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El economista catalán que no quiere ser europeo (I)
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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El economista catalán que no quiere ser europeo (I)

Asistimos al debate entre mi querido amigo Daniel Lacalle y el economista Xavier Sala i Martín, ardientemente caldeado para jalear al vulgo, que piensa que una

Asistimos al debate entre mi querido amigo Daniel Lacalle y el economista Xavier Sala i Martín, ardientemente caldeado para jalear al vulgo, que piensa que una Cataluña independiente sería más rica, viviría mejor, ya que las culpa de sus males provienen de Madrid. Olvidando que España es una democracia europea homologada, a pesar de sus graves carencias, y que Cataluña entera ha participado de las decisiones tomadas por los gobiernos centrales, cualesquiera que hayan sido estas.

El sistema electoral español favorece injustamente a los partidos llamados nacionalistas que, con sus reclamaciones bisagra sin contar con el interés general, han sido habitualmente agraciados más de la cuenta a causa de su permanente presión, por denominar de manera suave al chantaje continuo ejercido. Echar la culpa al gobierno central de los males de Cataluña, que por otro lado son los comunes a los del resto de España y otros muchos lugares pasados de rosca, no tiene razón de ser.

Aunque solo sea por su tradicional cooperación necesaria y el nefasto influjo producido en los diferentes gobiernos, al obligarlos a retorcer los chirriantes goznes sobre los que gira el Estado de Derecho, hasta dejarlo hecho unas trizas institucionales que es preciso recomponer.

El vil metal que lo pudre todo…

Es triste pretender conformar los estados, naciones, tribus o barrios atendiendo a intereses primarios o pecuniarios, apelando a los sentimientos más gástricos y primitivos, en vez de construir los más amplios espacios posibles de convivencia y diversidad, de intercambio cívico y, sobre todo, cultural y social.

El nacionalismo es probablemente el invento humano que más odio y muertes ha provocado los últimos doscientos años, a menudo aderezado o camuflado con otras ideologías extremas.

La Primera y la Segunda Guerra Mundial, tanto conflicto regional como los recientes en los Balcanes, son tristes notarios de la infamia. Lo fueron antes las religiones. Mañana lo será la escasez: el deterioro medioambiental trasnacional, la velocidad de cambio del cambio climático, el agua, la energía, los recursos que serán cada vez más limitados o la biodiversidad que recula sin piedad.

La invocación al nacionalismo cuando se pretende cometer cualquier barbaridad o meter mano al contante y sonante metal, como las perpetradas por tanta dictadura latinoamericana o democracia nominal descamisada, son ejemplos que deberían hacer escarmentar a mucho ingenuo que se dice demócrata, informado y libre.

Nuestro país ha sobrevivido largos siglos a todo tipo de empellones, con sus geniales fogonazos, y sombras macabras a cargo de la España más intolerante y profunda de cada momento, ayer identificada con la Inquisición, hoy con los nacionalismos recalcitrantes.

Es la manera que tienen los sectores más retrógrados de la sociedad de imponer su monolítica manera de ver la vida. En las antípodas del espíritu europeo que intenta aglutinar diversidad, tolerancia y cultura más allá del pecuniario interés.

Carlismos ancestrales en pleno siglo XXI que quieren modelar la sociedad de acuerdo a sus deseos, que no suelen tener nada que ver con los de la mayoría. Aunque muchos los voten al apelar a la demagogia, el miedo, a los más bajos instintos básicos o vecinales, el odio al diferente.

Deseos aderezados con oscuros intereses económicos trufados de corrupción por parte de sus impulsores. La prensa libre está llena de ejemplos, desde el hereu del chiringuito al tres por ciento, o los delincuentes condenados e indultados por el denostado gobierno central a cambio de la enésima componenda.

…los valores que se ahogan…

Las ideas, sentimientos y valores pertenecen a cada individuo. Contra eso la razón se bate a menudo en impotente retirada.

Están, por un lado, los valores individuales clásicos, parece que arcaicos y demodé: honor, amistad, justicia, honestidad, generosidad, rigor, laboriosidad, solidaridad, tolerancia, el respeto hacia el que no es idéntico, al que ni siquiera es parecido.

