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Que no, querido McCoy: es Bruselas, no China
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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Que no, querido McCoy: es Bruselas, no China

Los astilleros son empresas reales que pagan impuestos. No pueden hacer trampas para eludir al fisco como las mundialmente aclamadas Google, Microsoft o Apple que, a causa de los paraísos

Los astilleros son empresas reales que pagan impuestos. No pueden hacer trampas para eludir al fisco como las mundialmente aclamadas Google, Microsoft o Apple que, a causa de los paraísos fiscales y otras demencias virtuales que permite un presunto libre mercado, no cumplen con los deberes cívicos en aquellos lugares de los que se benefician por la cara con la bendición de la anacleta Europa.

¿Qué es si no el paraíso fiscal irlandés, Luxemburgo y tantos lugares camuflados en Europa para quien conviene y maneja apañados lobbies en Bruselas? Diseñados a medida de las oscuras corporaciones que se benefician de un sistema global, y no sólo europeo, lleno de agujeros para los más espabilados, del que no se pueden zafar las empresas tradicionales, aquellas que crean riqueza y empleo.

Lo único que han tenido los astilleros europeos para poder competir contra las trampas asiáticas, todos, no sólo los españoles, son incentivos fiscales que les permitían disfrutar de un tratamiento, si no justo, al menos comparable al de las empresas monopolistas, sean navales o informáticas, paladines de supuesto libre mercado y de la cochambre fiscal más incestuosa.

España y el resto de Europa se benefician de sistemas tipo tax-lease que les permiten competir en precio con Corea y Japón. Lo consiguieron especializándose en la gama más alta del mercado, grandes buques de crucero o buques especiales de altísima tecnología como aquellos que, hasta mañana, se construían en España (sic).

China no es de momento competencia de España ni de Europa para tales empresas punteras. A pesar de lo que mencionas en tu artículo, querido amigo, me temo que los chinos, de tecnología avanzada en este sector, nada de nada. Le faltan unos cuantos hervores y muchos mamporrazos que pegar hasta alcanzar la iluminación y, de paso, el buen hacer naval.

Pocos armadores se aventuran a contratar buques sofisticados allí, de momento, a no ser a precio escandaloso y de derribo, porque luego tienen que cargar toda su vida útil con tales chapuzas a domicilio tipo Pepe Gotera y Otilio. Lo barato, como siempre, acaba saliendo caro. Hasta los armadores lo saben. Muchos ya se están arrepintiendo.

El Prestige acababa de hacer una gran reparación en China, justo antes de su hundimiento, que fue certificada a la manera auditada de Pescanova y tantas cajas de ahorros que han pasado a mejor vida. Pasó lo que pasó.

La competencia es el norte de Europa

La competencia de España eran los astilleros del norte de Europa, los mismos que nos han denunciado. En justa reciprocidad, España ha tenido que hacer lo mismo con los holandeses y el resto de denunciantes, aunque ya no sirva para nada. Al final todos perderán, para regocijo de la competencia, que se aprovechará de tanto idiota comunitario si mañana Almunia no se sosiega, recula y calma su presunta furia justiciera.

Los españoles, a causa de la codicia holandesa; los holandeses y las comparsas que se unieron a su denuncia, en pura justicia, por su perfidia filibustera. Para ser justos y ecuánimes hay que decir que Alemania no estuvo entre aquellos que nos denunciaron, manteniendo neutralidad, aunque la porquería les alcanzará como a cualquiera.

Entre tales buques sofisticados que España construía hasta mañana (sic) están los que han levantado las famosas islas artificiales de Dubái, barcos que los chinos no saben hacer.

Les falta todavía un largo recorrido tecnológico para conseguirlo y mano de obra cualificada que aquí nos sobra, que en el norte de Europa ya demandan. Reincidirán los vikingos en su apetencia laboral para mayor escarnio cuando la Comunidad Europea nos hunda el chiringuito naval.

A Holanda le dolió, entre otras cosas, que en España se hicieran barcos de su especialidad, un peligro para su industria si su ejemplo cundiera. Un lance mercantil digno y equilibrado era una afrenta para ellos.

 

Hace unos meses un armador noruego y otro qatarí hicieron lo indecible para contratar dos buques muy sofisticados y de alto valor para la La Naval de Sestao. No fue posible hacerlo porque la inseguridad jurídica con la que Bruselas amenazaba, que podría refrendar vilmente mañana, los echó para atrás.

¿La causa? La república bananera en que Bruselas pretende convertir España al aplicar inseguridad jurídica y retroactividad fiscal y financiera.

No era un problema de precio. Los armadores querían el buen hacer y la calidad de aquí. No es lo mismo operar, y menos construir, un barco normal que transporta mercancías del montón, que aquellos otros que levantan islas, perforan pozos petrolíferos a gran profundidad o realizan maniobras o trabajos de alta precisión donde cualquier fallo o error pueden costar vidas y no sólo haciendas.

