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El 'Power Point' que salvará la sanidad madrileña
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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El 'Power Point' que salvará la sanidad madrileña

Reducir un 20% los costes en cualquier negocio de la industria química y petrolífera o, por qué no, en la sanidad, es algo bien plausible si

Reducir un 20% los costes en cualquier negocio de la industria química y petrolífera o, por qué no, en la sanidad, es algo bien plausible si no fuera por los efectos secundarios que a menudo produce: algún muerto que otro de vez en cuando.

Algo tópico, típico y posible para cualquier directivo Power Point. De esos que sobre el papel son brillantes, enérgicos y hasta inteligentes para los ojos de jefes mal nombrados, ya que el fiasco que la terca realidad siempre dispensa se lo encasquetan a otro al final de cada año, justo antes de la cena de Navidad.

Si por casualidad fuesen una realidad tales despropósitos, ya conocemos el resultado de la planta de West en Texas la semana pasada, de alguna plataforma petrolífera de nombre Deep Water Horizon, o una refinería en llamas de vez en cuando. Sea en la antaño cabal Estados Unidos o en la patriótica y populista Venezuela, que sobrevive por la cara, es decir, por una jeta madura y asimismo caudillista, a costa del dinero que surge del agujero.

En tales industrias, si están bien gestionadas, siempre y cuando no sean parte de algún oligopolio cazurro o estén dirigidas por directivos Power Point, el margen de actuación no es grande si la dirección es profesional y realiza su labor diaria con honestidad, rascando de donde se puede rascar, sin solución de continuidad, sin poner en peligro vidas y haciendas.

Cuando los resultados son espectaculares en poco tiempo en tales industrias significa que, o bien antes todo se hacía mal, o que están comenzando a hacerlo mal ahora a causa de la presión sobre los resultados.

Si la codicia apremia, siempre es posible retorcer el gaznate a las tuberías o estrujar las válvulas, reduciendo los controles operativos, el sentido común o la cualificación de los trabajadores para conseguir resultados “brillantes” en muy poco tiempo.

Habitualmente, nunca ocurre nada y en eso se escudan tales directivos. Hasta que las llamaradas alumbran la noche o una explosión seca e inmisericorde conmociona a los soñolientos ciudadanos amantes de la ley de la selva más furibunda, aunque sea en Texas, pronunciado Tejas, maravilla del castellano ancestral.

Como el riesgo en bolsa, también hay aquí un beta, sólo que en el mundo real consiste en algo más que estadística barata, es complicado medirlo y puede costar vidas si se evalúa mal. Todo o nada. Vida y muerte. El riesgo no tiene término medio. No es posible valorarlo con precisión a pesar de utilizar la ciencia con rigor (en finanzas tampoco, aunque sus gurús matemáticos y nobelados digan que sí, se podría triturar su metodología sin demasiada complicación).

El problema es que en los negocios complejos y no ficticios no es fácil poner un listón y marcar un límite exacto a la seguridad. La duda pende, revolotea y a veces prende. Toda precaución nunca está de más si se toma con criterios profesionales y eficacia responsable, lo cual no quiere decir que se deba tirar el dinero a la basura.

Tal cosa no implica que haya demasiadas plantas e instalaciones industriales que dejan mucho que desear, en las que cualquier experto de medio pelo podría constatar, a simple vista y sin necesidad de un examen minucioso, que su diseño o gestión es inadecuada. Todos menos los analistas ansiosos de parafernalia, ratios y el papel que lo aguanta todo, para poder hablar bien de nadie, sobre todo de los que no saben hacer su trabajo.

Pasó con Fukushima, cuyas instalaciones pasaron de ser de risa, a causa de un evidente mal diseño, a convertirse en longevo llanto. Y con tantas otras centrales nucleares, energéticas o industriales a lo largo y ancho de este mundo.

Pasa cada día más a causa de la presión sobre la rentabilidad que los mercados reclaman, voluble fantasma imaginario que enmascara la codicia de alguien, y la que los directivos Power Point ejercen sobre los costes a rebufo suyo para garantizar el bonus y el reconocimiento a tan demente agresividad ejecutiva.

Otra cosa son las compañías deficientemente gestionadas por definición, cuyo margen de actuación podría ser mayor si alguien se plantease realizar una buena labor, como pasa con los bien conocidos oligopolios amigos o los monopolios ultramontanos de muchos países petroleros.

