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Una justicia decimonónica
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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Una justicia decimonónica

Lo más chocante del caso Prestige es que según prestigiosos abogados la sentencia podría estar ajustada a Derecho. Luego el Derecho falla.

Lo más chocante del caso Prestige es que, según prestigiosos abogados, la sentencia podría estar ajustada a Derecho. Luego el Derecho falla. Como corolario evidente, la justicia también, nos vamos acostumbrando. Según los jueces la culpa fue del barco. Nadie es culpable. Ni siquiera han sido capaces de encausar a los verdaderos responsables. El clamor popular y la indignación ciudadana están más que justificados.

La divergencia entre justicia y sociedad se ensancha cada vez más al ser la primera incapaz de sublimar el ansia de rectitud de la ciudadanía, al menos el de la menguante clase media sufridora y pagana.

La justicia en España está nefastamente valorada. Las sentencias tardan décadas en llegar, cuando los crímenes no han prescrito por falta de diligencia en asuntos que implican arrobas de dinero. La cúpula judicial está obscenamente politizada. No alcanzan las alturas los más capaces. Demasiados holgazanes supremos no pegan palo al agua. A los constitucionales se les ve recurrentemente el plumero, cerrilmente ideologizado.

En el caso Prestige la justicia ha mostrado sus vergüenzas demostrando sus carencias y su incapacidad para impartir justicia

Si la justicia derrapa, ¿cuál es la causa? ¿Se han quedado obsoletos los jueces en formación, medios y procedimiento? ¿Está el Derecho Internacional a la altura que la cada vez más compleja coyuntura tecnológica, medioambiental y global exige? ¿Está preparada la judicatura actual para discernir y juzgar los cada vez más complicados litigios que esta sociedad global, posmoderna y contaminante provoca?

En el caso Prestige la justicia ha mostrado sus vergüenzas demostrando sus carencias y su incapacidad para impartir justicia. Después de más de diez años de peritaciones infinitas y dinero dilapidado a espuertas, no hay culpables a pesar de que la cuenta ha sido abultada y los daños evidentes. Para los jueces no los hay.

Para los buenos ingenieros, sí. Era un buque de los denominados subestándar, estaba hecho una porquería. Lo sabían casi todos los buenos expertos, menos algunos peritos de parte, que por algo cobraban lo establecido. Lo que pasó fue de libro, tanto el asunto de la rotura como el del paseíto indignante.

Pasó lo que pasó porque tenía que pasar. No fue fruto de la casualidad, ni de la tormenta, ni de los elementos, ni a causa de la mala suerte. No fue, como se dice a veces, causado por muchos incidentes desafortunados concatenados. Bastaba una mirada. No hacían falta complejas inspecciones para percatarse de la tostada.

Fue fruto de la negligencia, de prácticas corruptas, de inspecciones fraudulentas, por presuntas falsificaciones en la documentación. Los controles fallaron. Existen procedimientos adecuados. La poca siniestralidad marítima a la vista está. Los buenos armadores, casi todos, los cumplen. Los piratas los eluden mediante artimañas o corruptelas. Muchas Administraciones hacen la vista gorda.

Si la justicia no es capaz de señalar culpables, ni siquiera sentarlos en el banquillo, ¿qué es lo que falla en ella? Los jueces no fueron capaces de discriminar entre el jamón técnico de pata negra y el amodorrado chatarrero de pienso, entre las aportaciones técnicas valiosas e independientes de las sesgadas, incorrectas o interesadas. Otra oportunidad perdida para expulsar a los indeseables que pretenden arruinar la calidad y la seguridad del transporte marítimo.

Según los jueces absolutorios, los barcos subestándar no existen. La sentencia sugirió que tales buques son imaginación popular. Todo profesional de la mar sabe que pululan por doquier, que son triste y perenne realidad.

Es como decir que el asesino no cometió el crimen, que los criminales no existen porque así lo han dictaminado los jueces. Pobres ingenuos. Los buques subestándar han existido siempre, sean capaces de constatarlo o no. El Prestige era uno de ellos. Artefactos que hacen la competencia desleal a los buenos armadores.

Da la sensación de que el sistema judicial en España sigue tan solo preparado para juzgar crímenes perpetrados a la manera ancestral del siglo XIX

Otro ejemplo más de dumping humano y medioambiental a causa de los agujeros legislativos y judiciales del sistema marítimo mundial. De la inoperante justicia española, que es incapaz por sistema de trincar y dar escarmiento ejemplar al corrupto y al desalmado.

