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La mentira piadosa de una sociedad cotizada llamada Aena
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José Antonio Navas

Capital sin Reservas

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José Antonio Navas

La mentira piadosa de una sociedad cotizada llamada Aena

Aena se ha convertido en un espécimen particular en bolsa. Una sociedad cotizada pero de mayoría estatal y en la que el Gobierno quiere imponer un control férreo

Foto: El presidente de Aena, José Manuel Vargas.
El presidente de Aena, José Manuel Vargas.

Ana Pastor puede, al fin, sentirse satisfecha porque su más célebre colaborador del Grupo Fomento, José Manuel Vargas, ha tocado y bien fuerte la campana de Aena (ver cotización). Dicho esto, como ocurre en el boxeo, ahora empieza el verdadero combate de una empresa ataviada con las galas de todo un líder global, pero impotente para emanciparse del Estado por mucha mayoría de edad que pretenda obtener en los mercados de capitales. La privatización de la empresa que gestiona los aeropuertos españoles es, por decirlo de manera elegante, una mentirijilla piadosa con la que el Gobierno se ha apuntado un extraordinario triunfo ante la comunidad financiera internacional. Otra cosa es que el éxito institucional vaya a ser compartido con los responsables de la compañía que han dirigido la salida a bolsa.

La primera y más urgente tarea que tienen ahora la ministra y el presidente de Aena pasa por convencer a la alta dirección de la empresa para que mantenga la ilusión por el trabajo bien hecho y soporte el peso de la púrpura sin reclamar la paga que merece su brillante gestión. El áspero igualitarismo de los españoles que decía Claudio Sánchez-Albornoz se conjuga con la malignidad hispana a la que aludía Baltasar Gracián y convierte a los ejecutivos de la compañía en flautistas de Hamelín privados de cualquier tipo de recompensa habida o por haber. Los sueldos en el sector público están sellados a sangre y fuego y la puesta en valor de Aena, con los 4.300 millones del ala que se ha embolsado Cristóbal Montoro, no es motivo que vaya a justificar ninguna meritocracia. El que quiera peces que se ponga en manos de un head-hunter porque la empresa sigue siendo hija del Estado y papá no está para tirar cohetes.

Más allá de que el presidente de Aena vaya a ganar algo así como diez o quince veces menos que sus homólogos de París o Fráncfort, lo que subyace tras la venta parcial en bolsa es la aparición estelar de la primera sociedad cotizada con mayoría absoluta e indefinida de capital estatal. Un engendro sólo comparable a Bankia (ver cotización) aunque la singularidad histórica del banco presidido por José Ignacio Goirigolzarri impide cualquier tipo de análisis homogéneo. Después de la última resolución del juez Fernando Andreu las sospechas de estafa se ciernen sobre la controvertida salida a bolsa de la entidad fusionada, de forma que cualquier comparación resulta en estos momentos especialmente odiosa. No obstante, Aena es también un caso atípico, un extraterrestre en el parqué que necesita más que el comer un estatuto adaptado a su particular naturaleza para que los inversores del mundo mundial puedan comprender cómo se las gasta el Gobierno en su papel de gran hacedor de una utility encargada de operar un servicio público en régimen de monopolio.

Una utility bajo libertad vigilada

La salida a bolsa de la compañía que gestiona los aeropuertos ha sido la más importante llevada a cabo en toda Europa desde el año 2011 y la primera en la que se ha ampliado el rango de precios desde 2007. Álvaro Nadal, el asesor económico de Rajoy, no podía disimular su euforia esta semana en la Plaza de la Lealtad y se mostraba como un brazo de mar recordando que la colocación ha resultado además prácticamente gratis al Estado, gracias a unas comisiones que no han llegado ni al 0,2% del tramo institucional. Todo ha salido a pedir de boca y el Partido Popular se ha venido arriba con un triunfo ciertamente inesperado que va a ser utilizado como agua bendita para demostrar la calidad de la política económica y la nueva imagen de marca con que España es percibida en los mercados.

