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La reina prekeynesiana que drogó a toda China
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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La reina prekeynesiana que drogó a toda China

¿Conoce alguien algún país que haya intentado convertir en drogadictos a los habitantes de China? Los ingleses se lo propusieron y, a fe de ellos, que

¿Conoce alguien algún país que haya intentado convertir en drogadictos a los habitantes de China? Los ingleses se lo propusieron y, a fe de ellos, que lo lograron. Lo evidencia mucha y muy buena literatura y la, a veces, sobornable historia.

La reina que drogó a todo un pueblo

Lin Hse Tsu, por orden del emperador Daoguang, envió, en el año 1839, la siguiente carta a la presuntamente civilizada Reina Victoria:

“Pero existe una categoría de extranjeros malhechores que fabrican opio y lo traen a nuestro país para venderlo, incitando a los necios a destruirse a sí mismos, simplemente con el fin de sacar provecho (...) ahora el vicio se ha extendido por todas partes y el veneno va penetrando cada vez más profundamente (...) Por este motivo, hemos decidido castigar con penas muy severas a los mercaderes y a los fumadores de opio, con el fin de poner término definitivamente a la propagación de este vicio (...) Todo opio que se descubre en China se echa en aceite hirviendo y se destruye. En lo sucesivo, todo barco extranjero que llegue con opio a bordo será incendiado (...) Lin Hse Tsu.

Como respuesta a tan justa declaración de intenciones, el gobierno ingles declaró las guerras del opio a China para proteger a sus traficantes de droga, genuinos gentleman de civilización superior. La primera ese mismo año, que acabó en 1842. La segunda entre 1856 y 1860. La ilustrada Francia y los EE.UU. de los patrioteros padres fundadores fueron cómplices de crimen tan horrendo contra una parte destacada de la humanidad.

Consiguieron con ello subyugar al pueblo chino durante decenios, promoviendo su cultivo, distribución y consumo. ¡Cuántos palacios para más de un lord del opio o magnate aristocrático de EE.UU. dignificado por el tiempo, adquiridos modales y olvido se han construido con tan sucio negocio!

Buena parte de la tragedia china posterior tuvo sus orígenes más profundos en este episodio espurio, luctuoso y escalofriante.

Keynesianismo previo a Keynes

¿Qué provocó tal animalada? Motivos keynesianos, aunque Keynes no hubiese nacido. O avaricia, como prefieran denominarlo.

En aquellos malvados tiempos los chinos, pueblo sabio entonces, pensaban que los bárbaros occidentales, concretamente los ingleses, no producían mercancías dignas de ser comerciadas por ellos y en su tierra.

A los británicos no se les ocurrió otra manera de incrementar los intercambios, el consumo y por lo tanto el crecimiento económico, que mediante el fomento de la droga entre los chinos, hacer que consumieran opio. No se vio a ningún inglés fumándolo, tan solo haciendo caja.

Eran estímulos, ciertamente, aunque algo bárbaros y un poco crueles. Ilustrativa inspiración salvaje para druidas nobelados, sin imaginación suficiente, que todavía no son concientes de la versión actual del esnifado drama medioambiental que están provocando.

La historia económica se repite

Drogando a todo un pueblo, aquellos adelantados de la economía “científica” fomentaron el crecimiento económico a lo bestia, mediante el tráfico de estupefacientes. No solo por los resultados económicos obtenidos para disfrute de unos pocos y cuelgue de muchos, sino por los métodos empleados y el calificativo otorgado a  sus artífices.

Tal política no se diferencia en su filosofía de la creación de necesidades absurdas mediante el marketing: los modernos productos adictivos. Sea tabaco o el abuso del omnipresente alcohol (un vasito de vino o una caña de vez en cuando son muy sanos); chucherías y otras guarrerías para un temprano incitar a los niños; los llamemos alimentos que incluyen grasas nocivas y otras sustancias que producen adicción, como tanta caloría tóxica que se vende envasada; o refrescos indecentes rellenos de diabetes y obesidad.

Ahora el proceder es más cauto y proceloso, rastrero, sibilino, mortal de necesidad. Por eso mismo más peligroso, necesariamente trágico para esta civilización gangrenada de perversión e imbecilidad: los perjudicados son y serán los mismos que promueven tales aberraciones adictivas junto con sus familias.

