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Carrasco y la mofa del pueblo
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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Carrasco y la mofa del pueblo

Alguno asesina. El resto se resigna. Todos despotrican. Cada uno muestra su desesperación como puede o le dejan. Regresa la España profunda. Jamás nos abandonó. El

Alguno asesina. El resto se resigna. Todos despotrican. Cada uno muestra su desesperación como puede o le dejan. Regresa la España profunda. Jamás nos abandonó. El Caso, diario de legendarias porteras y viudas desportilladas, volverá a dar juego, impactos a granel, tertulias ya no en el bar, acaso en el botellón.

Llegará el día en que el pasotismo ciudadano espabile y comience a derruir este Antiguo Régimen, aunque se vista de posmoderno. Cuando ya sea demasiado tarde. Parece que está en ello, no se sabe si para bien o para pasar el rato.

Será hasta la hora de regresar a casa para que mamá les dé de cenar, pobrecitos, que llegan agotados después de haberse indignado con profusión sin haber movido un solo dedo. Si no construyen ellos mismos su propio futuro más allá del mando a distancia y la red social, ¿quién diantres lo hará?

¿Dónde está la juventud? O acaso la próxima revolución la harán viejos con cachava. Sería la primera, un triunfo absoluto del sistema de enseñanza, una muestra de perversión de los peseteros valores inculcados y el vacío sembrado.

Antes eran pasquines anónimos cuyos autores eran perseguidos y encarcelados. Hoy son redes sociales cuyos malvados tweeteros serán debidamente señalados como malhechores consumados.

Llegará el día en que el pasotismo ciudadano espabile y comience a derruir este Antiguo Régimen, aunque se vista de posmoderno. Cuando ya sea demasiado tarde

Diferentes herramientas para mostrar el mismo descontento anónimo, aunque sea de manera cruel y malsonante, sin ningún gracejo ni atisbo de ironía. Formas indignas, hijas putativas de la cultura basura, de tanta obscenidad perpetrada por decenios de LOGSE y telemierda que ha envilecido al pueblo llano y no sólo a sus élites extractivas, que se aprovechan de ello.

El obtuso poder prefiere siempre reprimir antes que diagnosticar. Castigar para no tener que reformar. Las mentes biempensantes prefieren rasgarse las vestiduras en vez de redimir la sociedad abjurando de la hipocresía, los eufemismos y la corrección política, que no deja de ser autocensura, puro fascismo camuflado.

También se pueden palpar los síntomas de la enfermedad y del cabreo, analizar las causas, proponer soluciones. Hacer algo más que dejar que los abusos, la incompetencia y el incremento de las desigualdades continúen gobernando no solo este país, sino la absurda economía financiera de este planeta.

El fondo del mal, mal que pese, sigue siendo el mismo. En eso la historia se repite. La misma impotencia del pueblo llano hacia los abusos del poder, la corrupción rampante que fue tolerada cuando el dinero sobraba y algo se deslizaba hacia los menesterosos a cambio de populismo y votos. Pero que no es aceptada una vez la faltriquera ha sido vaciada, cuando el flujo de codicia va ya sólo de abajo a arriba.

Muchos lugares de la España profunda, sea Madrid, Barcelona o León, no se han extrañado por la deriva acarreada en las redes sociales por el asunto Carrasco. El poder jamás se percata de que el pueblo llano se suele alinear con el más débil, cualesquiera que sean las causas de la tragedia o quien la provocó. Los abusos y la impotencia enardecen la sed de venganza hacia el cacique o el todopoderoso. Las miserias humanas resurgen cuando la desesperación se intensifica. Siempre ha sido así.

Una generación de políticos que, una vez subidos al carro del poder y el coche oficial, no lo abandonan de por vida, a la manera del siglo XIX, a pesar de sus excesos y tropelías. Que se eterniza en la política acaparando cargos, cerrando el paso a los que vienen detrás, consecuencia directa de una manera caciquil y fosilizada de hacer política que es necesario modificar de manera radical y urgente. Las hemerotecas están a rebosar de denuncias, que no sirven para nada, acerca de prácticas cuestionables por doquier.

Todo eso, evidentemente, no justifica ningún asesinato. Lo cual no implica que no haya que analizar profundamente lo ocurrido en este caso, algo más que un simple crimen del montón. Si no, no habría tenido tal impacto mediático. Sociólogos, y no sólo psiquiatras y psicólogos, tendrán mucho que opinar acerca de un anacronismo propio de épocas que se creían finiquitadas.

La Revolución Francesa y la Rusa fueron caldeadas mediante amagos causados por los abusos, de los que el poder no se percató hasta que los fusiles o la guillotina no comenzaron a cercenar regios pescuezos a destajo, que fueron acompañados por los de los monopolistas del poder de entonces y sus bien pagados mamporreros. No sirvió para nada. Otros ocuparon su lugar, llámese Napoleón o la restauración de Luis XVIII; Stalin o el advenimiento de Putin; Hitler o la arrogancia injustificada de Merkel; Godoy, Fernando VII y muchos de los gobernantes que, hasta hoy mismo, seguimos padeciendo.

