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Las 15 enfermedades de la Curia según el Papa Francisco
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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Las 15 enfermedades de la Curia según el Papa Francisco

Ya que la ruina moral no se detiene, el Papa Francisco denuncia el anquilosado y corrompido devenir intelectual, cultural y religioso no sólo de Europa

Ya que la ruina moral no se detiene y los gobernantes no hacen nada para remediar la parálisis ética que afianza la decadencia de Occidente y no solo de Europa, el Papa Francisco denuncia el anquilosado y corrompido devenir intelectual, cultural y religioso.

Se ha puesto al frente de la necesaria regeneración mundial. Sus declaraciones deberían cubrir de vergüenza y oprobio a tanto ciudadano inconsciente, a tanto gobernante mezquino e incapaz, que lo son todos los que siguen sin querer ver más allá de sus embrutecidas narices o, en su caso, de las próximas elecciones.

El Papa ha identificado quince enfermedades que atenazan la Curia Romana. Y, por extensión, a los gobiernos y sociedades no solo occidentales. Extractemos. Añadamos sal y pimienta, y algo de vinagre, a tan lúcidas y esclarecedoras palabras.

Son «enfermedades y tentaciones», dice, que no tocan solo a la Curia y que «son naturalmente un peligro para cada cristiano y para cada curia, comunidad, congregación, parroquia, movimiento eclesial». Y para cada gobierno incapaz y envilecido, y para ciudadanos que viven en una sociedad que ha perdido todo norte y toda sensatez más allá de exigir vivir bien de una manera infeliz, sin valorar las consecuencias ni poderlo pagar, mientras otros desfavorecidos cargan con su inconsciente mal producido.

Francisco las identifica con actitudes presentes principalmente en el ambiente en el que vive desde hace 21 meses. «Sería hermoso -dijo- pensar en la Curia romana como un pequeño modelo de la iglesia, es decir como un ‘cuerpo’ que trata seria y cotidianamente de estar más vivo, más sano, más armonioso y más unido en sí mismo y con Cristo». De la misma manera que sería hermoso que los gobiernos fueran un microcosmos de virtud, en armonía con los ciudadanos, en vez de egoístas grupos de poder que dejan de lado todo escrúpulo, dispuestos a exprimirlos y utilizarlos.

La Curia, como la Iglesia, no puede vivir, según Francisco, «sin tener una relación vital, personal, auténtica y firme con Cristo». Ni los políticos deberían poder ejercer sin una relación de lealtad y honradez para con los ciudadanos.

Y un miembro de la Curia que no se alimenta cotidianamente con ese alimento se convertirá irremediablemente en un burócrata. «Nos ayudará el ‘catálogo’ de las enfermedades -siguiendo la vía de los Padres del desierto- del que hablamos hoy, para prepararnos a la confesión». Lo mismo que los gobernantes que solo piensan en mantenerse en el cargo. El pueblo exige eficacia, remedio y amparo en vez de criminalización gratuita de sus colectivos ciudadanos. Su mejor arma eran hasta ahora las urnas. Se ha vuelto ineficaz e inútil al empujar la corrección política hacia el totalitarismo existencial y legal. Otra enfermedad que envilece las democracias actuales.

Estas son las quince enfermedades de la Curia, según el Papa Francisco. Son extensibles a todos los estamentos de la sociedad, de la economía y la política, de la vida privada y la pública.

La enfermedad de sentirse inmortal o indispensable. «Una Curia que no hace autocríticas, que no se actualiza, que no trata de mejorarse es un cuerpo enfermo». El Papa recuerda que una visita a los cementerios podría ayudarnos a ver los nombres de tantas personas que «tal vez creíamos que eran inmortales, inmunes e indispensables». Es la enfermedad de los que «se sienten superiores a todos y no al servicio de todos. Esta deriva a menudo de la patología del poder, del ‘complejo de los Elegidos’, del narcisismo».
 No necesita mayor comentario la enfermedad inaugural. Una reflexión que muestra la puerta a los políticos y a los abuelos del Ibex 35 que nos han arruinado.

