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Biodiversidad, maldita externalidad
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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Biodiversidad, maldita externalidad

Según informe del Convenio sobre la Diversidad Biológica, los objetivos AICHI sobre biodiversidad, se necesitarán cientos de miles de millones de euros para reducir la galopante

Según informe del Convenio sobre la Diversidad Biológica, los objetivos AICHI sobre biodiversidad, se necesitarán cientos de miles de millones de euros para reducir la galopante pérdida de biodiversidad, la desaparición cada año de millones de especies animales o vegetales, sean linces, mariposas, plantas, peces o corales, degradando la vida de la Tierra.

Objetivos AICHI

Son veinte objetivos a alcanzar en el año 2020 que, someramente descritos, se esforzarán en concienciar a la población sobre la necesidad y la obligación de preservar la biodiversidad; garantizando que la agricultura y la ganadería, las pesquerías y la acuicultura, los bosques o los océanos se exploten de manera de verdad sostenible, asegurando su conservación; estableciendo los mecanismos adecuados para su gestión, control y verificación; comprobando que los recursos naturales se explotan de manera que no se rebasen límites ecológicos seguros; reduciendo la degradación y fragmentación de los ecosistemas.

Como ejemplos concretos, se procurará que la polución y los excesos de nutrientes no sobrepasen niveles que deterioren el normal funcionamiento y la riqueza de tales ecosistemas. Se espera poder erradicar especies invasoras o, al menos, encauzar vías para poderlo conseguir. Antes, para 2015, se intentará minimizar el impacto en los corales y otros sistemas vulnerables como consecuencia de la acidificación de los océanos y el manido cambio climático. Como esperanzadora utopía no está mal.

Externalidades infantiles

Habitamos una sociedad infantil donde las responsabilidades se diluyen mediante sarcásticas externalidades.

Define la socorrida Wikipedia, que tengo a sufrido golpe de teclado, a la aliviadora externalidad como la situación en la cual los costes o beneficios de producción y/o consumo de algún bien o servicio no son reflejados en el precio de mercado de los mismos. Son externalidades aquellas actividades que afectan a otros para mejorar o para empeorar, sin que éstos paguen por ellas o sean compensados.

Los objetivos anteriores, necesarios para detener la depredación en la que está empeñada cierta especie conocida, cada individuo en función de su propia huella ecológica, devengarán factura a cuenta de tal desagüe científico aliviador de remordimientos y molestas responsabilidades. Como hasta ahora eran asuntos externos al sistema económico, nadie se hacía cargo de ellos. Ahora lo haremos entre todos en comandita, unos más que los otros, ya que sus efectos no conocen fronteras y saben todavía menos de nacioncitas.   

Pagaremos a destajo el desaguisado, en metálico o en especie, los pobres mayor cuenta que los ricos, como es lo habitual. Seremos conscientes de ello una vez la economía haya interiorizado sus consecuencias, convirtiendo las flatulentas externalidades en interioridades nocivas, costosas y por fin integrantes, aunque incómodas, del sistema económico.

Es objetivo que mientras unos dejan de sufrir contaminados edemas o degradados sarpullidos en su hábitat cercano o ecosistema vecino; mientras otros dejan de supurar desperdicios propios o ajenos, o alivian su tristeza al contemplar tanta barbarie civilizadora, el resto dejará de empobrecerse cada día un poco más a causa de la desaparición de insustituibles especies vegetales y animales que coarten su medio de subsistencia.

Atenuaremos el estropicio entre todos los paganos a golpe de talonario. Con el fin de reducir la cuenta e incrementar la dignidad, algún día lo haremos con eficiente atemperamiento, esperemos. En caso de seguir en inopia rellena de ceguera consumista y urbanismo basura, la alternativa llegará el día en que la naturaleza se harte, tome inexorable revancha, cuando la música deje de sonar.

Momento en el que las exaltadas huestes de Darwin y Malthus se lanzarán a degüello contra la controvertida especie humana en nada jocosa formación, a lomos de jaca huesuda y hambrienta, cubiertos por yelmo científico, armados de tenebroso tridente blandido en ristre, parece que este sí racional, aunque fastidie a más de un sabio y decenas de expertos.