Unos cuantos listos, como el ínclito Fouché, hicieron fortuna continuada cualquiera que fuese el amo, hasta que también le llegó su hora. Al menos, las sucesivas revoluciones asearon la política en Francia, que continuó con su grandeur terriblemente colonial, de la cual apenas quedan vestigios más que en museos y edificios. Entre Hollande y Sarkozy se han encargado de acelerar la decadencia de Francia.

¿Se repetirá la historia tragicómica de los dos últimos siglos? ¿Y en el resto de Europa? El Antiguo Régimen económico, político y medioambiental que se arrastra por los albores del siglo XXI se desmorona, cualquiera que sea el nivel de deuda, anegado por el inevitable deshielo del Antártico, según las últimas investigaciones.

Los indicios son negados o ignorados, el descontento exorcizado, condenado o vilipendiado por los lacayos a sueldo cada vez más menguado: son cosas de criminales o antisociales, sean rojos o fachas, pobres o desquiciados. Siempre fue así hasta que la revolución se desencadenó. Fuese unas veces pacífica, a menudo trágica. ¿Cómo será la que se está fraguando?

Debatir no es pasión nacional. Priva machacar y vencer, vencer sin convencer, aplastar sin razonar, humillar, mortificar al oponente cualesquiera que sean las armas dialécticas utilizadas. Al menos se han arrinconado las pistolas. Que se lo digan a la difunta Carrasco, al humor negro y a la España profunda que resurge con furor de nuevo.

España es un país democrático sin demócratas. Apenas hay tradición. Las Cortes de Cádiz fueron amordazadas antes de comenzar su singladura en la Tacita de Plata. Los monolíticos partidos políticos españoles, la tan marcial disciplina de voto a órdenes del secretario general, dan buena fe de ello. Hasta que el agua les cubra el cuello y los mande a la porra a todos.

El poder jamás se percata de que el pueblo llano se suele alinear con el más débil, cualesquiera que sean las causas de la tragedia o quien la provocó. Los abusos y la impotencia enardecen la sed de venganza hacia el cacique o el todopoderoso

Castilla y León y tantas otras regiones como Cataluña, Andalucía o Valencia se han convertido en un monocultivo político plagado de cardos y malas hierbas, con las resonancias caciquiles que el término implica, con raíces que se hunden en el desgraciado siglo XIX.

El fin último es y ha sido siempre el enriquecimiento de las castas que ostentan el poder, de los lobbies afines que los financian y sostienen, renegando de la verdadera modernidad, arrinconando los pocos héroes ilustrados que lucharon desesperadamente por adecentar patrias o regiones. Fue así en el siglo XIX. Vuelve a ser igual ahora. Hasta en León, doy fe.

El marketing, vender populismo a cambio de poltrona, es lo único que saben hacer con profesionalidad los políticos actuales. El pueblo, cautivo de ideas obsoletas y desarmado en manos de dirigentes sin escrúpulos, sigue votando sin movilizarse, sin exigir reformas, ni un freno radical a la corrupción. No se queje, pues.

En Francia el descontento lo canaliza la extrema derecha de Le Pen, en Holanda es Wilders… Los partidos políticos tradicionales se están disolviendo a causa de su inmovilidad y la incapacidad de sus dirigentes de querer ver más allá de sus bien remuneradas narices, cegados como están por el fulgor del coche oficial, por las cohortes de pelotas arribistas que los asesoran.

¿Cómo se canalizará el descontento aquí? ¿Se reproducirá la tradición ancestral del palo y tentetieso? O los políticos espabilarán con el fin de no verse arrojados al fango por un pueblo arruinado y enfurecido, el día en que afloren extremismos y el cochambroso populismo a la venezolana se imponga, si no algo peor. ¿Debemos temblar?

Son repugnantes los hechos. Duras estas palabras. Puede que escandalicen a hordas de intelectos rebajados por esta sociedad almohadillada. Esto no implica que la escasa lucidez que sobrevive a tanta flojera no tenga la obligación de analizar los hechos, cercenar los síntomas, aplicar soluciones en vez de rasgarse las vestiduras y demonizar al mensajero.

Crímenes truculentos los ha habido siempre. ¿Es este otro más sin más trascendencia que tan trágica mofa? O hay algo más profundo detrás.

Parece que la entropía global, sea económica o natural, política o social, física o educativa, mental o filosófica, continúa su curso inexorable hacia el equilibrio térmico y la inanidad mental, que se está adelantado.

Alguno asesina. El resto se resigna. Todos despotrican. Cada uno muestra su desesperación como puede o le dejan. Regresa la España profunda. Jamás nos abandonó. El Caso, diario de legendarias porteras y viudas desportilladas, volverá a dar juego, impactos a granel, tertulias ya no en el bar, acaso en el botellón.

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