Es noticia
La enfermedad de Occidente
  1. Economía
  2. Apuntes de Enerconomía
José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

Por

La enfermedad de Occidente

La fábrica de Bangladesh colapsó. La planta de Texas reventó. Los australianos andan mosqueados. Centenares de muertos, ristras de llanto, pobreza anegada en infanticidio y desesperación.

La fábrica de Bangladesh colapsó. La planta de Texas reventó. Los australianos andan mosqueados. Centenares de muertos, ristras de llanto, pobreza anegada en infanticidio y desesperación.

Justa dosis de pena, algo de indignación. Poco duró la lamentación. No se puede perder el tiempo con pequeños percances, míseros y lejanos. Hay que estar de vuelta a tiempo en el centro comercial, en coche y contaminando. De diseño y refulgentes escaparates. Con la pompa y el boato que cualquier economía luminosa y avanzada debe orgullosamente mostrar.  

Que permita comprar el nuevo vestido, la camiseta más fashion, la corbata más hortera, el bolso más moderno o algún que otro complemento enlutado en hipocresía, sangre y maldad cuya etiqueta no advierte, ni informa, sobre la dosis de sangre derramada, la desolación promovida, la muerte provocada, la tristeza producida. Tan sólo cómo lavarla en pulcro suavizante aliviador de conciencias huecas o inexistentes, o en buen blanqueador, pura química espectacular, pirotécnica y, por algo será, barata.

La economía global cabalga desbocada, atrapada en hipocresía bipolar. Donde una parte inconsciente y privilegiada de la población se comporta como jauría zafia e inmisericorde de niños mimados y malcriados, aposentados en caprichos y sofisticados artefactos envueltos en bendita ignorancia, guerra y desesperación. Y, el resto, como esclavos o paupérrimos ciudadanos.

Hasta ahora, Occidente propinaba sus civilizadas recetas paternalistas, científicas y avanzadas al resto del mundo, mientras disfrutaba de la burbuja de imbecilidad teórica por ella provocada que la está ahogando en deuda anegada de soberbia, despiste y vileza.

Virus inoculado que se está infiltrando ahora a través de sus propias costuras, empezando por el sur de Europa, a causa del dumping humano y medioambiental, que mata y esclaviza, aderezado en sus propios errores propiciados por un entramado financiero e institucional demencial fomentado por castas de políticos, banqueros y ciudadanos, ignorantes los que no son corruptos, mal asesorados por druidas que levitan en insidia nobelada, académica y presuntamente científica.

¿Por qué no hay crecimiento? Cuando lo haya, ¿seguirá la vida igual o se acabará asfixiando entre heces, humos, sudores e incontinencia glaciar?

La economía trota envuelta en polvo azuzado por intransigentes oligopolios, bien sean de oferta, agarrotados por falta competencia, como en España; o de demanda, como en tantas otras industrias que, como la textil y la alimentaria, se abastecen con un coste de risa para revender al consumidor a precio de atraco a causa de un sistema económico ineficiente e improductivo, de acuerdo con la inexistente contabilidad natural.

Cuando el coste de fabricación de una prenda u hortaliza es apenas la décima parte del precio final, y se dedica el resto a distribución, marketing, venta y beneficio, significa que algo no funciona.

Estando el trabajo duro y esforzado en tal 10%, en la plantación o la fabricación, el verdadero valor añadido desde el punto de vista natural, no parece muy razonable que el valor añadido monetario se albergue en el cínico 90% restante.

A no ser que ambas porciones estén cargadas de externalidades, positivas o casi todas negativas, junto con sistemas logísticos y comerciales en verdad ineficaces que distorsionan la sensatez o el sentido común de manera sangrante mientras enturbian, apalean y maltratan este planeta y a sus semejantes.

Sean tales externalidades la esclavitud impuesta, la contaminación producida, la inundación jamás esperada o la obesidad provocada cuyos costos generados no contempla para nada el sistema económico actual, pero que incrementa la factura de la sanidad, sea pública o privatizada.

O que, en todo caso, computa el devengado por humanitarias ONG, que pretenden aliviar con sus caritativas acciones la conciencia de Occidente. Del daño causado al resto del mundo, y cada vez más a sí mismo, a causa de los delirantes dogmas económicos y sociales rellenos de civilización supuesta, impuesta con corrección política e imposición teórica.

Efectos secundarios que son bienes principales, que la teoría económica se niega siquiera a considerar, que los mantienen ajenos y difusos a causa de sus hipótesis simples y teoremas incapaces de modelizar el comportamiento de la economía real, ni siquiera de intentar emularla y, menos todavía, tratar de asimilar la coyuntura física y biológica de este planeta. Los resultados a la vista están.

