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Economía inercial para el 2014 (y siguientes)
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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Economía inercial para el 2014 (y siguientes)

A falta de ciencia buena es la inercia. O algo de acentuada divagación prescindible. Total, para lo que sirve pensar, ni siquiera elucubrar, mejor es levitar insistiendo con las recetas teológicas de siempre

La ciencia es el alma de la prosperidad de las naciones y la fuente de vida de todo progreso - Louis Pasteur

A falta de ciencia, buena es la inercia. O algo de acentuada divagación prescindible. Total, para lo que sirve pensar, ni siquiera elucubrar, mejor es levitar insistiendo con las recetas teológicas de siempre adulteradas con la misma ideología malsana, codiciosa e inercial camuflada en cierta cosa que algún gracioso chistoso todavía denomina economía, que hasta tiene la desfachatez de ser considerada ciencia por cierto rebaño inconsciente que vive feliz e indolente una ilusión científica suicida envuelta en ignorancia brutal y adocenada.

Cóctel explosivo que se ha convertido en el devenir cínico y existencial de esta humanidad desnortada cuyo fin único, si lo tiene, trota sin pensar de manera acienciada hacia una violenta y anquilosada mansedumbre aliñada con sequías, inundaciones, deshielos y otros sinsabores.

Que se acelera cada día que pasa extremando ambos extremos con exceso de CO2, conscientemente redundante y espoleante de futura escasez, malnutrición y desgracia. Los brotes verdes no se verán por ningún lado si no van aliñados de contaminantes abonos y caducos fertilizantes que agotan la capa superficial terrestre, y el ánimo de renovación de las mentes, entre otras maldades humanas, que son televisivas más que sobrenaturales.

Empezamos el año igual que lo acabamos, igual que cada día del último lustro, sexenio, decenio o arroba temporal de carácter infinitesimal, aderezado de inquietud, pesadumbre, crisis, recesión, depresión o como quieran denominarlo los gurús, políticos, expertos, tertulianos, diletantes y otros atrabiliarios enclenques intelectuales.

Apretando sin meditar los mismos dos pedales de siempre a gusto de la imposición ideológica del momento o los intereses creados más inmediatos que propulsan arbitrariamente este desbocado y apesadumbrado bólido terrenal. Pretendiendo creer que controlan nuestro propio destino y el suyo, inconscientes temerarios, miserablemente falible, entrópico y previsible en este planeta habitado por una tropa zombi embridada en raciocinio desbocado, descoyuntado e irracional.

La economía, ciencia inercial en el mejor de los casos que ya no produce progreso si alguna vez acuñó la esperanza de hacerlo, sigue sin saber cuál es su objetivo final más allá de espolear una depredación acelerada cada vez más enlodada.

La economía sigue funcionando mediante dos torpes pedales, el del exacerbado gasto consumista descontrolado y el de la austeridad desoladora que se ha vuelto estremecedora. La diferencia produce deuda en vez de crecimiento

Carece de estrategia, teoría, de ningún plan de acción, ni concierto terrenal, ni método científico, ni fin vital, ni objetivo saludable más allá de esquilmar de manera instantánea todo lo que se pone al alcance de sus acienciadas zarpas devoradoras de energía, de árida sinrazón aliñada con dramáticas desigualdades desbordantes de maldad marginal, tercamente académica, hueca de ningún rigor intelectual.

Que contamina a base de omnipresente entropía fatal, caos urbanístico, fealdad arquitectónica, de derroche material hasta que la cabra deje de dar leche, los mares dones, las tierras bienes, el clima coarte la vida y el sosiego, y el hombre se vaya a…; en fin, el hombre... Qué más le da a tal animalito simplón y balbuceante nada que no sea el rabioso devenir presente.

La economía sigue funcionando mediante dos torpes pedales, el del exacerbado gasto consumista descontrolado y el de la austeridad desoladora que se ha vuelto estremecedora. La diferencia produce deuda en vez de crecimiento. O, si no, empobrecimiento. No se sabe qué es peor. El resultado final será en ambos casos el mismo, una mera cuestión de tiempo.

