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Centenario de la Gran Guerra: Alemania no fue la única culpable
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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Centenario de la Gran Guerra: Alemania no fue la única culpable

La II Guerra Mundial eclipsó las salvajadas de la Primera. Aquí pasó de refilón, nos benefició transitoriamente inoculando a cambio el sustrato de la Guerra Civil

La II Guerra Mundial eclipsó las salvajadas de la Primera. Aquí pasó de refilón, nos benefició transitoriamente inoculando a cambio el sustrato de la Guerra Civil. Allende los Pirineos dejó más de ocho millones de muertos y otros muchos millones de lisiados. Alguno dice que hasta quince, si no más. Fue la I Guerra Mundial. Dejó a millones de solteronas a verlas venir, a muchos huérfanos anegando sus lágrimas en miseria.

Prusia se había vengado de Francia en Sedán. Francia se resarció de Alemania en Versalles. Hoy Alemania persevera con Grecia, Portugal y España, entre otros, los cuales no tienen responsabilidad histórica alguna ni más culpa que la derivada de haber caído en las garras de la corrupción provocada por el dinero fácil, la trampa del crédito inagotable y barato que permitió a Alemania relanzar su economía a comienzos del siglo XXI con el fin de pretender darnos lecciones de nada.

Fue responsable principal la falta de consideración del BCE hacia las necesidades macroeconómicas de los países del sur de Europa durante la pasada década.

Muchos inocentes seguirán pagando la reunificación durante bastantes años más, que permitirá recuperar lo devengado por el Tratado de Versalles. Sólo que ahora los mecanismos financieros utilizados son mucho más sofisticados, rastreros y oscuros.

¿Cuál ha sido el pecado de tales infortunados más que estar en lugar inapropiado en tiempos inoportunos donde las decisiones fueron tomadas en nombre de intereses terceros? Alemania sigue sin querer asumir su cuota de responsabilidad en la crisis europea actual, ni parece tener ganas de resolverla. Su troika a sueldo continúa perseverando alimentando el desempleo.

Una suma de pequeños sucesos independientes…

Un cuasi incidente es un suceso menor que no produjo ningún mal o desgracia, pero que pudo muy bien haber ocurrido o provocado un accidente pernicioso o grave. El cúmulo de cuasi incidentes se puede convertir en un incidente serio que puede desencadenar un suceso desagradable pero incruento, un accidente fatal o incluso una guerra.

Cuando se produce un accidente catastrófico no suele haber una única causa. Es la concatenación de varios cuasi incidentes la que produce terribles consecuencias. Analizando los pequeños incidentes, previendo sus consecuencias, reduciendo su número y alcance, se puede conseguir que el suceso final desencadenante del cataclismo no ocurra.

El análisis minucioso de cada acontecimiento ínfimo, aparentemente sin mucha importancia o ligazón con el siguiente o el anterior, puede hacer que la desgracia fatal no desemboque en tragedia, si se corrige tal cuasi incidente aprendiendo a la vez de él, que se queda convertido en un error sin mayores consecuencias.

La eliminación de sucesos potencialmente perniciosos mediante tales técnicas de análisis sibilino hace que la siniestralidad en algunos sectores de la industria críticos o peligrosos sea prácticamente nula. La transparencia, la comunicación y la colaboración entre técnicos, empresas y autoridades es clave para analizar los hechos y difundir los resultados.

Existe toda una metodología que previene accidentes en actividades peligrosas en la industria aeronáutica, determinadas ramas de la industria petrolífera o el gas, el cual todavía necesita varios hervores y aprender de sus mayores. ¿Cuándo aprenderá la industria nuclear? Cuando mejore su transparencia dejarán de ocurrirle cosas cuestionables, como la catástrofe de Fukushimay otros muchos sucesos menores que no se difunden ni se conocen.

Técnicas que asimismo se pueden utilizar para analizar la historia al mostrar cómo un cúmulo de incidentes más o menos leves o importantes, de circunstancias desfavorables o malas decisiones aunque hayan sido tomadas con la mejor intención, pueden desencadenar un cataclismo planetario, como ocurrió en el fatídico y caluroso verano de 1914, en el que Europa perdió el norte.

… que provocaron una Gran Guerra…

Como en estos eriales periodísticos patrios apenas hay nada reseñable que mentar ni nada sabio que enlazar más que las chorradas marginalistas y recurrentes de siempre, sean tertulianas, corruptas, políticas, económicas o mediáticas, me hago eco de un libro de moda que todavía no he leído y de su autora, que se ha despachado a gusto en el New York Times.