La enfermedad de la excesiva laboriosidad. La de todos los que, como Marta en la narración evangélica, «se sumergen en el trabajo descuidando, inevitablemente, ‘la parte mejor’: sentarse al pie de Jesús». El Papa recuerda que Jesús «llamó a sus discípulos a ‘descansar un poco’, porque descuidar el necesario reposo lleva al estrés y a la agitación». Si cambiamos la palabra Jesús por ciudadano, la interpretación es evidente. No se trata de legislar mucho sino de legislar bien, de gobernar adecuadamente en provecho del ciudadano en vez de esquilmarlo, de promover acciones sensatas en vez de inundarlo con diarreas normativas que oculten su incapacidad y la corrupción, colapsando los juzgados, animando a los jueces criminales a ejercer con rencor de género aplicando las leyes genocidas vigentes.

La enfermedad de la «fosilización» mental y espiritual. Es de los que «pierden la serenidad interior, la vivacidad y la audacia, y se esconden bajo los papeles, convirtiéndose en ‘máquinas de prácticas’ y no en hombres de Dios», sin la capacidad para «llorar con los que lloran y alegrarse con los que se alegran». Fosilización mental como la que atenaza la economía teórica y práctica que nos conduce hacia la ruina, esquilmando este planeta, destrozando la naturaleza.
 ¿Ciencia social? Astrología codiciosa rellena de ideología depredadora sin espíritu intelectual alguno.

La enfermedad de la planificación excesiva. «Cuando el apóstol planifica todo minuciosamente» y cree que si actúa de esta manera «las cosas efectivamente progresan, convirtiéndose de esta manera en un contador. Preparar todo bien es necesario, pero sin caer nunca en la tentación de querer encerrar o pilotear la libertad del Espíritu Santo… Siempre es más fácil y cómodo tenderse en las propias posturas estáticas e inmutables». Cuando solo valen las encuestas, cuando se planifica con el fin de ganar las próximas elecciones con el objetivo único de disfrutar del sillón, cuando se olvida gobernar o se gobierna con el único fin de renovar el cargo, permitiendo que continúen ejerciendo los jueces criminales.

La enfermedad de la mala coordinación. Es la de los miembros que «pierden la comunión entre ellos y el cuerpo pierde su armonioso funcionamiento», convirtiéndose en una «orquesta que produce ruido porque sus miembros no colaboran y no viven el espíritu de comunión y de equipo».
 O de diecisiete burocracias egoístas cada una con su propia disparidad normativa. O las cavernas nacionalistas que renuncian a convivir con sus vecinos. La del nepotismo que atenaza las universidades o los partidos políticos españoles, los oligopolios que ahogan la economía, y los lobbies y grupos de poder, o egoístas minorías con actitud neofascista, cuyo único lema es: ¿y lo mío qué?

La enfermedad del «Alzheimer espiritual». Es decir «una pérdida progresiva de las facultades espirituales» que «provoca serias discapacidades en las personas», haciendo que vivan en «un estado de absoluta dependencia» de sus concepciones, a menudo imaginarias. Se advierte en quienes «han perdido la memoria» de su encuentro con el Señor, en quienes dependen de las propias pasiones, caprichos y manías, en quienes construyen a su alrededor «muros y hábitos».
 Y posturas éticas y morales aberrantes que consolidan mediante corrección política y modas demenciales el fascismo sociológico y la pobreza intelectual que avanzan con cada vez mayor vigor.

La enfermedad de la rivalidad y de la vanagloria. Cuando la apariencia, los colores de la ropa o las medallas se convierten en el primer objetivo de la vida… «Es la enfermedad que nos lleva a ser hombres y mujeres falsos y a vivir un falso ‘misticismo’ y un falso ‘quietismo’». Poco más que añadir más que recordar el ¡y tú más! de nuestros políticos, la moda, las actitudes preconcebidas y la corrección política como motor de la uniformidad que envilece con ahínco y empobrece con fruición esta desquiciada sociedad.