Académicos y sabios pervertidos a causa de sus tenues luces y su conocimiento sesgado continúan divagando las mismas recetas una y otra vez alineados en capillitas enfrentadas dependiendo de cuál sea su simpleza contradictoria, cimentada con hormigón intelectual y jarabe de palo educativo, que insiste en abducir cerebros castrados en su juventud de todo discernimiento, ecuanimidad y capacidad para construir un futuro sano, coherente y limpio.

Embozadas ambas tribus como están en anquilosamiento teórico que coarta la educación de las nuevas promesas que dejan de serlo al poco de comenzar las clases, al haber cercenado de raíz los aclamados profetas mediáticos el futuro mediante la torpe sabiduría en vigor, el espíritu crítico antes de comenzar a espolearlo. ¡Indispensables generaciones perdidas a manos de la inmisericorde Inquisición académica nobelada!

Llevamos demasiados años sin evolucionar, manteniendo paradigmas obsoletos que nunca fueron modernos, escuchando los mismos graznidos recurrentes provenientes de ambas trincheras contraproducentes. No se sabe qué receta es peor, la que espolea la deuda o la que promueve cercenar el gasto, a ser posible superfluo, que lo es casi todo. Nadie es capaz de resquebrajar tan estúpido disyuntor dual.

Los virtuosos multiplicadores de Keynes no se sabe dónde están ni se les espera, ya que industria no queda. Y si por casualidad resurgieran, la Tierra temblaría quintal y medio más al no querer desarrollar la economía fundamental, la ciencia de la escasez, la sobriedad que desgarradamente implora este degradado planeta.

Continúa reincidiendo apenas un desdichado multiplicador reduccionista y menguante menor de la unidad. Keynes se deprimiría al contemplar tan masiva depravación científica, la intransigente ignorancia legada, la falta de adecuación de sus postulados a la casuística presente y la que ya está llegando. Sus sucesores, sean del bando que sean, ni siquiera han aportado nada que permita descifrar, ni siquiera atisbar, un futuro mísero pero decente.

La agricultura continúa maltrecha o subvencionada a causa de la burocrática imbecilidad pueril europea y norteamericana. El productor fabril más pobre y miserable es aplastado en Bangladesh a cambio de mísero sustento en el mejor de los casos, de envilecimiento en el escaparate del luminoso centro comercial occidental repleto de trapos y artilugios asesinos y humillantes. Los recursos son cada vez menos: la Tierra es finita y no sólo esférica. Su delgada corteza, corteza es.

Keynes se deprimiría al contemplar tan masiva depravación científica, la intransigente ignorancia legada, la falta de adecuación de sus postulados a la casuística presente y la que ya está llegando

La estructura económica internacional sigue propugnando empobrecimiento global, desempleo con cada vez mayor desigualdad, en vez de un digno enriquecimiento sobrio, proporcionado, justo y cabal que esparza armonía, belleza, respeto por la naturaleza y nuestros semejantes.

Acabaremos siendo todos iguales en la miseria el día en que este planeta se rinda derrotado, claudique ante tanta indecencia. Cuando llegue el momento, el castillo de naipes de deuda imposible llevará largo tiempo colapsado, las quitas masivas serán ya historia, los océanos anegarán a unos, la basura a todos, la sequía a muchos, las inundaciones a otros, la tristeza al resto.

La biodiversidad será un recuerdo maravilloso si por casualidad se conservaran láminas ajadas ilustradas por olvidados ancestros ilustrados sin bits apagados. Quejicoso ripio redundante ahogado en nostalgia desgarradora que rememora un pasado ansioso de conocimiento, exuberante, florido, culto, diverso y esperanzador que ha sido defraudado por todos sin excepción.

La cuenta quedará repartida de manera igualitaria. Las catástrofes climáticas se esparcirán con ecuanimidad. Las migraciones serán masivas a causa de deshielos, sequías y la subsecuente intransigencia ideológica, nacionalista y religiosa que servirá de chivo expiatorio, como marca la tradición más inhumana y salvaje.

