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La escopeta bursátil de Alierta falla con el mastodonte de Telefónica
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Agustín Marco

A Corazón Abierto

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La escopeta bursátil de Alierta falla con el mastodonte de Telefónica

Dos presidentes de dos bancos de negocios internacionales se preguntaban cómo era posible que una compañía como Telefónica pudiera prescindir de dos directivos de reconocido prestigio como Santiago

Dos presidentes de dos bancos de negocios internacionales se preguntaban cómo era posible que una compañía como Telefónica pudiera prescindir de dos directivos de reconocido prestigio como Santiago Fernández Valbuena, su ya ex jefe de Latinoamérica, y de Eva Castillo, una de las españolas más respetadas en el universo financiero internacional, ahora varada en el consejo de administración tras negarse a aceptar un carguito inocuo de responsabilidad.

La cuestión partía de la lógica, del sentido común, para entender la enésima restructuración corporativa de la cúpula de la otrora envidia del país. Pero el banquero no contemplaba los factores políticos y de egos que habitualmente dominan la toma de decisiones en la organización ejecutiva de Telefónica. Una compañía que cada dos años mueve las sillas, cambia la estructura directiva con argumentos más bien peregrinos que el siguiente movimiento de caras rebaja a la categoría de incoherentes. Si les cuesta creerlo, lean los cuatro últimos zarandeos ordenados por César Alierta: septiembre de 2010, mismo mes de 2011; oh sorpresa, también septiembre de 2012 y el recientemente aplicado.

En octubre del pasado año ya publicamos por estos barrios que las intrigas palaciegas en Telefónica estaban en su máximo esplendor, que habría traca a finales del ejercicio, debido a la batalla egocéntrica entre Fernández Valbuena y José María Álvarez Pallete, el que ha salido ganador del último rifirrarre. Un triunfador que, no obstante, debería mirar lo que les pasó a sus antecesores, como Fernando Abril Martorell, que fue mandado a galeras cuando se le colocó como heredero del sillón presidencial. Curiosamente, el único que resiste el volcánico paso del tiempo.

El presidente de Telefónica ha cambiado cuatro veces la organizacion directiva en los últimos cuatro años, alteraciones que no han mejorado las cuentas del grupo ni han entusiasmado a los inversores

Todo esto tendría sentido si la compañía fuese como un tiro en resultados y el valor de las acciones reconociese que las decisiones fuesen para bien. Pero si uno mira el gráfico de Telefónica en la última década, se comprueba que la cotización de la antigua operadora sigue en niveles de noviembre de 2004. Si, diez años. Si a ese discreto comportamiento se añade que el dividendo fue suprimido y que la recuperación de la retribución se hace con papelitos, con el dilusivo truco del scrip dividend, invertir en esta multinacional -que crece al 1% en los años buenos- ha dejado de ser una bicoca.

Prueba de que Telefónica ha perdido atractivo, más allá de la esperanza (wishful thinking para los técnicos) de ser un operador digital, es que lleva desde abril de 2011 sin convocar un Investor Day, una multiconferencia con todos los analistas y gestores que siguen la compañía, más de 200 en el mundo. Tres años sin exponer una estrategia de crecimiento a seguir por estos inversores, que evidentemente han puesto su mirada en las empresas que están irrumpiendo en el universo telco, donde los antiguos monopolios –France Telecom, Deutsche Telekom, KPN, etc…- parecen mastodontes en fase de extinción.

Y no es que la compañía no se haya esforzado. Es, junto con las constructoras españolas, de las que más ha hecho los deberes, reduciendo su deuda a pasos agigantados, vendiendo activos con pérdidas –China Unicom, más filiales en Irlanda y Chequía- y recortando costes con EREs de 6.000 personas. Pero parece evidente que no es suficiente, puesto que la cotización continúa por debajo de cuando Alierta hizo su última apuesta personal, jugándose su propio dinero para demostrar a los inversores que Telefónica tenía un futuro.

El primer ejecutivo de la multinacional vuelve a errar en su apuesta personal -2,9 millones de euros- por hacer subir la cotización de una compañía que se cambia a niveles de hace diez años

Aquello fue en septiembre de 2011, con la conveniente filtración a las agencias internacionales –Reuters y Bloomberg-, para que el mensaje llegara al confín de los gestores internacionales. “Con esta operación, Alierta vuelve a dar una importante muestra de confianza en la compañía”, se dijo. Envidó 2,9 millones de euros a que la acción, que por entonces se cambia a 13 euros, alcanzaría los 18 euros en junio de 2014. O lo que es lo mismo, que se iba a revalorizar un 40%. La realidad ha sido bien distinta. Telefónica apenas se mueve por encima de los 11 euros, por lo que Alierta, salvo milagro, perderá esa prima que abonó por tener derecho a ejercitar la compra sobre 10 millones de opciones sobre acciones.

No es la primera vez que le falla la escopeta. Entre 2007 y 2008  hizo lo propio con el deseo de que la cotización llegase a los 22 y los 30 euros respectivamente. Se gastó casi diez millones de euros de su generoso salario en calentar al mercado. Unas apuestas que le honran –pocos presidentes se juegan su cartera-, pero que desgraciadamente no sirven de revulsivo.

Porque, si se analiza el escenario, Telefónica necesita una revolución más profunda. Requiere decisiones que vayan más allá de los fuegos de artificio, del vamos a cambiarlo todo para que todo siga igual. El tiempo corre en su contra porque los nuevos competidores van a una velocidad inalcanzable para los elefantes. Y no tiene pinta de que el partido se vaya a jugar en el estadio de los viejos dominadores del espectro por mucho que la Comisión Europea ponga unas merecidas multas a Google y el Gobierno de España establezca un peaje a los buscadores de Internet. La sociedad ya ha elegido a sus suministradores de servicios, más baratos, más eficientes, más todo. Lo dice uno que ha estado invertido en Telefónica cerca de diez años, para que no haya sospechas de infidelidad.

Sean felices.

Dos presidentes de dos bancos de negocios internacionales se preguntaban cómo era posible que una compañía como Telefónica pudiera prescindir de dos directivos de reconocido prestigio como Santiago Fernández Valbuena, su ya ex jefe de Latinoamérica, y de Eva Castillo, una de las españolas más respetadas en el universo financiero internacional, ahora varada en el consejo de administración tras negarse a aceptar un carguito inocuo de responsabilidad.

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