La enfermedad de la esquizofrenia existencial. Es la de quienes viven «una doble vida, fruto de la hipocresía típica del mediocre y del progresivo vacío espiritual que licenciaturas o títulos académicos no pueden llenar». Sorprende a menudo a los que «abandonan el servicio pastoral, se limitan a las cosas burocráticas, perdiendo de esta manera el contacto con la realidad, con las personas concretas. Crean así un mundo paralelo, en el que ponen de parte todo lo que enseñan severamente a los demás» y llevan una vida «oculta» y a menudo «disoluta». La conversión es muy urgente para esta gravísima enfermedad, añadió. Es fruto de la perversión educativa que ignora todo atisbo de humanidad, que desprecia los clásicos que iluminaron una civilización ahora decadente al ser improductivos y no generar valor añadido. La universidad se ha convertido en pretendidas fábricas de empleo, dejando de ser faros iluminadores de la cultura y el intelecto y promotores de la ciencia de verdad, destrozando este planeta mientras adoran el becerro de oro.

La enfermedad de los chismes. De esta enfermedad, indicó Francisco, «ya he hablado en muchas ocasiones, pero no lo suficiente». Esta enfermedad, «se adueña de la persona haciendo que se vuelva ‘sembradora de cizaña’ (como Satanás), y, en muchos casos casi ‘homicida a sangre fría’ de la fama de los propios colegas y hermanos. Es la enfermedad de las personas bellacas que, al no tener la valentía de hablar directamente, hablan a las espaldas de la gente… ¡Cuidémonos del terrorismo de los chismes!». Es la telebasura, son los medios sensacionalistas aunque pretendan envolverse en un aura de seriedad, la noticia con impacto para ingresar más aunque sea una mentira falaz y criminal.

La enfermedad de divinizar a los jefes. Es la de los que «cortejan a los superiores», víctimas del «carrerismo y del oportunismo», y que «viven el servicio pensando únicamente en lo que deben obtener y no en lo que deben dar». Son personas mezquinas, inspiradas solamente «por el propio egoísmo». Podría golpear también a los superiores «cuando cortejan a algunos de sus colaboradores para obtener su sumisión, lealtad y dependencia psicológica, pero el resultado final es una verdadera complicidad».
 Una parábola de nuestra clase política y empresarial, de los sistemas de ascenso en los partidos políticos y la mayoría de los pervertidos e ineficaces oligopolios otrora públicos españoles.

La enfermedad de la indiferencia hacia los demás.
«Cuando cada uno sólo piensa en sí mismo y pierde la sinceridad y el calor de las relaciones humanas. Cuando el más experto no pone su conocimiento al servicio de los colegas menos expertos. Cuando, por celos o por astucia, se siente alegría viendo al otro caer en lugar de levantarlo o animarlo». Nada más que añadir.

La enfermedad de la cara de funeral. Es la de las personas «hurañas y ceñudas, que consideran que para ser serios es necesario llenar el rostro de melancolía, de severidad y tratar a los demás -sobre todo a los que consideran inferiores- con rigidez, dureza y arrogancia». En realidad, añade el Papa, «la severidad teatral y el pesimismo estéril son a menudo síntomas de miedo y de inseguridad de sí. El apóstol debe esforzarse para ser una persona cortés, serena, entusiasta y alegre que transmita felicidad….» Francisco invita a estar llenos de humor y a ser auto-irónicos: «Qué bien nos hace una buena dosis de un sano humorismo». Una pequeña discrepancia. A veces, cuando la vida golpea sin compasión, no es fácil abandonar cierta cara de funeral producto de la tristeza, la rabia y la melancolía.