Se titula 1914: De la paz a la guerra, de Margaret Macmillan. Lo pedí a los Reyes Magos y me lo han traído. No hay nada como guardar la fe en el desnortado Oriente, mantener la inocencia perdida entre proclamas de gurús, intransigencia ideológica, inconsistencia científica y maldad académica.

Antes de ponerme al tajo, releo Los cañones de agosto de Barbara W. Tuchman. Tales lecturas no hacen más que confirmar terrores recurrentes. Confirma muchos estremecerescotidianos al denostar las políticas y las mentalidades inerciales, ideológicas o militares, a los políticos y los espadones de antaño, los torpes dirigentes actuales, a los nacionalistas aldeanos, los economistas intransigentes, los intelectuales que han desaparecido, a los ignorantes sin ninguna capacidad de liderazgo, como los que afloran de nuevo por doquier en cada estado, gobierno, aldea, nacioncita, estercolero, cátedra o academia, términos todos ellos con luces y discernimiento similar que compiten por una mediocridad supuestamente cabal.

En el verano caliente de 1914, Alemania arrasó Bélgica y el norte de Francia. Quemó la afamada biblioteca de Lovaina y la catedral de Reims. Calcinó más de un pueblo belga y francés fusilando sin ninguna piedad a ciudadanos normales y corrientes, fuesen boticarios, curas o alcaldes por no haber tenido la delicadeza de dejarse conquistar con entusiasmo. Se convirtió por iniciativa de sus generales en el malo de la película que hasta entonces no lo era más que en el deseo de sus enemigos. Tales horrores contribuyeron a que Estados Unidosse uniera al festín bélico en 1917 y sacara buena tajada de él.

Las animaladas posteriores al inicio de la guerra no implican que Alemania fuera su única causante. Su mala famaque todavía perdura nació a partir de tales hechos, que tuvieron unos responsables muy claros en forma de dementes militares prusianos.

Las causas últimas de la I Guerra Mundial parecen estar repartidas entre todos los contendientes. Todos lo pagaron caro. El zar asesino e inepto fue justamente fusilado por bolcheviques igual de reaccionarios; el imperio del marido de la asesinada Sissi desapareció por méritos propios; la inflacionaria República de Weimar amamantó a un tal Hitler; Turquía, la enferma de Europa, se libró de sus sultanes. A cambio perdió su diversidad ancestral, aniquilando casi dos millones de armenios y expulsando a muchos griegos que llevaban milenios conviviendo en paz y buena armonía con judíos y musulmanes. Ambos bandos perdieron toda una generación, a la vez que su dignidad. La cosecha no pudo ser más perniciosa.

Aunque no viene a cuento, la biblioteca de Sarajevo, localidad que hizo prender la chispa de la Gran Guerra, no fue destruida hasta 1992. Demasiado aguantó. Tal manía con los libros hoy serviría para que sus responsables se forraran en programas de telebasura donde narraran sus heroicas hazañas, convertidos en héroes populares al reciclar conocimiento antiguo y anquilosado en humo liberador, con el fin único de apuntalar la entrópica modernidad que respiramos, aligerando este planeta de conocimientos obsoletos e inútiles que ocupan todavía demasiadas mentes y anaqueles que no generan productividad marginal y sin contaminar.

Todolo que no sea Internet es antigualla: las bibliotecas de libros de papel ocupan demasiado espacio, la cultura rellena mentes ociosas, la filosofía es fútil y arcaica, la crítica científica vuelve a ser subversiva, los podridos cerebros económicos acallan cualquier discrepancia no marginalista, la educación se postra ante el dios manipulación... La razón no está de moda.

… de la que se pueden sacar lecciones…

La Gran Guerra Europea fue provocada por un cúmulo de pequeños o no tan pequeños incidentes, por el hartazgo que proporcionaba una vida idílica y feliz, en teoría, que se antojaba eterna. Una época bella que fue la Belle Epoque en la que se pensaba que el hombre era ya por fin un ser racional, tecnológico y educado, que el progreso curaría todos los males de la humanidad, que los problemas se arreglarían solos a causa de tales buenas nuevas.

