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Los cañones de agosto retumban cien años después
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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Los cañones de agosto retumban cien años después

Un siglo después nos volvemos a encontrar de nuevo en pleno Agosto del año 1914, con igual mortandad moral y no sólo física, que pronto recrudecerá

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Cambian las ideologías y las fanfarronadas, los uniformes y las pedradas mentales. El fanatismo intransigente compite en vigor e irracionalidadaunque sea diferente. Ayer fue la intransigencia militar. Hoy son la cerrazón económica y financiera, la codicia y el recurrente ansia de poder, la eternidad infinitesimal siempre. Ayer fue el imperialismo colonial. Hoy son el consumismo irracional, el clima cual arma letal, los recursos menguantes, la dignidad decreciente.

Aquella fue la I Guerra Mundial. Se ha declarado la Tercera, guerra de nuevos ricos, los mismos paletos de siempre que por fin han alcanzado el poder. Que se afanan en desterrar la responsabilidad y la educación, el amor a la cultura, la belleza y el arte. Que fomentan la uniformidad de “diseño”, la contaminante arquitectura estelar y la pedagogía moderna, que impide la frustración y el empeño.

Similar irracionalidad padecida en ambos conflictos espoleada por unos pocos, como la que hace cien años condujo a Europa hacia al desastre demográfico y social, aunque la literatura, la ciencia y el arte florecieran, una soez incongruencia. Hoy ni eso.

Son culpables los idénticos paradigmas coloniales indirectos, arramplar con todo, auspiciados esta vez por el becerro de oro y el ídolo mercado, el Dios Consumo en el que ha transmutado el arcaico dios de la guerra que aplaudía a garrotazos la insensibilidad de ambos bandos.

En la guerra global de hace un siglo, las mentalidades imperialistas pretendían acaparar los recursos de las colonias oprimidas “inferiores”, acogotar regiones enteras con el fin de crecer y ser más poderosos. Hoy son los consumidores, la imperiosa codicia individual, aunque sea inconsciente, que pretende acaparar todo lo que está a su alcance en un fugaz instante medido en términos geológicos y biológicos, de usar y tirar, aplastando a los más desfavorecidos. Llenando de miseria futura y porquería presente este planeta, de detritus ético y moral toda la humanidad sin ninguna tizna de equidad.

Ayer eran cañones de acero cruel y lacerante, el 75 francés, los gigantescos obuses alemanes que aplastaron los inconquistables fuertes de Lieja o las ametralladoras de entonces que barrieron juventudes enteras. Han devenido en perniciosos misiles financieros y silenciosos morteros ideológicos que arrasan la anquilosada inteligencia de la inmadura juventud actual, que adora la tecnología como motor de un progreso religioso, pero no por ello menos vacío y suicida.

Entrópicas sofisticaciones que causan estragos mayores y más longevos, aunque nos neguemos a constatarlo ni lo queramos ver: terminaremos padeciéndolo. Balas y obuses en forma de deshielo o de sequías extremas, de inundaciones y de basura financiera, de contaminación exportada y tormentas cada vez más virulentas, de desechos electrónicos abandonados en el Tercer Mundo, o del coltán de nuestros móviles inteligentes, que mata niños en África o los obliga a matar a ellos.

De cientos de miles de aberraciones más en forma de transacciones económicas asesinas para que las mentes laboriosas y eficientes de los países que se dicen avanzados, que una vez fueron ricos y hoy están arruinados, no lo puedan contemplar.

Naciones lameculos como España, Portugal o Grecia, y pronto Francia, a las órdenes del germen recurrente de las mayores hecatombes recientes, que pronto seguirá el mismo destino desquiciado que sus aplastadas víctimas. Prepotentes naciones arrogantes supuestamente productivas y eficientes, todavía más sucias y contaminantes, con previsible fecha de caducidad.

Como antaño curas y evangelizadores, hoy envían las otrora soberbias potencias coloniales a voluntarios y ONG para que palíen los destrozos causados, expíen culpas y acallen remordimientos, si quedara algún estertor disponible de tan obsoleto sentir. Destrozos provocados por insensatos economistas laureados, fanáticos predicadores de la fe mediática en posesión de la acienciada verdad proclamada, adoradores del milagro tecnológico permanente, en el ansia de un crecimiento económico sin interrupción y del consumo ilimitado sin moderación.

Un siglo después nos volvemos a encontrar de nuevo en pleno agosto de 1914 con igual mortandad moral, y no sólo física, que pronto recrudecerá. Enarbolando lanzas fiscales y fanatismo regulatorio contra los propios ciudadanos, que son eludidos por la tradicional élite extractiva ahora denominada casta. Hace un siglo el reclutamiento masivo entre humildes, insensatos, y no sólo gentiles, hizo desaparecer en macabras trincheras con ratas y barro, en vez de saber e inteligencia, a toda una generación. La endémica tontuna teórica ha arruinado las que están por nacer.