La enfermedad de la acumulación.
«Cuando el apóstol trata de llenar un vacío existencial en su corazón acumulando bienes materiales, no por necesidad, sino solo para sentirse al seguro». Y recuerda la anécdota de un joven jesuita que estaba preparando una mudanza, con muchas cosas, libros, regalos. Otro jesuita, más anciano, le preguntó con una sonrisa: «¿Es esta la caballería ligera de la Iglesia?». «Nuestras mudanzas indican esta enfermedad», indica Francisco. Sí, pero donde esté una buena y tradicional biblioteca, sentir los legajos… En todo caso, es una parábola acerca de la acumulación injustificable, de las desigualdades que fomenta este sistema económico injusto e inestable, de la codicia que promueven las élites extractivas sin ninguna intención de desincentivarla ni de recapacitar.

La enfermedad de los círculos cerrados. Cuando «la pertenencia al grupito se vuelve más fuerte de la pertenencia al Cuerpo y, en algunas situaciones, a Cristo mismo. Esta enfermedad también nace siempre de buenas intenciones, pero, con el paso del tiempo, esclaviza a los miembros convirtiéndose en un ‘cáncer’». El nepotismo que atenaza la renovación de los partidos políticos, sindicatos, universidades, colectivos profesionales intelectualmente cerrados a toda influencia exterior, a la casta académica dominante en tantas disciplinas anquilosadas, la jurisprudencia criminal incapaz de impartir justicia,…

La enfermedad del provecho mundano, del exhibicionismo.
«Cuando el apóstol transforma su servicio en poder, y su poder en mercancía para obtener provechos mundanos o más poderes. Es la enfermedad de las personas que tratan infatigablemente de multiplicar poderes y por este objetivo son capaces de calumniar, de difamar y de desacreditar a los demás, incluso en periódicos y en revistas. Naturalmente para exhibirse y demostrarse más capaces que los demás». Una enfermedad que «¡hace mucho daño al cuerpo, porque lleva a las personas a justificar el uso de cualquier medio con tal de alcanzar tal objetivo, a menudo en nombre de la justicia y de la transparencia!». «Un sacerdote -recuerda el Papa- que llamaba a los periodistas para decirles e inventar cosas privadas de los propios parroquianos y hermanos. Para él lo que contaba era sentirse importante, ¡pobrecito!». Toda una declaración de intenciones para políticos y “empresarios” a crédito patrios, para jueces criminales que promueven y fomentan la violencia de género justificándola mediante progresía barata y corrección política, para medios de comunicación que sobreviven a base de ruido y portadas en vez de análisis e información.

Francisco concluyó recordando que había leído una vez que «los sacerdotes son como los aviones, solo hacen noticia cuando caen, pero hay muchos que vuelan. Muchos critican y pocos rezan por ellos». Una frase «muy cierta, porque indica la importancia y la delicadeza de nuestro servicio sacerdotal, y cuánto mal podría causar un solo sacerdote que ‘cae’ a todo el cuerpo de la Iglesia». ¿Por qué no hay políticos convertidos por fin en estadistas que se apliquen el cuento?

Para engrandecer su liderazgo moral y no solo espiritual el Papa Francisco está preparando una encíclica dedicada a la ecología, a la naturaleza y al medioambiente. La esperamos arduamente. Seguro que mostrará un camino a seguir lógico y sagaz, lleno de esperanza, que permita revertir los destrozos causados a este planeta y a nuestra propia existencia por una civilización acienciada e inconsciente.

¿Queda entendido Sr. Rajoy? Aprenda del Papa Ratzinger, del ejemplo que dio y de la renovación que facilitó.

Que los Reyes Magos limpien de malignidad la justicia, de políticos incompetentes este erial patrio. Que traigan de nuevo la igualdad a este país y, de paso, estadistas bajo el brazo.

Feliz Año 2015. Es un decir. Será intenso y vibrante, inesperado su final, cualquiera que sea el desenlace electoral. Esperemos que, por fin, para bien, una vez los partidos políticos se regeneren y promuevan su renovación, la de toda España y Europa, y apliquen la economía fundamental que, la de siempre, no da para más.

Ya que la ruina moral no se detiene y los gobernantes no hacen nada para remediar la parálisis ética que afianza la decadencia de Occidente y no solo de Europa, el Papa Francisco denuncia el anquilosado y corrompido devenir intelectual, cultural y religioso.

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