Los pilotos de Aena deberán trabajar con el cinturón de seguridad bien abrochado y el respaldo de su asiento en posición vertical porque a partir de ahora, más que nunca si cabe, las instrucciones serán impuestas con mando en plaza desde la torre de control situada en el Palacio de la Moncloa. La compañía ha despegado en el parqué como un rayo pero lleva plomo en las alas y su vuelo se mantendrá rasante mientras no exista un esquema regulatorio maduro y lo suficientemente garantista para el conjunto de los supuestos intereses nacionales. Los paladines de la colectivización económica consideran que los aeropuertos tienen un carácter tan estratégico o más que la energía o las telecomunicaciones, con la diferencia de que estas últimas industrias de red están convenientemente monitorizadas por el gran hermano de Bruselas, que ofrece un marco normativo supranacional del que adolece Aena.

Vargas y su equipo van a actuar en un grado de libertad vigilada, sin mayor capacidad para tomar ninguna otra decisión que aquellas que muestren pruebas sobradas de eficiencia sobre las bases de lo que se entiende como una gestión de empresa pública. Las tasas están congeladas hasta el año 2025 y si hay que moverlas en algún momento será a la baja o por razones de causa mayor derivadas de obligaciones sobrevenidas de inversión que deberán contrarrestarse con un control previo y férreo de costes. El convenio colectivo de la empresa va a ser observado con lupa como barómetro de esa flamante cultura de desindexación de precios y rentas que actúa como levadura de la interminable devaluación interna vivida en España.

Cruzar el Rubicón para ser romanizado

No hay nada peor que morir de éxito y esa es la triste consecuencia de una empresa mixta a la que el Estado acaba de expedir un carné propio de identidad pero que no podrá salir de casa si no es en compañía de una nutrida corte de carabinas. El régimen de autodeterminación que requiere una multinacional como Aena no es el que desean sus gestores, sino el más parecido a esos ancestrales contratos-programa que identificaban los problemas seculares de las compañías nacionales del viejo INI. La empresa española de los aeropuertos, número uno del sector y agasajada por los fondos de inversión internacionales, ha superado el Rubicón de la célebre salida a bolsa pero hasta cruzar el río la ministra de Fomento ha tenido que batirse el cobre con tirios y troyanos para vender Aena.

Ana Pastor ha ganado su batalla particular, blindando la compañía de cualquier tentación separatista como la que se derivaba de la enajenación de Barajas y El Prat en la época de Zapatero. La integración de un proyecto cohesionado y solidario de empresa es realmente la mejor y más positiva conclusión de la salida a bolsa. El resto son expectativas de una privatización de pacotilla que el Gobierno supuestamente liberal del Partido Popular sólo contempla ‘ad calendas grecas’. Vargas y sus legiones tienen todavía que abordar muchos frentes de batalla si no quieren verse romanizados por la fuerza del imperio en el que residen y al que han de rendir culto accionarial. Después del toque de campana y antes de que comience la verdadera pelea sólo resta un trámite en forma de exclamación: ¡Segundos fuera!

Ana Pastor puede, al fin, sentirse satisfecha porque su más célebre colaborador del Grupo Fomento, José Manuel Vargas, ha tocado y bien fuerte la campana de Aena (ver cotización). Dicho esto, como ocurre en el boxeo, ahora empieza el verdadero combate de una empresa ataviada con las galas de todo un líder global, pero impotente para emanciparse del Estado por mucha mayoría de edad que pretenda obtener en los mercados de capitales. La privatización de la empresa que gestiona los aeropuertos españoles es, por decirlo de manera elegante, una mentirijilla piadosa con la que el Gobierno se ha apuntado un extraordinario triunfo ante la comunidad financiera internacional. Otra cosa es que el éxito institucional vaya a ser compartido con los responsables de la compañía que han dirigido la salida a bolsa.

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