Al tener los beneficios asegurados por obra y gracia del Gobierno de turno, que se conforma con una competencia mediopensionista, por denominar tal paripé de alguna manera, no tienen incentivos para mejorar la gestión y sí para incrementar su propia remuneración a cambio de no hacer nada.

Afortunadamente, la crisis y las malas inversiones provocadas por los ejecutivos Power Point están obligando a muchas empresas a replantearse su inmovilismo gerencial, aunque esté a rebosar de deuda. El problema es que para eso hay que remover ineptos y sillones y eso, en España, es algo impensable, Ibex 35 dixit, en paz descanse si las montañas de deuda de sus compañías no lo abrasan antes.

Esperemos que no caigan en el error de producir milagros financieros que no sean los derivados de una mejora real de su gestión, cuyas consecuencias serían trágicas, como en tantos otros sectores azotados por el todo vale.

El gobernador de Texas se enorgullecía hasta ayer de la falta de controles medioambientales o de cualquier otro tipo en su región y lo fácil que era hacer negocios u operar nada allí, aunque fueran actividades críticas y peligrosas.

Con la sanidad puede ocurrir otro tanto si en vez de pacientes se trata de sacar tajada de clientes, aunque estén enfermos o flirteando con el otro barrio. Reducir costes es muy fácil. Basta por poner prótesis de hojalata en vez de titanio o recetar aspirinas en vez de un caro medicamento necesario, o agotar a los médicos. El enfermo no lo va a notar.

La Comunidad de Madrid dice que privatizando la gestión se reducirán un 20% los gastos. Si tal cosa ocurre significa que, o la gestión económica era ya nefasta, o la arruinaron conscientemente para justificar la actual coyuntura. O, quizás, acabe costando algún muerto y arrobas de tullidos. Total, las ratios no se van a enterar. Seguro que los responsables tienen perfectamente cuantificado el impacto.

El Power Point siempre ayuda y, si no, queda el Excel para cocinar el desaguisado. Que les digan a los economistas la que se ha montado con lo de Reinhart y Rogoff.

Si resulta que ese ahorro es posible, significa que la sanidad madrileña ha sido gestionada de manera inadecuada durante los últimos años. El mismo partido lleva lustros mandando en Madrid. Ha tenido tiempo de sobra para fomentar una buena gestión en vez de promover la ineficacia y el derroche. Es significativo que sean los mismos que la han sacado de quicio con su mala gestión los encargados de la privatización.

El corolario es evidente. Si no fueron capaces de gestionar adecuadamente la sanidad madrileña todos estos años, mucho me temo que no sean los más idóneos para privatizarla con rigor e imparcialidad, vistos los antecedentes de ida y vuelta de alguno de sus antiguos responsables, a menos que haya razones ocultas que los ciudadanos no conocen, visto el percal.

No sería extraño que, antes o después, se acabara incrementado el haber presupuestado al concesionario de la prebenda, por el artículo treinta y tres y sin resolución de contrato, con la excusa más peregrina. O que pase como con las autopistas privadas y vuelvan al hogar de mamá Comunidad para pagar el diferencial a pachas con papá Estado, es decir, todos nosotros, para variar.

O puede que la temblorina futura para los madrileños sea de órdago. Sería interesante que los consejeros Power Point de la Comunidad de Madrid publicaran los muertos y escocidos que va a costar tal reducción de gastos. Seguro que lo tienen cuantificado.

Si el proceso continúa y se adjudican hospitales como dicen, por diez años, los pliegos de condiciones deberán delimitar las posibles responsabilidades civiles y penales, en caso de fiasco, de aquellos que pasteleen la privatización.

O establecer una provisión de su bolsillo para pagar la diferencia o el sepelio a los seguros perjudicados, de manera que no se vayan de rositas, como con tanto escándalo político y financiero reciente.

Y, si nada de eso ocurre, qué hacen que no dimiten previamente y dejan el asunto a gente más capaz. Por no haber promovido, cuando pudieron, una buena gestión de la sanidad. Que pidan antes de perpetrar sus amenazas consejo a los británicos sobre su experiencia acerca de la calidad y el coste de su sanidad privatizada, que no privada, que sigue incrementando su propia burbuja de deuda y el cabreo de sus ciudadanos.

Reducir un 20% los costes en cualquier negocio de la industria química y petrolífera o, por qué no, en la sanidad, es algo bien plausible si no fuera por los efectos secundarios que a menudo produce: algún muerto que otro de vez en cuando.