Todo el mundo sabe que en Estados Unidos la justicia es proporcional a la cuenta corriente del afortunado reo siempre y cuando no sea pobre, negro o hispano. En España se arrodilla ante el poder de turno si no es ante la incompetencia. Dicen que el Gobierno español se gastó más de 30 millones de dólares en litigar en Nueva York para no conseguir nada.

Padecemos una crisis financiera y existencial que supuró a causa de las hipotecas subprime en EEUU. Fue sólo el desencadenante. No fue la causa. Ellos no tienen la culpa de la burbuja inmobiliaria de aquí, del derroche de los dineros públicos, de la desaparición de las bicentenarias cajas de ahorros por culpa de la corrupción política y la imbecilidad patria.

Vivimos en un mundo y una sociedad donde las responsabilidades contractuales están tan compartimentadas que anulan la capacidad de impartir justicia. Es la causa de que casos como el del Prestige o de que tantos otros delitos financieros y ecológicos queden impunes por sistema.

Da la sensación de que el sistema judicial en España sigue tan sólo preparado para juzgar crímenes perpetrados a la manera ancestral del siglo XIX: un vulgar asesinato, un robo en el supermercado, un atraco que queda impune… Crujen al modesto o al desesperado. Nunca al criminal con dineros masivos y contactos apañados.

Justicia que es incapaz de encausar con rigor, ni siquiera entender, los sofisticados crímenes cometidos en esta sociedad tecnológica del siglo XXI, donde los reos se esconden entre personas jurídicas etéreas, ya no las de dos patas, transmutación del mal que persigue la impunidad.

La capitidisminuida prensa se ha convertido quebrado lebrel. Los tradicionales cuatro poderes, los tres del Estado y el cuarto han donado la poltrona de este último al poder financiero, que se ha vuelto descaradamente incestuoso, que se postra a su vez ante el dogma del crecimiento económico descontrolado, ilusión de futuro macabro que conduce hacia la nada.

El cuarto poder ha cambiado de manos. Los otros tres se han quedado en torpe marioneta a manos del advenedizo recién coronado. Se ha apoderado de la caja y el cetro. El poder financiero siempre existió. Hasta ahora levitaba entre destellos de honradez y algo de buen juicio. Ya no queda nada de eso.

Si los jueces del Prestige no fueron capaces de empaparse de los entresijos de la parte turbia del sector que pretendían juzgar, ¿qué pintaban ahí? ¿Eran los adecuados?

Desde que estalló la crisis y la economía financiera se puso como objetivo destrozar la clase media y su propio futuro, la justicia ha sido incapaz de encontrar responsables a tanto desaguisado. Entre todos pagamos cumplidamente la cuenta.

El funcionamiento de la justicia parece no haber evolucionado desde el siglo XIX. Los crímenes son los mismos, sólo que se han vuelto más sofisticados. Y, contra eso, la justicia no está preparada. ¿Sistema incapaz, legisladores incapaces, jueces incapaces o mezcla de incapacidad mezclada? Los ciudadanos inermes tienen la palabra.

Si los jueces del Prestige no fueron capaces de empaparse de los entresijos de la parte turbia del sector que pretendían juzgar, ¿qué pintaban ahí? ¿Eran los adecuados? ¿Estaban preparados para sublimar tan compleja misión?

En fin. Seguimos pagando con nuestros impuestos incrementados la quiebra fraudulenta de nuestras cajas de ahorros. La corrupción ha arruinado este país. ¿Por qué no hay culpables? ¿Está la justicia española preparada para afrontar el siglo XXI con dignidad y eficacia? O se ha quedado anquilosada en las prácticas caciquistas del XIX metamorfoseadas en democrática posmodernidad.

Ten pleitos y los ganes, retumba la maldición. Imploremos una justa modernización de la justicia que sea capaz de hacer, por fin, justicia.

Lo más chocante del caso Prestige es que, según prestigiosos abogados, la sentencia podría estar ajustada a Derecho. Luego el Derecho falla. Como corolario evidente, la justicia también, nos vamos acostumbrando. Según los jueces la culpa fue del barco. Nadie es culpable. Ni siquiera han sido capaces de encausar a los verdaderos responsables. El clamor popular y la indignación ciudadana están más que justificados.

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