Y los valores colectivos, muchos de los cuales suelen ser destructivos o acaban de manera trágica: las religiones, que no son malas por sí mismas, reconfortan a muchos, siempre y cuando no se instalen en la intolerancia y el fanatismo; las ideologías extremas, llámense comunismo, populismo, fascismo, racismo o papanatismo; la pertenencia a la tribu, con su vertiente positiva, cuando protege costumbres y tradiciones lingüísticas, culturales o ecológicas, cuando estas no perjudican a nadie ni menosprecian al vecino, cuando defiende al débil de la comunidad o a esta de amenazas externas: se denomina patriotismo.

… los nacionalismos que son una lacra…

O en su vertiente envilecedora, el nacionalismo, que necesita siempre de un enemigo al que poder culpar de los propios errores o desaciertos. Que se construye triturando el raciocinio, castrando la razón. Mediante el rechazo al que piensa diferente o al que realmente lo es, apelando a los más ruines subterfugios o los motivos más abyectos, imponiendo los propios traumas vitales o gremiales.

Buscando uniformizar a los ciudadanos, utilizando el subyugado sistema educativo y los medios leales para ello, con el fin de azuzar neuras o prejuicios contra el de enfrente o el infiltrado, sea este masón, negro, moro, judío, gitano, pobre, maqueto, inmigrante, marica, marciano, puta, de derechas, izquierdas o vecino de rellano.

Muchos nacionalismos basan sus reivindicaciones en la supuesta superioridad de sus miembros con respecto a aquellos de los que se quieren emancipar o intentan aplastar, porque son más listos, guapos y están ungidos de excelencia ancestral. Ombligo en el que contemplar sus delirios y locuras no les suele faltar.

… los de aquí también…

El debate en cuestión radica en la conveniencia para Cataluña de independizarse del resto de España en función de simples razonamientos económicos. Olvidando la historia que tanto les ha beneficiado, renegando de los arreos comunes de tantos siglos de convivencia vecinal en paz y buena armonía.

El motivo último es un grupo cerrado de poder, dicen que cuatrocientas familias, que así podrían pastelear mejor con Europa para maximizar la tajada. Dudo que esta entrase en semejante componenda rastrera. El espíritu europeo es otra cosa, incompatible con tamaño regateo vil.

Ahora que el bajel está agujereado y todos son responsables solidarios, ciertos sectores catalanes de mentalidad pueril, la culpa de sus males las tienen siempre los demás, quieren abandonar en bote carcomido de ruindad el barco que zozobra, porque piensan que así se salvarán del naufragio y arribarán al paraíso soñado sin el lastre del vecino parásito.

Como argumento es demagógico. Como realidad más que dudosa. Para que a ellos les vaya bien los demás se tienen que dejar si no quieren comerciar solo con el Sahara. Romper lazos empobrece el raciocinio. Ese otro es toda Europa.

…para una Europa que naufraga

La Europa contemporánea, que intentó construirse anclándola a los valores humanistas que ella misma alumbró y tantas veces decepcionó, que la convirtieron en el faro cultural y artístico de la humanidad durante el último medio milenio, ha degenerado en la Europa del trapicheo, la codicia y el fundamentalismo mercantil. Es la causa última de su crisis existencial y moral.

Refundar Europa significa que el espacio económico común compartimentado en múltiples mercados, a menudo incompatibles entre sí, tiene que tomar la gran decisión: o intensificar la unión política, económica y fiscal superando el belicoso concepto de nación; o disolverse otra vez en reinos de taifas y, no solo el euro, con todas sus consecuencias potencialmente bélicas y destructivas, para reanudar la tradición.

Necesita para ello hombres o mujeres de Estado, como aquellos que construyeron primero la CECA, la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, que dio paso a la Unión Europea actual. Con políticos insignes, de miras generosas y amplias, como el mítico Adenauer y sus colegas de entonces, que hicieron germinar la deseada Europa unida y en paz.

Con lo que, mientras meditamos este aserto, las palabras tocan hoy a su fin, que mañana seguiremos.

Asistimos al debate entre mi querido amigo Daniel Lacalle y el economista Xavier Sala i Martín, ardientemente caldeado para jalear al vulgo, que piensa que una Cataluña independiente sería más rica, viviría mejor, ya que las culpa de sus males provienen de Madrid. Olvidando que España es una democracia europea homologada, a pesar de sus graves carencias, y que Cataluña entera ha participado de las decisiones tomadas por los gobiernos centrales, cualesquiera que hayan sido estas.