Astilleros eficientes y centenarios

En España el sector naval tiene mala imagen a causa de la nefasta gestión en los astilleros públicos al colocar el Gobierno de turno al amiguete oportuno en vez de a empresarios experimentados, de las continuas reconversiones mal ejecutadas en connivencia con los abusos de los sindicatos que hundieron el sector después de haberlo sangrado, y de la última privatización a corruptos e ineptos con la única excepción de La Naval de Sestao.

Aparte de este milagro, hay otras muchas empresas privadas eficientes que llevan trasegando toda la vida, con personal muy cualificado de las que casi nadie ha oído hablar más que en sus propias comarcas, a las cuales proveen de orgullo mientras acarrean sueldos y un pan debajo del brazo.

Empresas como Astilleros de MuruetaBalenciagaZamaconaSantanderGondánArmónMetalships y otros más. Astilleros que llevan decenios fabricando barcos sofisticados, alguno más de un siglo aguantando crisis, guerras, revoluciones y mala fe europea. Parece que por fin van a ser fulminados por la trituradora que dice defender nuestros intereses, que a la primera de cambio se vende al más fuerte.

Astilleros cuya competencia no eran los chinos, sino los países del norte de Europa. Desgraciadamente, el buen hacer no acapara titulares, tan solo obituarios, aunque sean industriales.

Mañana es el gran día, la escenificación de Bruselas. Si retrasa el veredicto obtenido mediante tácticas y procedimientos inquisitoriales al ser la Comisión arte, parte, verdugo y hacha, malograría nuevos contratos de armadores con nombre y apellido pendientes de la resolución, que quieren construir barcos de muy alto valor añadido si el Gobierno y Bruselas garantizan seriedad, seguridad jurídica y estabilidad fiscal.

Ha sido este procedimiento una aberración, llevado torpemente por los servicios jurídicos de Almunia con contrapartida igual de incompetente aquí, que esperamos concluya por fin mañana para bien de más de 80.000 familias que llevan meses padeciendo un agónico sinvivir.

No es de recibo tener dos años en vilo a todo un sector industrial y decenas de miles de puestos de trabajo a causa de procedimientos administrativos lentos y obtusos; a causa de guerras intestinas europeas cuyo objetivo final es hacer daño con la excusa de una legislación de doble rasero que lo único que conseguirá es que al final todos pierdan, para mayor regocijo extra comunitario. 

Geoestrategia y poder

El transporte marítimo y la construcción naval no son dos sectores industriales más. No funcionan ni han funcionado jamás mediante las reglas idílicas que los apóstoles del libre mercado pregonan pero no fomentan y ni siquiera saben de qué va.

Es geoestrategia, poder duro, la ley del más fuerte, el motor de los mercados, su yugular, las arterias. Y la estupidez del más tonto, en este caso Europa entera, por el decadente camino que se empeña en seguir al desertizar un sector productivo tras otro, sea estratégico o aunque no lo sea.

Que permite a China abalanzarse sobre él a lo bestia sin reglas que valgan mientras nosotros, graciosamente, bendecimos sus atropellos mientras damos las gracias. No hay imperio moderno con vocación global que no haya pretendido controlar la mar como condición previa. España, olvidando su propia historia, sabe mucho de eso. Portugal también. Fuimos los primeros. Los demás vinieron después. Ahora los chinos, conscientes de ello, pretenden emular dominios previos a costa nuestra.

Continuaremos otro día, querido McCoy, para dar cumplido argumento a tales afirmaciones. Porque las crisis son cosa habitual y recurrente en la mar, donde los sabios salen reforzados y los necios se hunden en la oscuridad del fango y las profundidades más tenebrosas.

Las crisis navales son recurrentes. La destrucción creativa trabaja a toda velocidad limpiando los mercados marítimos de sus excesos a sorprendente velocidad. Esto no son adosados ni torpes ladrilleros. Es un sector infinitamente sofisticado, tecnificado, complejo, duro y profesional con tres mil años de globalidad a cuestas, donde los advenedizos lo pasan fatal si no son capaces de aprender rápido y trabajar a conciencia.

Navieras centenarias sobrevivirán, mientras que muchos de los recién llegados al calor de la reciente burbuja financiera, que también la hubo en la mar, acabarán zozobrando. Tal caos oceánico, apoteosis de la destrucción creativa y tierra (mar) de promisión del buen hacer podrá sobrevivir en Europa si la tontería y la maledicencia, el almohadillamiento mental occidental y no sólo comunitario, no acaban con ella.

Mañana Almunia escenificará paripé y desenlace si no alarga cruelmente esta inclemente agonía. Esperemos no se convierta en más drama y pobreza. Ojalá prevalezca la sensatez sobre la perfidia y la torpe ruindad europea.

Los astilleros son empresas reales que pagan impuestos. No pueden hacer trampas para eludir al fisco como las mundialmente aclamadas Google, Microsoft o Apple que, a causa de los paraísos fiscales y otras demencias virtuales que permite un presunto libre mercado, no cumplen con los deberes cívicos en aquellos lugares de los que se benefician por la cara con la bendición de la anacleta Europa.