Habrá guerras por el agua, los recursos generarán revoluciones, peleas por doquier alimentadas por los nacionalismos demenciales como los que aquí padecemos alimentados por los más descerebrados de cada gremio y los políticos más cortos de miras.

Se conmemora el comienzo de la I Guerra Mundial, quizás la mayor vergüenza nacionalista europea, que puso el egoísmo local de cada nación por encima de la razón, que condujo inexorablemente hacia la Segunda Masacre Global, la decadencia política y cultural de Europa, la cual no ha sido sustituida por nada ni por nadie. ¿El American way of life? Es causa de muchos problemas. Reina el simplismo rectilíneo, el progreso supuesto más insensato, la comida basura.

El mundo anterior, la Belle Epoque, fue casi idílico, dicen algunos, a pesar del colonialismo asesino de la época que no aprendió nada de los españoles o los portugueses que los precedieron, quienes, al menos, lo intentaron. Fuese a manos británicas, belgas, francesas, estadounidenses, italianas, alemanas o japonesas. Muchos de los problemas actuales fueron causados por ellos, sobre todo en la desgarrada África.

Una época donde los pasaportes no eran necesarios, donde no había más barreras que las aduaneras y las mentales. Lo certificó literariamente Stefan Zweig. ¿Son incapaces de aprender nada de historia los ridículos nacionalistas recalcitrantes actuales, sus mamporreros supuestamente científicos sean económicos o estén embarrados de soberbia, prejuicios y afrentas presuntas disfrazadas de historia?

Inmensa tragedia europea cuyo colofón vengativo acabó engendrando el nazismo, el estalinismo, el sangriento siglo XX que alumbró dos polos opuestos: la mejor ciencia a la par que el mejor arte, la intolerancia más canalla, el terror más impactante. ¿Cómo pudieron convivir ambos extremos?

¿Son incapaces de aprender nada de historia los ridículos nacionalistas recalcitrantes actuales, sus mamporreros supuestamente científicos sean económicos o estén embarrados de soberbia, prejuicios y afrentas presuntas disfrazadas de historia?

Los nuevos imperios amedrentan. Los viejos se niegan a regenerarse. Pugnan por disolverse en sinrazón, renegando de su propia tradición filosófica y pasada sabiduría occidental. La irracionalidad inercial se impone. Seguimos empeñados en fomentar una decadencia glotona, excesiva e inmoral. Pretendemos rememorar con otro escenario y otras supuestas causas los dramas pasados. No hemos aprendido nada.

Empezamos el año. Algún post iniciático debía narrar atropelladamente la tormenta incipiente, aliñada con brotes o sin brotes verdes, que no tiene por qué ser necesariamente inclemente. Los desafíos acechan. Haría falta enfrentarse a ellos con decisión si consiguiésemos relanzar la ecuanimidad, la razón, la honradez, la rectitud, el rigor, el estudio, la ética, la decencia y, sobre todo, la ciencia (económica).

A ser posible con educación de calidad por fin, relanzando la crítica y la imaginación, con innovación e investigación de verdad sin tentación de pudrir imberbes intelectos, con real progreso terrenal tal como sugería el añorado Louis Pasteur.

Por buenas intenciones que no quede. Los presagios atisban nubarrones. Los chaparrones no tendrían por qué llegar si las mentes se desencasquillaran, sobre todo las no eminentes, que de estas últimas ya nada se puede esperar.

La economía fundamental sigue sin desarrollarse. La insustituible ciencia de la escasez es quimera despreciada. Dicen que un pesimista es un optimista bien informado. El optimismo volverá cuando el respetable se digne a espabilar, a cambiar por fin el paso, a evolucionar sin masacrar, renegando de la más revolucionaria tradición y la cerrazón mental más vil. La I Guerra Mundial dejó los prados arrasados con millones de lecciones cadavéricas que no podemos olvidar.

Veremos.

La ciencia es el alma de la prosperidad de las naciones y la fuente de vida de todo progreso - Louis Pasteur

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