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La 'epidemia' Brufau y un temblor de tierras con epicentro en el Ibex 35
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José Antonio Navas

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José Antonio Navas

La 'epidemia' Brufau y un temblor de tierras con epicentro en el Ibex 35

Brufau quiere pasar a la historia como el primer presidente no ejecutivo que cede el timón a su consejero delegado, un gesto que causa espanto en muchas otras sociedades del Ibex 35

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Es simplemente un mero cambio de casilla dentro del más extenso organigrama ejecutivo, pero puede representar una revolución en la cúpula directiva de las grandes sociedades cotizadas españolas. En un país donde el gobierno corporativo es lo más parecido a una partida de mus con señas falsas y cartas marcadas, el paso que pretende dar Antonio Brufau en Repsol constituye un extraordinario salto hacia un modelo de gestión empresarial mucho más acorde con los estándares que reclaman los inversores internacionales. Los proxy advisors que asesoran el voto en las juntas de accionistas están aún restregándose los ojos al tiempo que los organismos reguladores, con la CNMV a la cabeza, permanecen boquiabiertos a la espera de que los órganos de gobierno de la compañía formalicen en los próximos días el feliz acontecimiento.

La primera petrolera de España y segunda multinacional de bandera detrás de Telefónica ha puesto en marcha un plan de sucesión con todas las de la ley aprovechando la ventaja competitiva del divino tesoro acreditado en el carnet de identidad de Josu Jon Imaz. El nuevo consejero delegado de Repsol accedió al cargo desplazando al candidato in pectore, Nemesio Fernández-Cuesta, por una mera cuestión de edad. Al menos ese fue el argumento oficial que justificó la elección, una década de diferencia que era básica para abordar un cambio generacional que garantizase sin mayores aspavientos la estrategia de continuidad al frente de la compañía. El perdedor aceptó su sino a regañadientes y se dispuso a negociar una suculenta indemnización antes de hacer las maletas, mientras que el ganador empezaba a descontar las hojas del calendario sabedor de que sus poderes reales serían ratificados a la vuelta de un año.

Brufau saldrá de la nómina de la compañía a cambio de un contrato de 2,5 millones anuales hasta 2019

Ni más ni menos este es el periodo de tiempo exacto que habrá transcurrido cuando el próximo 30 de abril la junta general de Repsol invista como primer ejecutivo al escaldado presidente del Euskadi Buru Baztar, el hombre que pudo reinar en el PNV. Todo ello merced a una clara y meridiana división de funciones con Brufauque pasará a actuar como un verdadero chairman del consejo de administración. El presidente sigue siendo el rey pero no gobierna y el consejero delegado se convierte en el príncipe soberano, algo así como el pontifex maximus de la Antigua Roma o para mejor explicarlo en términos anglosajones traducidos a lenguaje cheli un Chief Executive Officer (CEO) de pelo en pecho como nunca jamás se ha conocido otro en la historia reciente del pequeño gran mundo corporativo dentro de nuestro país.

Tras la compra de la canadiense Talisman en una de las inversiones españolas más intensivas de capital llevada a cabo en los últimos años, la petrolera va a cambiar de manera radical su estructura de mando con un simple trasvase funcional. El nuevo árbol directivo ajusta su dibujo para trazar la posición del director financiero, Miguel Martínez, bajo dependencia directa del consejero delegado. El presidente será reelegido por un periodo de cuatro años, hasta 2019, pero ya no tendrá tareas ejecutivas y su nivel de implicación dentro de la compañía se orientará con carácter institucional para asegurar las relaciones al más alto nivel con los distintos stakeholders de la empresa. Brufau tendrá si acaso un papel relevante, pero gregario, en el desarrollo estratégico de Repsol y contará únicamente en su cuartel general con el apoyo directo del secretario del consejo, Luis Suárez de Lezo y la directora general de Comunicación, Begoña Elices.

Ni dominical, ni independiente ni ejecutivo

Para que nadie se llame a engaño sobre las consecuencias efectivas que supone la bifurcación de poderes, el presidente saldrá de la nómina de la compañía para disponer de un nuevo contrato por el que percibirá una remuneración fija y por todos los conceptos de 2,5 millones anuales. Al cambio, 10 millones de euros que no son moco de pavo pero que tampoco compensan la indemnización por rescisión del contrato fijada de antemano en una cuantía superior a los 14 millones. Brufau renuncia a la percepción de este blindaje y adapta su futura retribución al importe fijado el año pasado, cuando decidió ceder el testigo a Imaz y presentó en sociedad a su nuevo consejero delegado para evitar cualquier tentación que pudiera inducir a un arrepentimiento. La retribución del primer ejecutivo está todavía por definir en sus detalles más concretos pero en todo caso superará, como no puede ser de otra manera, a la que va a cobrar el presidente no ejecutivo.

El presidente renuncia al blindaje de 14 millones que le correspondía por su cese como primer ejecutivo

El capo de Repsol deja de serlo en un gesto difícil de entender para el resto de conmilitones aferrados a la gloria y poder de sus dorados imperios empresariales. En el mundo de los negocios y su juego de tronos el movimiento de Brufau constituye un serio aviso a navegantes, máxime teniendo en cuenta que hace menos de doce meses la petrolera ni siquiera había nombrado a un consejero delegado que salvara las apariencias de buen gobierno. De buenas a primeras, el presidente cesa de sus cargos para convertirse en un empleado externo, un consejero encasillado en la categoría especial de ‘Otros’ que ni es dominical,ni puede ser independiente ni tampoco ejerce de ejecutivo. A nivel salarial podría decirse que el antiguo jefe de Repsol se convierte en un entrenador de fútbol de la zona media de la tabla al que la empresa puede rescindirle en cualquier momento su contrato a cambio de pagarle la parte pendiente de cobro.

El presidente emérito de Repsol ha decidido apurar el cáliz de una década larga al frente de la compañía donde ha tenido que enfrentarse a tirios y troyanos en muy distintos campos de batalla. Brufau ha conseguido salir indemne de todas las escaramuzas gracias a una actitud basada en no aferrarse al cargo, que le ha permitido mojarse y ganar repetidas veces en apuestas que no parecían políticamente correctas. Primero contra Luis del Rivero, Juan Abelló y compañía y después contra Cristina Kirchner, YPF, Pemex y demás enterados e interesados en mover el sillón presidencial de Repsol. Por eso ha preferido ahora levantarse de la poltrona mientras saborea las mieles del triunfo y se relame con un sueldo que suscitará no pocas envidias. Tratándose de una sociedad cotizada no ha de ser por dinero, aunque ahora lo importante será comprobar si cunde el ejemplo. Una retirada a tiempo suele ser sinónimo de victoria pero en el Ibex 35 algunos han empezado a temblar de espanto por miedo a que se extienda la epidemia.

Es simplemente un mero cambio de casilla dentro del más extenso organigrama ejecutivo, pero puede representar una revolución en la cúpula directiva de las grandes sociedades cotizadas españolas. En un país donde el gobierno corporativo es lo más parecido a una partida de mus con señas falsas y cartas marcadas, el paso que pretende dar Antonio Brufau en Repsol constituye un extraordinario salto hacia un modelo de gestión empresarial mucho más acorde con los estándares que reclaman los inversores internacionales. Los proxy advisors que asesoran el voto en las juntas de accionistas están aún restregándose los ojos al tiempo que los organismos reguladores, con la CNMV a la cabeza, permanecen boquiabiertos a la espera de que los órganos de gobierno de la compañía formalicen en los próximos días el feliz acontecimiento.

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