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No es una crisis es un erial
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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No es una crisis es un erial

Hemos reventado el país y nos resistimos a asimilarlo. Pensamos que seguimos en crisis. Ya finalizó. Entramos en una cuarta dimensión, un desierto bien asentado al

Hemos reventado el país y nos resistimos a asimilarlo. Pensamos que seguimos en crisis. Ya finalizó. Entramos en una cuarta dimensión, un desierto bien asentado al haber triturado tanta industria y sector, con la inestimable ayuda de la corrosiva Comisión, malos empresarios, peores sindicatos y la más lacerante ideología.

El delirante sistema productivo basado en ladrillo, corrupción y amigos, aderezado con fondos que algunos pensaron que llovían gratis del cielo, colapsó. Los últimos años fueron un espejismo kafkiano. Hay que comenzar a arar de nuevo este erial con sudor y sufrimiento, sacudiendo el fango, espabilando para poder cosechar. No hemos comenzado.

Un erial económico

La riqueza real ha encogido entre un 20% y un 30%, digan lo que digan las manipuladas estadísticas. Seguimos bombeando PIB con crédito terminal, dedicando el incremento de la deuda a mantener dispendios inasumibles, zombis financieros, empresarios y medios cuya baraka ya se agotó. El hinchado engranaje crediticio acabará descoyuntado cuando se agote la lubricación. No falta tanto.

El gasto corriente del Estado deberá disminuir una cuarta parte, más de 100.000 millones de euros de vellón al año, lo queramos o no. Una vez los políticos se caigan del guindo, o los arrojen los acreedores sin contemplaciones de él, cuando les “convenzan” de las medidas a tomar si quieren teta de la que seguir mamandurriando.

Incluye todo, será doloroso: pensiones, enseñanza, sanidad, prebendas, pesebres, funcionarios, ineficiencias, administraciones duplicadas, caraduras y, sobre todo, jetas. Es el precio a pagar por la incapacidad de un país a vivir con la cordura y dignidad que siempre mantuvo en su pobreza. El resto de Occidente, empezando por Alemania, no disfruta de mejores cuentas, aunque todavía no se han enterado. Es una cuestión de tiempo que se resquebraje su prosperidad, mantenida también a crédito, aunque mejor devengada.

No volvemos a ser pobres, nunca lo dejamos de ser. La solución no consiste en realizar tímidos recortes. Todas las administraciones públicas deberán elaborar un Presupuesto base cero, arrojando por la borda cualquier gasto innecesario, usando de lastre políticos cafres y gestores ineptos. Rehacer desde los cimientos el edificio institucional, legal, industrial y educativo. Redimensionar el aparato del estado con sensatez y humildad. Priorizar. Meter mano sin mesura a los tres tabúes otrora intocables: autonomías, pensiones, funcionarios.

Racionalizar de manera radical gobiernos regionales, entes y organismos, los ayuntamientos, hacer masivas regulaciones de personal en el sector público. No solo de empleados temporales que a menudo son los que más trabajan, sino de los que dicen estar fijos por la gracia de Dios, aunque no haya dinero para pagarlos, ni justifiquen su función. Buscar sinergias atravesando líneas rojas, sobre todo políticas, cualquier cosa que signifique tal irreverente afirmación. Si las empresas lo hacen con gran dolor cuando las ventas se desploman, ¿por qué no los estados cuando quiebran, que torpe soy, cuando son rescatados?

Escocerá. Que se quede el que justifique el puesto de trabajo y esté capacitado para él. Estamos a la cabeza del mundo en papeleo absurdo y burocracia. No hay ninguna facilidad para emprender. Sobran leyes y decretos. Cada ente o negociado suelta su propio parto redundante o incompatible con el del vecino. Muchos legisladores pueblerinos legislan al revés, para intensificar las supuestas diferencias o afianzar la delirante corrección política. La estulticia sigue cotizando al alza.  

Es necesario cuestionarse absolutamente todo de nuevo, empezando desde abajo, con pulso firme para que no tiemble el mazo. Analizar cada función. Levantar un nuevo andamiaje patrio justo y coherente. Si es necesario endeudarse, hacerlo con cuentagotas. Destinando los fondos, exclusivamente, a nuevo tejido productivo, cultura e innovación, jamás gasto corriente.

Un erial institucional

El fundamentalista está siempre en posesión de la verdad. Cualquier diálogo con el caradura es inútil porque, aunque oiga, se niega a escuchar cualquier cosa que no le convenga. El demócrata intenta convencer, el fanático siempre pretende vencer. Imponer sus deseos con cualquier método agresivo, basándose en supuestos agravios que jamás se produjeron o cualquier otro discurso victimista a mano, por estrambótico que sea. Emula a Groucho Marx: estos son mis principios, si no le gustan, tengo otros; elaborados a imagen y semejanza de su bolsillo, claro está.

Hemos convertido estos lares en eriales económicos pero, sobre todo, cívicos y morales. Las recientes algaradas en Cataluña son una muestra palpable y dolorosa. Podríamos entrar al trapo en argumentos que desmontaran el victimismo rastrero añadiendo la variable tiempo, para variar, a las presuntas afrentas pecuniarias. No merece la pena tan infantil rifirrafe.

A cambio, se podría sugerir a sus políticos que se ilustraran; que disolvieran las patrañas que cuentan en los colegios a los niños o que proclaman cada día sus druidas mediáticos. No lo harán. El suyo es un estrecho mundo bipolar: blanco o negro, listos y tontos, trabajadores y gandules, los míos o los otros, conmigo o contra mí, escogidos o vituperados, en catalán o castellano. Desconocen el valor de la imperfección, la virtud del color gris, el honroso término medio, la convicción aseada, la convivencia educada, la pluralidad plural.