La intransigencia académica aplasta la INNOVACION, la inquisición nobelada impide la evolución de la ciencia económica, aunque no se merezca tal apelativo. El simplismo lo invade todo. El declive biológico y natural persevera. La pobreza generada será mayor. El sufrimiento, superior.

La hiperinflación regresará cuando la hecatombe de deuda no sólo pública se produzca, cuando la incontrolada manivela monetaria termine por pasarse de rosca. Sin inflación, las cuentas jamás se podrán pagar. Con hiperinflación será todavía peor. Con deflación ya lo estamos viendo. Será una mera cuestión de tiempo que la burbuja ideológica y financiera global reviente.

De perseverancia por parte de prusianos generales reconvertidos en financieros chusqueros sin escrúpulos arropados por fanáticos ideólogos económicos, parientes intelectuales de aquellos otros generales austro-húngaros, alemanes y rusos, italianos, ingleses y franceses que tantos millones de soldados enviaron al matadero arropados por grandiosos y demenciales planes militares, fuese el Schlieffen o el XVII, similares en su mortandad irracional a las irrelevantes teorías económicas actuales. Recetas dogmáticas que defecan mediante fétidas externalidades los horripilantes crímenes cometidos, la contaminación rampante, la pobreza generada, la devastación prevista.

El cataclismo de hace justo un siglo fue provocado por un pequeño grupo dirigente influenciado por la mentalidad rígida y militar de la época, no sólo de las élites extractivas de entonces, sino de toda la población. El populacho urbano, que no el rural que se quedó sin recoger la cosecha, aclamó a soberanos y emperadores, a republicanos o tiranos cuando comenzó la refriega. Los disidentes de la violencia y los que postulaban por la paz fueron silenciados: eran antipatriotas. La inconsciente soldadesca fue en tropel al encuentro de su propia tumba, en taxi, entonando alegre marcha triunfal.

Ahora son grupos de supuestos expertos en economía al mando de los posmodernos generales de hoy, igual de intransigentes e ignorantes que los de entonces. Unos ministros de Economía igual de lerdos, con las mismas pocas luces, arropados por sus adláteres supuestamente brillantes y bien preparados en caducas y anquilosadas universidades norteamericanas. Con Estados Mayores reconvertidos en oscuros lobbies y rapaces grupos de presión cuyos comandos infiltrados, los hombres de negro y los cobradores de bonus estratosféricos, son aclamados por la estupidez ortodoxa que emite las órdenes.

Por la élite académica bien pensante, sus perniciosas ideologías económicas envueltas en acienciada astrología, provengan de la embarrada trinchera, dicen que científica, de la que provengan. De los tercos paradigmas que afloran como lo hicieron púas y barricadas hace cien años convertidas hoy en gasto de hormigón innecesario, horror arquitectónico deslavazado, terror estético de diseño, de losetas frías sin ninguna sombra, y jardineras agonizantes en vez de jardines con refrescante vegetación. Del gas mostaza reencarnado en venenosa polución, asma en botella, cáncer de tiroides o suicidios en Fukushima.

Armas de destrucción masiva más silenciosas, pero mucho más letales para el hombre, con efectos infinitamente más duraderos para los océanos y la atmósfera que aquellas otras de pólvora y metal. Artilugios teóricos y tecnológicos que continúan jaleando el entusiasmo y la fe de las masas, su ansia en un consumo irracional, eterno e incremental.

De la misma manera que cuatro largos años de absurdas y sangrientas ofensivas en el frente estancado–fuese en el Marne, el Somme o Ypres– saturaron de vileza a una población europea que se desangró entre combates inútiles y matanzas masivas, las supuestamente incruentas pero irracionales ofensivas tácticas para promover un crecimiento económico imparable, por parte de uno u otro bando, se denomine austericidio para salvar bancos alemanes y franceses y contentar de manera vil a la prusiana Merkel, o quantitative easing para amañar el dólar y simular el avance de la economía, que no de la riqueza, se darán de bruces, antes o después, contra la terca realidad natural de este planeta.

Violencia como jamás antes se había producido, que fue superada por su secuela postrera, la II Guerra Mundial, cuyo prolegómeno fue nuestra fatídica Guerra Civil, de la cual todavía padecemos dramáticos estertores en forma de caciquismo y degeneración social, de vileza cívica y fanatismo tribal, de cerrazón ideológica y corrupción institucional, de neofascismo cruel y franquismo judicial camuflado de corrección política, sea con coleta, con bigote o con ceja.

