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Pensar lo impensable: los efectos devastadores de la actual guerra financiera
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Agustín Marco

A Corazón Abierto

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Pensar lo impensable: los efectos devastadores de la actual guerra financiera

A principios de año, Deutsche Bank envió a sus clientes preferentes un informe sobre la estrategia que debían seguir en los mercados de capitales para intentar ganar dinero

A principios de año, Deutsche Bank envió a sus clientes preferentes un informe sobre la estrategia que debían seguir en los mercados de capitales para intentar ganar dinero en el entorno actual. El titular del citado documento era “Pensar en lo impensable”, un enunciado dramático que advertía sobre los riesgos de la burbuja de deuda soberana provocada por las emisiones salvajes de todos los estados con las que los gobiernos intentaron apagar el fuego –quiebra de la banca- de la burbuja del crédito.

Pocos le hicieron caso, más al ver que la bolsa culminaba un buen primer trimestre del año y que las autoridades y los grandes patronos empresariales aseguraban que “estamos en el camino correcto”  (Botín dixit). Pero a mediados de julio, los mismos analistas de Deutsche recordaron a sus clientes el documento de cabecera para 2011 con el mismo titular: “Thinking the unthinkable”.  Una conclusión a la que la semana pasada también llegó Nomura en otro informe en el que exponía cinco escenarios de en qué puede derivar la crisis actual.

La institución japonesa hacía énfasis en los casos más pesimistas, cuyo extremo era la ruptura de Europa, con Grecia, Portugal, España e Italia fuera de la Unión Europea, si bien las probabilidades de que nuestro país quebrase son ínfimas respecto a nuestros vecinos del Viejo Continente.

Se esté más o menos de acuerdo, la reflexión de estos bancos demuestra dónde estamos y lo que nos jugamos. Estamos en “una guerra financiera”, según me comentaba el presidente en España de uno de los más importantes grupos bancarios de Europa. Lo explicaba con mucha tranquilidad pese a que la cotización de su entidad y, por tanto, su bonus se estaban yendo a hacer puñetas en la mañana del pasado miércoles.

En su opinión, la única solución era que Alemania, dueña del Banco Central Europeo (BCE), ordenase darle a la maquinita de hacer dinero, como ya ha hecho Estados Unidos en varias ocasiones. O de comprar bonos de los estados miembros sin emitir papel propio para respaldarlo. Es lo que se llama ajuste cuantitativo, una expresión que evidencia que todas las medidas anteriores –se han gastado más de tres billones de euros- han fracasado. Pero los alemanes no están por la labor –lanzar eurobonos que encubran la miseria de los países quebrados- ni lo van a estar hasta que Grecia, Portugal, España, Italia, Bélgica y hasta Francia se arrodillen.

Es decir, hasta que se comprometan por escrito a que sus políticas fiscales, sus gastos en pensiones, educación, sanidad e infraestructura se decidan desde Berlin y no por un político local con verborrea populista. Una rendición, una pérdida de la soberanía, a cambio de salvarles de una bancarrota que no interesa a nadie, empezando por Alemania, que sufriría y mucho desde el punto de vista del comercio exterior por una devaluación de las monedas de los citados países. No podrían comprar los productos que salen de las fábricas germanas.

Una teoría que explica por qué Angela Merkel asiste impávida al derrumbe de las cotizaciones de la banca francesa –BNP Paribas, SocGen y Crédit Agricole han perdido más del 60% de su valor bursátil-, de la española –en menor medida- y de la italiana, con Unicredito, el mayor banco de Europa, hundido y sin remedio. Incluso no mueve un dedo ni por la banca americana, la culpable original de la crisis, que en julio decidió no prestar ni un pavo más a sus compañeros europeos ante la previsible rebaja de rating por parte de Standard & Poor´s. El downgrade, confirmado en agosto, provocó un enfado brutal de China, el primer acreedor de EE UU, otro polo de poder que se empieza a resfriar.

Grandes fortunas tocadas

Mientras los líderes del G-7, G-20, Banco Mundial, FMI, Comisión Europea y Ecofin divagan, semana tras semana, en hoteles Five Stars, a los que llegan en coches blindados de gama alta, con frases vacías –generar confianza, propuesta conjunta, solvencia- con el objetivo de mantener su status quo mundial, los inversores ponen las cosas en su sitio. El dinero no circula. La banca no se presta entre ella y, en consecuencia, no le presta al cliente. Por tanto, la economía se hunde. O lo que es lo mismo, los resultados se desplomarán en los próximos trimestres, factor más que suficiente para vender a saco todas las acciones.

Un crash continuo -el Ibex ha cedido un 25% en tres meses- que, como cuando se retira la marea, muestra las apreturas de muchos grandes apellidos de España, todos esos que basaron su crecimiento en los últimos años en los créditos sin equity (dinero).  Hay muchos tocados, como los Abelló, Lara, Polanco, March, Del Rivero, Pérez, Boluda, Koplowitz, Santamaría –disculpen los que se me olvidan-, amén de muchos bancos y cajas.

Confiemos en que más pronto que tarde los gerifaltes se pongan de acuerdo por el bien de las generaciones futuras. Un mal tratado –recuerden el de Versalles tras la Primera Guerra Mundial- nos condenaría a años muy duros. Y ya saben que la miseria, tras la Gran Depresión del 29,  fue la madre de la Segunda.

A principios de año, Deutsche Bank envió a sus clientes preferentes un informe sobre la estrategia que debían seguir en los mercados de capitales para intentar ganar dinero en el entorno actual. El titular del citado documento era “Pensar en lo impensable”, un enunciado dramático que advertía sobre los riesgos de la burbuja de deuda soberana provocada por las emisiones salvajes de todos los estados con las que los gobiernos intentaron apagar el fuego –quiebra de la banca- de la burbuja del crédito.