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El 'monopoly' que amenaza a África
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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El 'monopoly' que amenaza a África

Occidente ha infravalorado tradicionalmente la importancia geoestratégica de África. Gobiernos débiles instaurados por un postcolonialismo degradante, cuyo erial cívico legado permite el cultivo cada vez mayor

Occidente ha infravalorado tradicionalmente la importancia geoestratégica de África. Gobiernos débiles instaurados por un poscolonialismo degradante, cuyo erial cívico legado permite el cultivo cada vez mayor del terrorismo, hacen de aquellas tierras castigadas sin culpa un lugar crucial en el panorama global que se avecina.

No nos referimos sólo a la economía desquiciada ni a las finanzas desbocadas por cierto engendro domiciliado en Frankfurt, la City o Wall Street. Tres sumideros de estabilidad presente y riqueza futura incapaces de descontar el precio de los conflictos venideros, ni las calamidades que provocan cada día sus malhadadas teorías y sus despiadadas prácticas económicas que aceleran la expoliación de las materias primas y el deterioro del medioambiente.

África se ha convertido en encrucijada de la permanente batalla contra genocidios y conflictos civiles, en semillero crucial del terrorismo. Sus recursos son la moneda de cambio. Sus problemas nuestra responsabilidad. La riqueza natural del continente es muy golosa como para permitir que le sea arrebatada a sus ciudadanos por terceros, provengan de donde provengan, y más si tienen los ojos rasgados sin atisbos de remordimiento. ¿Choque de trenes imperiales en lontananza?

África suministrará en el año 2015 entre el 25% y el 40% del petróleo que consumirá Estados Unidos. Será proveedor clave de minerales estratégicos como pueden ser el cromo, el platino o el manganeso. Del coltán, ¿qué?

Se está convirtiendo en escenario clave de la estrategia geopolítica, social y, sobre todo, económica y medioambiental. Toca exprimir con más fruición si cabe y apenas respeto sus abundantes recursos, según los de otros lugares más cercanos y accesibles se vayan agotando.

Añadamos al carajal africano que los cataclismos meteorológicos extremos tienen alta probabilidad de exacerbarse en todo el mundo. Implicará una disminución del suministro de agua potable, de la producción de alimentos en zonas muy pobladas y sensibles a causa de la reducción de la humedad de la tierra y la subsecuente disminución de la superficie cultivable. Asuntos ambos que incrementarán los conflictos, tensiones y las hambrunas, promocionarán gobiernos débiles, colapsos económicos y migraciones masivas.

Muchas regiones del continente son ya zonas calientes, si no ardientes: Darfur, Etiopía, Eritrea, Somalia, Angola, Nigeria, Camerún, Sahara Occidental… El origen de alguno de tales conflictos son simples causas medioambientales.

Conflictos aparentemente tribales, sectarios, religiosos u orgullosos nacionalismos petulantes han sido originados, si se investigaran las razones profundas, por razones no sólo climáticas. Por la disminución del suministro del agua potable o la reducción de productividad agrícola causada por el empobrecimiento y deterioro de las tierras de cultivo.

Los desafíos a los que ya se enfrenta África y los que le tocará padecer en un futuro no tan lejano serán enormes. Representarán seria amenaza incluso para los Gobiernos más estables. No se puede considerar que muchos países africanos estén gobernados por instituciones civiles ni nada que se les parezca.

Cuando las condiciones que permiten incubar estados fallidos se intensifican, como previsiblemente ocurrirá durante las próximas décadas, no sólo en Europa, el caos resultante incrementará los conflictos civiles, guerras, genocidios y la exportación de terrorismo al insensato Occidente.

En Somalia, por ejemplo, la alternancia de sequías e inundaciones provocará migraciones. Prolongará conflictos que los señores de la guerra capitalizarán, incrementando todavía más la inestabilidad. Implicará el aumento de operaciones humanitarias, la protección del lugar por parte de fuerzas de pacificación o como se llamen. O su abandono mediante la estrategia en vigor de tierra quemada allá donde Occidente planta sus zarpas, como está pasando en Irak.

La necesidad de reconstrucción en algún momento a manos de fuerzas americanas, europeas o de otros lugares será más necesaria que nunca. Amortiguará vacías conciencias consumistas en forma de oneroso y grandilocuente desinterés humanitario interesado. Más externalidades que añadir al zurrón no valorado por la despiadada ortodoxia jocosa y codiciosa, que se autodenomina científica, y se considera avanzada.

Según el cambio climático produzca cambios en las cosechas y modifique las pautas que rigen el suministro actual de alimentos, la geopolítica será dominada por políticas que atenúen la escasez o al menos lo intenten, esperemos, amagando con arreglar algo, como se hizo con Irak y tantos otros lugares convertidos en vergüenza de la civilización occidental y la economía del conocimiento.

Más del 30% de los refugiados que hay en el mundo son africanos. Durante la pasada década, déficits alimentarios severos afectaron a 25 países de África, provocando duras calamidades a unos 200 millones de personas.

El cambio climático exacerbará tales fenómenos. La superficie del desierto del Sahara está aumentando. La región subsahariana prevé menores precipitaciones todavía, lo cual, junto con la disminución de las lluvias en el norte de África, incrementará la presión migratoria hacia Europa y la emigración regional intracontinental, que incrementará la inestabilidad.

El 25% de la población africana vive a menos de 100 kilómetros de la costa. Seis de las diez mayores ciudades están localizadas en ella. El incremento del nivel del mar provocará el desplazamiento masivo de poblaciones enteras.

Nigeria y Mozambique son particularmente vulnerables a los efectos del aumento previsible del nivel del mar y las fuertes tormentas que están por llegar. Dos ciclones desplazaron medio millón de personas en Mozambique en el año 2000. Unas 950.000 personas requirieron algún tipo de ayuda humanitaria. El delta del río Níger acoge el 7,5 % de la superficie cultivable de Nigeria, que alberga unos 20 millones de personas.

Un medioambiente cada vez más frágil y degradado incrementará enfermedades endémicas en África como la malaria, el dengue, la fiebre amarilla y otras plagas bíblicas expandidas por la estupidez humana al pretender envolverla en un manto de iluso conocimiento presuntamente científico.

El cambio climático contribuirá a su proliferación. El incremento de las temperaturas, las inundaciones que provocará el aumento del nivel del mar y los eventos meteorológicos extremos ensancharán los rangos de latitud y altura en que tales males están hoy confinados. Un incremento de temperatura de apenas 1 ºC podría introducir una epidemia de malaria en Kenia. Las inundaciones previstas podrían difundir cólera a tutiplén.

Visto lo cual, expuesto por los mismos militares de la semana pasada aderezado con pimentón picante de propia cosecha, ¿por qué no prevenir en vez de curar? Se necesita sólo sensatez, ganas de desarrollar la ciencia de la escasez y de aplicar la economía fundamental. Mecachis: ¡hay que crearla!

Occidente ha infravalorado tradicionalmente la importancia geoestratégica de África. Gobiernos débiles instaurados por un poscolonialismo degradante, cuyo erial cívico legado permite el cultivo cada vez mayor del terrorismo, hacen de aquellas tierras castigadas sin culpa un lugar crucial en el panorama global que se avecina.

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