Un héroe implorado

Si a nuestro prudente rey Felipe II le consideran un rey malvado a pesar de que no promovió conscientemente masacre alguna ni argucias tan nefandas, ¿con qué crimen contra la humanidad debería calificar la historia a la reina Victoria y al gobierno inglés de entonces?

Contemplando un fumadero de opio de la época y poniéndolo al lado de las múltiples y variadas atrocidades ocasionadas a lo largo de los siglos, ¿qué lugar del escalafón criminal ocuparía?

Cuando China recuperó Hong Kong en 1997, arrancada por la fuerza en 1842 como parte de tal estrategia siniestra, erigió una estatua en honor de Lin el Diáfano, el admirado Lin Hse Tsu de la desoladora misiva. ¡Cuántos como él necesitamos!

Un imperio degenerado

El imperio pecuniario inglés no tiene mucho de lo que sentirse orgulloso. Buena parte de los conflictos geoestratégicos actuales: desde el enquistado problema palestino; la partición de la India y la desgracia de Pakistán y Afganistán; hasta el degradado y a menudo desquiciado acontecer del Africa subsahariana, son consecuencia directa de su fatal dominio y terribles decisiones, mirando siempre al bolsillo, y no al bienestar de las gentes presuntamente salvajes a las que ponía elegante botín encima con modales de exquisito par inglés.

Renegaba de la libertad de los conquistados, la equidad hacia ellos. La justicia o el bienestar de sus habitantes ancestrales a los que consideraba seres inferiores y de menor condición, dignos de ser exterminados, ni siquiera “civilizados”. O, en el mejor de los casos, válidos como sirvientes o esclavos a los que poder exprimir con fruición, para no ser aplastados, como los aborígenes de Australia, los negros en Sudáfrica o los últimos mohicanos en tanto confín.

No tuvo tal imperio un temprano Bartolomé de las Casas que atemperara barbaridades, ni leyes que los protegieran de la rapiña de sus amos. Jamás lo pretendió, cosa en la que España siempre se empeñó, aunque los resultados no acompañaran a veces.

Los días de Birmania, de George Orwell, es una digna y admirada luz entre tanta tiniebla periodística local a cargo del fantástico escritor inglés, independiente e íntegro. Se pueden contemplar decenas de películas que ingenuamente lo atestiguan.

Edificantes maneras ambas de comprobar como los logros imperiales se realizaron mediante estrategias incalificables, por no decir degeneradas, para explotar a los lugareños. Mientras, los amos disfrutaban en el club, henchidos de soberbia, de sus refinamientos alcohólicos y coloniales.

Productividad inversa del sistema económico triunfante

Con tal rapiña prekeynesiana, a finales del siglo XIX la riqueza del Reino Unido era una cuarta parte del PIB mundial.

Según ha ido exhumando tenebrosos conejos estimuladores de la chistera imperial, en este caso bombín, su PIB se ha ido deslizando hasta el 3,57% actual. Objetivo alcanzado a base de trabajo y productividad aliñado en eficiente ciencia económica anglosajona (sic).

Han vivido próceres y súbditos desde entonces del cuento y glorias pasadas, la ventaja del idioma, incluyendo la plaza financiera actual. Mediante productividad inversa a la proclamada por tales saberes, disolviendo su industria pionera según iban apareciendo competidores más eficientes.

Una premonición de lo que nos espera si seguimos adorando cierta ciencia infusa, inestable en sus consecuencias inmediatas, catastrófica en sus resultados a largo plazo.

Este capítulo colgado de su historia produce cabizbajo chute existencial: sonrojo y pesar a unos pocos preclaros caballeros en el Reino Unido. Es un avance.

Desgraciadamente, los británicos todavía no han asimilado el fin de su imperio, cosa que los españoles sí hicieron, demasiado tal vez. Muchas de sus acciones y decisiones, su euroescepticismo altivo, son fruto de esos aires de pérfida grandeza, llorada y añorada, que los mantiene anclados al pasado. Gibraltar es parte de él. Evolucionarán. Se dignificarán. Es ley de vida.

¿Conoce alguien algún país que haya intentado convertir en drogadictos a los habitantes de China? Los ingleses se lo propusieron y, a fe de ellos, que lo lograron. Lo evidencia mucha y muy buena literatura y la, a veces, sobornable historia.