La III Guerra Mundial que comienza será el epílogo a un siglo largo saturado de intransigencia intelectual y ruina moral aplastante. La brutal ofensiva en ciernes se volverá a dar de bruces contra un ejército en retroceso considerado enemigo, el planeta mismo, que seguirá poblándose de más basura todavía, de más emisiones, añadiendo más contaminación a este estercolero tecnológico y cultural. De la pérdida de biodiversidad que nos dará la puntilla y qué se yo cuántos de cuántos fenómenos letales más, aunque estén armados con acienciada espoleta retardada e imposible deuda acumulada. Igual que las fétidas e insalubres trincheras de hace un siglo.

Cataclismos originados bajo el manto de una ciencia económica supuesta, a las órdenes del Estado Mayor Central, que guía las decisiones de cualquier Gobierno occidental a pesar del arma secreta con la que amaga el enemigo, del que muchos apostatan o niegan: el escurridizo cambio climático, la quinta columna de esta sociedad que pugna por masacrarse ella misma. Su despliegue silencioso y letal comienza a ser mortífero.

De la misma manera que nos parecen marcianos ajenos a la degenerada corrección política actual los toscos gobernantes causantes del cataclismo de 1914, su actitud soberbia, su agresividad, sus ideas preconcebidas con la misma raigambre imperialista descerebrada y terca ayer igual que hoy, dentro de cien años nuestros nietos habrán comprobado igualmente en sus caldeadas molleras, esperemos que algo más lúcidas, como unas mentalidades simples similares en lo esencial se cargaron la supuestamente idílica sociedad consumista de entonces: la de hoy. La Belle Epoque se ha convertido en la Dirty Epoque, anglosajona en su hipócrita erección, latina en su despreocupado desenfreno.

Mentalidades idénticas en la irracionalidad conceptual que emanan, que continúa jaleada por una chusma igual de inconsciente y aborregada que la de hace un siglo, sin ningún norte ni objetivo real, ni más estrategia decente que destruir el medioambiente.

Generales con cascos de pluma de oca y medallas alemanas Pour le Mérite. Ases de la aviación psicópatas y asesinos transmutados en ignorantes gurús y supuestos sabios adornados con entorchados premios Nobel de Economía, igual de torpes e insensatos que los políticos y los militares de entonces, que no supieron improvisar soluciones ni revertir la masacre.

La misma patada hacia delante que envió de bruces al matadero a millones de soldados se propina hoy en el culo del ansiado crecimiento económico por si avanzara de morros o al bies, dará igual, aunque fuese a trompicones cada vez más pestilentes y endeudados. Ni con esas.

Los cañones disparan. El cerril fuego mediático de batería cubre la acienciada infantería servil y desquiciada que aplasta y dinamita el conocimiento en colegios y universidades. Las salvas dialécticas del acallado bando derrotado serán cada vez más ácidas y mortíferas con el fin de denunciar el franquismo latente que anida en la justicia, el fundamentalismo feminista que arrebata de manera cruel e ignominiosa tantos hijos a sus padres, cruento feminismo vengativo y radical; la cobardía de tantos jueces españoles que, al no contar con el permiso de Pujol y tantos otros caciques enquistados, siguen sin juzgar a centenares de criminales que se han vuelto para siempre presuntos, vergüenza de demasiados jueces cobardes y apocados.

Que permiten la aplicación por parte de colegas sádicos y holgazanes de progresistas leyes nazis, anticonstitucionales, que se dicen democráticas. Mierda de tribunales. Jueces que, por miedo a hacer su trabajo con honestidad, continúan sin juzgar con ejemplaridad a los culpables de este corrupto horror patrio que se resiste a ser decente y democrático, a hacer justicia de verdad, mientras maltratan a los apaleados ciudadanos honrados, y a muchos padres decentes, cada vez más furiosos y empobrecidos.

El difunto García Márquez fue el maestro del realismo mágico en la novela. Inauguramos el realismo descarnado en el ensayo, ya que, la realidad siempre supera a la ficción. Y más en los absurdos tiempos que corren.

Cambian las ideologías y las fanfarronadas, los uniformes y las pedradas mentales. El fanatismo intransigente compite en vigor e irracionalidadaunque sea diferente. Ayer fue la intransigencia militar. Hoy son la cerrazón económica y financiera, la codicia y el recurrente ansia de poder, la eternidad infinitesimal siempre. Ayer fue el imperialismo colonial. Hoy son el consumismo irracional, el clima cual arma letal, los recursos menguantes, la dignidad decreciente.