Si estudiaran la historia del siglo XIX se verían reflejados en ella, siendo como son herederos genuinos de la política más rancia y casposa, latente desde entonces, entre proclamas y espadones. El oscurantismo retrógrado que ha hundido España está siendo protagonizado por ellos. Sus masas inertes y enfervorizadas, con el bochornoso espectáculo reciente, son impropias de un país europeo civilizado y supuestamente culto. Harían bien en mirarse al espejo de Venezuela y Argentina, para que husmearan la villanía que les aguarda. El hereu se frota las manos al acecho, listo para tomar posesión.

Renegando de la mesura solo conseguirán ahondar la tumba de la razón, la suya y la de los que arrastrarán. Convertirse en parias descamisados extramuros de una Europa que no es la suya, en la que no tendrán acomodo. La llave estará siempre cerrada para aquellos que aplastan la verídica pluralidad, la palabra convivencia.

Un erial político

Ser europeo es algo más que una cuestión geográfica, es ser capaz de superar el vil mercadeo. Mantenerse digno de la propia historia, cultura y tradiciones, asimilando las buenas, tomando buena nota de las malas, para que no se vuelvan a repetir. El deseo de convivencia en paz, hermandad y triunfo de los valores ya universales que tanta sangre han hecho derramar: libertad, igualdad, fraternidad.

Fraternidad de la que reniegan demasiados, lo hemos contemplado estos días. Igualdad mientras la impongan a su voluntad, los ejemplos abundan. Libertad, molesto vocablo que produce estertores cuando se asocia a eufemismos como “normalización”, “inmersión”, “autogobierno”,… o el agonizante “pluralismo”, que se acepta siempre y cuando sea monolítico y obligue a exiliarse a los cómicos.

Se comienzan a escuchar escalofriantes historias como la del crío de 11 años que decía que España le roba. Ayer fueron judíos, moros, cátaros o hugonotes; rojos, fachas, demócratas o masones; filósofos, pensadores, escritores, mujeres, gitanos, agotes, científicos, homosexuales, brujas, siempre los sufridos cómicos y otra chusma variada de asimismo mala reputación. Hoy son sus vecinos, sus propios amigos y familiares que viven o proceden de allende barrios y regiones hermanas. Es algo demencial.

Empieza el fatídico descalabro con chiquilladas inocentes. Prosigue señalando al diferente o al que no comulga con su delirante religión. Siguen espeluznantes noches macabras de cuchillos largos, aunque sea en San Bartolomé. ¿Cómo suele acabar el culebrón cuando el último atisbo de razón se desvanece? ¿Cuántas veces a lo largo de la historia se ha repetido el trágico guión?

Debería ser obligatorio mostrar en colegios e institutos aquellos impresionantes documentales en blanco y negro, las fatídicas tragedias no solo nacionalistas que registró el siglo XX, con el fin de evitar infamias futuras: las envenenadas trincheras en la I Guerra Mundial, el camino a La Junquera colapsado en muerte y desesperación en el año 39, la dramática desaparición de Machado en la cercana Colliure, la humillación de judíos en las calles de Alemania por parte de honrados gentiles previa al Holocausto, la separación de India y Pakistán, la locura de los Balcanes, el genocidio de Ruanda, la calcinada biblioteca de Sarajevo, los secuestros y asesinatos de ETA. ¿Acaso esta pobre gente dócil y manipulable no es consciente de la sinrazón que pueden desencadenar sus codiciosos políticos avaros de poder, dinero y mando absoluto en plaza aunque ordenen otros?

Si un colectivo no desea convivir en armonía con sus vecinos de rellano, ¿por qué habrían de hacerlo con los del piso de abajo, de arriba en este caso? Para ser parte integrante de Europa primero hay que ser europeo de espíritu y corazón, comulgar con sus valores, para poder ser admitidos en su seno. El comportamiento reciente de ciertos sectores de la sociedad catalana ha estado más próximo al de las masas enfervorizadas, sus primos descamisados del otro lado del charco: Kirchner, Chavez, Morales o Castro. ¿Es eso acaso lo que desea Cataluña? En Europa ya no se admiten tales patochadas.

Las mezquindades nacionalistas recientes, pretender pegar la puntilla al enfermo, gangrenado con su inestimable colaboración, serán recordadas durante mucho tiempo. Reverberará la maledicencia de sus políticos. No será bueno para nadie, mucho menos para ellos, que serán devorados por la desconfianza de Europa y la ausencia de mercados. Si vituperan así a sus vecinos, ¿cómo tratarían al resto si consiguieran integrarse? Malas credenciales son. Prefieren azuzar la ignorancia en vez de pensar, ser miembros enfervorizados de la tribu escogida antes que ciudadanos ejemplares. ¿El seny? Chanza macabra que una vez fue espectacular sardana. Ellos verán.

Lo dicho. Presupuesto base cero para todos, hasta ellos, aunque se rasguen las vestiduras y tiemble la señera senyera. A ser posible juntos, en comandita y sin lloreras aldeanas ni tribales. Reedificando el estado desde los cimientos, cambiando lo que haya que cambiar. Buscando para todos digno acomodo, con el fin de que las derivas neuróticas, que despiste, patrióticas, de algunos sectores descarriados de la sociedad se desvanezcan. Toca regar y hacer florecer juntos este erial, como tantas otras veces antes. Sus hijos, los nuestros, Europa, el afán de convivencia, una sana prosperidad en paz y buena armonía serán jueces inapelables.

Hemos reventado el país y nos resistimos a asimilarlo. Pensamos que seguimos en crisis. Ya finalizó. Entramos en una cuarta dimensión, un desierto bien asentado al haber triturado tanta industria y sector, con la inestimable ayuda de la corrosiva Comisión, malos empresarios, peores sindicatos y la más lacerante ideología.