Por exceso de confianza hacia el futuro, la fe en el desarrollo de la economía, el comercio, la industrialización incipiente, la prosperidad burguesa, el avance de la educación, que iba desterrando el analfabetismo literal de Europa convirtiéndolo en funcional, lo cual es todavía peor porque parece que hay chicha o intelecto donde no hay nada.

Un continente que pensaba que tales avances se impondrían a la deriva militarista propugnada por todos los imperios de entonces. La Exposición Universal de París de 1900 inauguró el siglo de manera grandiosa. Fue la apología del progreso que precedió a la hecatombe de 1914. La misma fe ciega que ahora se postra ante la sacrosanta tecnología, la fe en el consumo y la deslocalización más perniciosa.

Nadie pensaba que una guerra masiva o de larga duración pudiese ser posible de nuevo a causa de tal exhibición de tecnología, riqueza, cultura, de interrelación económica. Los países quebrarían en pocas semanas, pensaban. La economía no lo aguantaría, decían. Se olvidaron del efecto pernicioso del crédito hasta para fomentar guerras. Las nuevas armas con capacidad destructora impensable medio siglo antes disuadirían su utilización. Tal explosión de raciocinio impediría una vuelta a las andadas: todos tenían mucho que perder.

Igual que ahora. Igual que antes, unos pretenden acaparar más que otros, que no tienen nada que perder, lo cual será el germen de futuras revoluciones, como en el pasado fue. La historia, diferente de nuevo, se vuelve a repetir: las miserias humanas, recurrentes, son y serán siempre las mismas.

A pesar de que hubo abundantes augurios y proclamas sensatas, la mortífera catástrofe se desencadenó. Los pacifistas fueron silenciados por la chusma. Alguno, como Jaurès, asesinado. Incluso el heredero imperial acribillado parecía ser el único consciente de la capacidad destructora de una guerra en la corte imperial, el único que pudo haberla detenido antes de comenzar. Muerte que fue una ironía del destino.

Mentes supuestamente racionales tomaron en el transcurso de pocas semanas decisiones que podrían parecer lógicas analizadas de manera aislada. Fue la suma de todas ellas, junto con otras muchas decisiones insensatas o arbitrarias que en condiciones normales no se hubiesen efectuado o no hubiesen producido efectos letales, lo que desencadenó el resultado más terrible donde todos los involucrados perdieron.

Provocó el declive de la hegemonía de Europa, incluyendo el Imperio Británico. Aceleró el comienzo de la de Estados Unidos, la cual ya ha comenzado a declinar a su vez espoleada por los propios dislates, como la inmensa necedad de espiar a sus aliados.

Que continúa cometiendo errores arropando el desarrollo arrollador de China que está haciendo germinar desequilibrios internacionales extremos, inestabilidad interna y conflictos futuros, cuando su maquinaria de crecimiento desbocado comience a derrapar y su falta de democracia pase cumplida cuenta a la humanidad, con cambio o sin cambio climático por medio. Ya ha comenzado.

… para interpretar el mundo de hoy

Una de las causas detonantes de la Gran Guerra fue la ausencia de liderazgo, la inexistencia de gobernantes con espuelas de estadista y visión de futuro que vislumbraran más allá del interés egoísta inmediato, del expansionismo nacionalista cegato, del colonialismo asesino, del militarismo anticuado, la grandeza aldeana que anteponía el ombligo y la codicia a la razón y lo convertía en bandera hacia la nada. El anatema era continuar siendo civilizado.

Una falta de liderazgo parecida a la actual. Nacionalismos como los que ahora de nuevo ladran, amenazan, amedrentan, amagan o producen carcajadas que algún día podrían volver a convertirse en llanto. Especímenes que tampoco existen en estos tiempos iguales pero diferentes, menos imperialistas de cerviz militar, pero más económicos de duro cariz acaparador e imperialista, que es lo mismo.

Aunque en Europa no le demos mayor importancia, China asoma los colmillos territoriales contra Japón en las islas Senkaku, poniendo los pelos de punta a más de un agudo observador, siempre y cuando no sea un experto.

¿Un amago o un comienzo?

La II Guerra Mundial eclipsó las salvajadas de la Primera. Aquí pasó de refilón, nos benefició transitoriamente inoculando a cambio el sustrato de la Guerra Civil. Allende los Pirineos dejó más de ocho millones de muertos y otros muchos millones de lisiados. Alguno dice que hasta quince, si no más. Fue la I Guerra Mundial. Dejó a millones de solteronas a verlas venir, a muchos huérfanos anegando sus lágrimas en miseria.

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