba es poder realizar un viaje atrás en el tiempo, a la Prehistoria, con un recorrido que transita por aquellos caminos que utilizaron los primeros humanos y en el que no faltan las ricas cuevas que abundan en este valle. Lo dice por el escenario, pero también uno se retrotrae al pasado porque en ocasiones se ve obligado a caminar a cuatro patas como los primeros primates ante la dificultad de mantenerse en pie por el barro acumulado cuando el terreno mira hacia arriba.

Es en estos momentos cuando piensas que hay que estar muy 'chalao' para participar con un calzado "minimalista" carente de desnivel entre el talón y la parte delantera (lo que viene a ser ir en chanclas) en una categoría que constituía la principal novedad de esta segunda edición. La otra opción era ir descalzo, pero por mucho que se esté en Euskadi la locura no deja de ser locura. En todo caso, tiempo al tiempo. La organización cifró en una treintena las personas que se habían inscrito en esta categoría, pero yo sólo vi a uno de estos locos. Es el mismo al que luego, al finalizar la carrera, me encontré en lo más alto de un pódium con los cajones de la plata y el bronce vacíos. Sus pies, vestidos con una capa de barro, eran testigos de su osadía.

La carrera es toda una ginkana que incluye salto de troncos u otros objetos (algunos sorprendentes), esquive de árboles, sorteo de piedras y ramas o andanzas por cuevas, todo aderezado con mucho barro, que examina la potencia de las piernas y la fiabilidad del calzado. La llegada monte arriba a Santa Engracia, a los seis kilómetros, da paso a una espectacular bajada de dos kilómetros a tumba abierta entre barro no apta para miedosos bajo la atenta mirada de los riachuelos. Es un tobogán con empinadas cuestas y bajadas peligrosas que te obligan a no perder la vista más allá de tus pies. Es por ello que echas de menos en ocasiones concentrar la mirada en los bellos parajes que te dan aliento en cada zancada.

Se han consumido dos terceras partes del recorrido cuando la carrera de 25 kilómetros pasa por el pueblo (la prueba larga tiene forma de '8'). Las fuerzas empiezan a resentirse, pero el ánimo del público te da fuerzas para afrontar el Alpe D'huez que está por llegar. Antes de la carrera, al ver el desnivel de la prueba sobre el papel, te has mentalizado que vas a sufrir como un perro durante algo más de dos kilómetros (la línea sube muy rápido). Endoia espera desafiante. Pero la mentalización no vale para nada. Se te corta la respiración, se te hiela la sangre cuando alzas la vista y ves semejante coloso. ¿Alpe D'huez? Esto es más parecido al Everest. Llego hasta pensar que el montañero vizcaino Alex Txikon, que estos días afronta el desafío extremo de ser el primer humano en ascender el techo del mundo sin oxígeno durante el invierno, tiene más posibilidades de hacer cima.

A los pies de este monte es cuando me acuerdo del comentario de un corredor en la línea de salida y al que apenas había prestado atención. "Nada más pasar el pueblo vas a decirte 'por qué no me habré quedado ahí". Y de repente oigo a mis espaldas: "Tenía que haber escogido la de 17 kilómetros". Al menos me congratula saber que no soy el único 'acojonado', aunque no es ningún consuelo. Muchas cosas te pasan por la cabeza mientras preparas el cuerpo y la mente. No sé por qué, pero al ver en el reloj que han pasado poco más de dos horas de carrera pienso que el ganador de la prueba está a punto de cruzar la línea de meta (para el crono en 2,09) "¿Cómo cojones lo harán?", te preguntas sin obtener respuesta. Suficiente tienes con lo que te espera como para andar buscando respuestas.

La subida se hace eterna. Miro el reloj y los metros no avanzan. Deseo por primera vez que el marcador se haya estropeado pero la realidad dice que está muy cuerdo. Tardo veinte minutos largos en recorrer el interminable kilómetro que me queda hasta la cima a golpe de riñón frente a los 7,15 de media de toda la carrera, que cuenta con un desnivel acumulado total de 1.560 metros. Lo bueno es que ahora tengo mucho tiempo para ver la vistas y darme cuenta del fantástico paisaje que nos ha abrazado durante toda la carrera. "Venga, que ya no queda nada hasta la meta", me saluda un miembro de la organización en la cima. Si alguna vez hay que dar un abrazo a un desconocido, éste es el momento ideal.

Empieza la bajada final y ahora el reto es preparar a las piernas para empezar a funcionar de nuevo tras el susto. Es cuando tengo el único conato de protesta del gemelo. Pero es sólo un pequeño susto. La última fase se hace rápida bajo la mirada de la cueva de Ekain, uno de los santuarios de arte rupestre más importante del mundo, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 2008, que ejerce de testigo en este salto atrás en el tiempo. Retrocedes en el tiempo pero avanzas en metros y, de repente, te encuentras de nuevo en las calles de pueblo de algo más de 3.500 habitantes. Arropado por el público cruzo la meta satisfecho por parar el crono en 3 horas y dos minutos, y más teniendo en cuenta que me faltaban kilómetros de preparación por un comienzo de año en el que el running ha compartido protagonismo con otros deportes en los que participan más personas que tú y tu sombra. Empieza ahora otra dura carrera, la que tiene como corredor de fondo al estómago, gracias a un reponedor 'desayuno' en el que no faltan la txistorra, las hamburguesas, la sidra o el caldo caliente, entre otros productos, y al que se suma el pueblo en un envidiable ambiente festivo.

Foto: Kepa Acero, próximamente en el agua (Quemalavida.com)

La meta da paso a 470 historias, las de cada uno de los participantes. "Me he caído en todos los sitios imaginables", asegura un corredor al que no le hacían falta las palabras. Su vestimenta marrón ya hablaba por sí sola. Acaba así una carrera en la que la organización ha cuidado tanto todos los detalles para sumergir al corredor en la vida de los primeros humanos que hasta el agua de la ducha es heladora. Me voy convencido de que el próximo año volveré a ser un hombre prehistórico más (si llego a tiempo a los dorsales). Pero para entonces falta aún por devorar más verde. Y sin tiempo para digerir la prueba, ya me han metido en otro 'embolado' en abril. "Te espera la media maratón de Montaña de Bera de Bidasoa", me dice al otro lado del teléfono un amigo. ¡Para que están los amigos!

Decía Martín Fiz a las puertas de una gran competición que se dejaba una barba 'guarra' de varios días para dar miedo a sus adversarios. Como parece que a él le funcionaba, me dio por pensar que algo similar me podría ocurrir si seguía este ritual. ¡En qué estaría pensando! Así que en las semanas previas a la Kobaz Koba Trail de Zestoa, en Guipúzcoa, me dejé crecer una frondosa barba aunque en la semana previa desistí de la idea y me la recorte (y no tiene nada que ver con el 'consejo' de mi mujer). ¿Por qué? Por varias razones. La fundamental, porque no doy miedo con barba o sin barba. Es así. Además, visto lo visto, tampoco hubiera funcionado la estrategia porque lo realmente raro en la carrera era ver a gente sin pelo cubriendo el rostro. ¡Cuánto barbudo! Es más, los pocos imberbes sí que daban miedo. Y renuncié porque, más que una competición, la prueba es ante todo una fiesta, una comunión entre deporte y naturaleza.