Mientras tanto, la indolencia permanece contemplativa: son externalidades, nada que ver con nosotros, proclaman tan ufanos los druidas del gremio. Unas pocas veces se sabe muy bien quienes son los responsables aunque no se tomen medidas. Es el caso de los humos y olores provocados por cada uno en su casa o en el coche. Otras muchas son causa flagrante e ignorante los manidos expertos, que nos han impuesto un modelo de desarrollo económico demencial, ni siquiera cómodo, bello o sofisticado, como los responsables del caótico urbanismo actual o los apóstoles del crecimiento económico a ultranza.

Dicen que hay externalidades buenas, aquí hablamos de las malas, el sino de este inconveniente blog despabilador de conciencias, triturador de supuesta ciencia establecida. Concepto que se ocupa de dejar fuera del sistema económico las tropelías cometidas por cualquier transacción económica, sin pena ni culpa para el causante. Sea a causa de la contaminación producida, la basura abandonada, el bosque roturado o el caladero agotado. Asuntos que, amplificados por los millones de transacciones diarias, convierten la actividad económica en inestable monstruo voraz anestesiado por infantiles herramientas teóricas.  

Economía adulta

De acuerdo con la inexistente contabilidad natural, la depredación y el derroche de recursos se considerarán algún día gasto inútil e innecesario que frenará la degradación del planeta, cuando se inaugure la gloriosa economía fundamental. La contabilidad tradicional, mientras tanto, sigue computando indiscriminadamente galgos y podencos, estímulo o austeridad, gasto o dispendio.

La economía fundamental interiorizará las denostadas externalidades, útiles apenas para describir el fugaz corto plazo, dignificando la denostada ciencia social. Una vez los estropicios causados por la actividad económica se valoren de manera económica, no solo científica, para poder ser intercambiados entre las personas con criterio y honestidad. De manera que el hombre pueda apropiarse dignamente de los recursos, valorándolos sin depredar, enriqueciendo a cuantos más mejor en justo intercambio, en vez de acabar empobreciéndonos a todos.

Ocurrirá cuando se considere tales externalidades un elemento más de la actividad económica, ergo humana. En vez de seguir siendo elemental subterfugio, presuntamente científico, que enmascara el crecimiento imposible de la economía, tal y como está hoy planteado, a costa de la salud del planeta.

¿Manera de hacerlo? Sacudiendo el estancamiento de la desnortada disciplina actual. Instaurando la ciencia de la escasez, como aplicación práctica de lo anterior, junto con otras medidas como las propuestas en estas páginas: trazabilidad obligatoria de cualquier producto o servicio, su publicidad; o la reforma del sistema fiscal, sustituyendo el actual impuesto sobre el valor añadido por un impuesto sobre el incremento de entropía. Que obligue pagar más a quien más contamine, dañe más a la naturaleza o mayores recursos finitos necesite para hacer más soportable su mezquina existencia envuelta en inanidad cerebral.

Redefiniendo el concepto de valor añadido. De manera que considere la actividad económica como un todo soportado por la realidad física y biológica de la Tierra. Colocando de telonero puntual el punto de vista marginalista e instantáneo en vigor. Nuevas herramientas capaces de amortiguar la velocidad de cambio del cambio climático, deteniendo la pérdida de biodiversidad, creando puestos de trabajo.

De esta manera, se incentivará el crecimiento a largo plazo, la preservación de recursos y de energía fósil, para que nuestros nietos puedan disfrutar de ellos. Se reducirá la contaminación producida o la energía dilapidada por cada unidad de producto o servicio, produciendo de una manera más eficiente desde el punto de vista natural, incrementando el empleo.

Lo irónico de los objetivos AICHI es que el gasto presupuestado incrementará a corto plazo la actividad económica considerada a la manera tradicional, el PIB mundial, el empleo y la riqueza ficticia, al aumentar las transacciones económicas que permitan atemperar la pérdida de biodiversidad, aunque lo realice a crédito el sobreendeudado Occidente. Otra maldita incongruencia.

Según informe del Convenio sobre la Diversidad Biológica, los objetivos AICHI sobre biodiversidad, se necesitarán cientos de miles de millones de euros para reducir la galopante pérdida de biodiversidad, la desaparición cada año de millones de especies animales o vegetales, sean linces, mariposas, plantas, peces o corales, degradando la vida de la Tierra.