A lo largo de la historia de la economía, el problema de la tendencia hacia el monopolio y su difícil solución ha sido objeto de estudio que se ha abandonado. Hasta hace unos decenios, se intentó encontrar solución, lo que implicaba una legislación y la actuación presuntamente sensata de los Gobiernos, que a menudo no era tal, sino el acatamiento y ciega obediencia a los que en realidad mandaban.

En los años ochenta del siglo pasado, se supuso que las fuerzas del mercado más puro conducirían hacia un comercio justo, cual mano invisible que escancia pócima milagrosa o frota lámpara maravillosa, que impuso el liberalismo salvaje, el utilitarismo más fanático y cerril, que abominaba de la sensatez, la mesura, la inteligencia, el humanismo, la razón y las letras.

El resultado producido por tal deriva ideológica de cariz seudocientífico está siendo el contrario al esperado: la consolidación de oligopolios inmorales a través de los lobbies, bien sea de oferta o de demanda, causa parcial de las crecientes desigualdades en las economías, las supuestamente desarrolladas, las emergentes y las sumergidas. Del secuestro y perversión de democracias que alguna vez fueron ejemplares y hoy apenas son supuestas, las que no son nominales, populistas, pacatas o rastreras.

Durante el siglo XX, hubo esfuerzos para equilibrar el poder de tales oligopolios de demanda mediante el advenimiento de los sindicatos, los cuales se han acabado convirtiendo en lo mismo que tanto criticaban: simples oligopolios de oferta que han contribuido a laminar la industria en Occidente por la inflexibilidad que anteponían al interés general, ahogando sus clientes y arruinando su razón de ser.

La ineptitud y su incapacidad para evolucionar a la par que la sociedad y las economías que los sustentan los ha llevado a convertirse en tontos útiles al servicio del sistema del que tanto abominan, los que no se han instalado, simple y llanamente, en la corrupción y el servilismo más rastrero, aunque luzca longeva barba progre, dos decenios renovados y lengüeteadas de subvención.

La teoría económica, sus gurús y los políticos que se postran ante el lado oscuro del mal, santifican un sistema económico que se empeña en dejar fuera de él todas las atrocidades que produce y los costos reales que conlleva, los producidos por la contaminación o la acidificación de los mares, el cambio climático o la esclavitud de Bangladesh, que mucho me temo saldrá gratis o se saldará con humillante limosna.

Sistema que se niega a incluir e interiorizar los costes colaterales que produce la actividad económica en forma de muerte y destrucción que alguien pagará, jamás el consumidor directamente, aunque antes o después se produzcan devengos vía impuestos a prorrata, o cuota a Cáritas o alguna ONG en el mejor de los casos, si no es enfermedad, llanto o desolación devengada con cargo a uno mismo.

Mientras el sistema económico global no se proponga interiorizar la miseria y destrucción que provoca, evitando tragedias como la de Bangladesh; mientras la apropiación de recursos, la valoración y el intercambio de los productos y servicios resultantes no se promuevan y contabilicen de manera rigurosa y de una vez por todas científica; mientras no se reelaboren las indecentes teorías económicas que nos están colocando al borde del abismo; mientras nadie obligue a que sigan a rajatabla el método científico o las tire a la basura si se empeñan en continuar con su vacuidad intelectual y su inoperancia, la decencia del ser humano seguirá en caída libre hasta que acabe desfallecido y despeñado contra un muro de inclementes escombros, de decadencia y de hambre.

El entramado que soporta la economía mundial otorga un peso de noventa a lo que debería costar diez, y de diez a lo que debería costar noventa. La balanza se deberá equilibrar algún día. ¿Cómo hacerlo? Interiorizando lo que la teórica económica actual deja fuera de sí, a causa de la vagancia intelectual, el miedo a pensar y el ensimismamiento acomodado de sus livianos y nobelados promotores.

Buceando propuestas: redefinición del concepto de valor añadido añadiéndole el componente natural; trazabilidad obligatoria; información veraz en la etiqueta; modificando el sistema fiscal de manera que el que contamine pague; mediante valoración cierta de los recursos finitos, de la basura generada o la energía utilizada; descontando el previsible agotamiento de las materias primas; obligando al consumidor a pagar un precio adecuado de acuerdo con la contabilidad natural; descontando el coste futuro de las maldades y los desechos generados por cada transacción económica; instaurando la ciencia de la escasez; inaugurando la economía fundamental, que permitirá dejar de hipotecar la prosperidad y la salud de nuestros hijos y nuestros nietos. Que permitirá crear empleo sosegado, cabal, digno, decente y limpio.

Arriesgando posibles equivocaciones, que las habrá.

La fábrica de Bangladesh colapsó. La planta de Texas reventó. Los australianos andan mosqueados. Centenares de muertos, ristras de llanto, pobreza anegada en infanticidio y desesperación.