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Los ‘Intocables’ de Marín Quemada y sus armas de destrucción masiva
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José Antonio Navas

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José Antonio Navas

Los ‘Intocables’ de Marín Quemada y sus armas de destrucción masiva

La vicepresidenta del Gobierno ha salido al quite de la guerra interna en la CNMC para dejar claro el apoyo directo de Mariano Rajoy al presidente del organismo supervisor, José María Marín Quemada

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Ha tenido que ser la propia Soraya Sáenz de Santamaría, embutida en su papel de ‘superwoman’, quien descendiera del olimpo monclovita para apaciguar hace unas semanas la tormenta que arreciaba con llevarse por delante a la Comisión Nacional de Mercados y Competencia (CNMC). El ‘supervisor mayor del Reino’ responde a una creación particular y casi incomparable del Gobierno del Partido Popular, una de las pocas instituciones en las que las huestes de Mariano Rajoy decidieron no dejar títere con cabeza en su afán de controlar esos resortes especialmente recónditos donde se mueven los hilos de la verdadera política económica. La agenda reformista y los compromisos contraídos con Angela Merkel exigían dotar a la flamante autoridad de competencia de un liderazgo que todavía no ha sido admitido del todo por los malacostumbrados poderes fácticos, empeñados y apañados de manera secular en hacer valer su poder para terminar regulando al regulador.

La CNMC ha sufrido una metamorfosis mucho más apreciable de la que pueda haber experimentado su principal homóloga, la CNMV, y muy superior sin duda a la registrada por el Banco de España. Los tres hijos adoptivos del ministro Luis de Guindos han salido cada uno de su padre y de su madre, entendiendo como tales a los respetivos tutores encargados de presidir los respectivos órganos colegiados de gobierno que controlan el buen funcionamiento de los principales mercados en España. El cambio que ha pegado José María Marín Quemada en su año escaso al frente del regulador único del sector industrial no lo mejora ni Robert Louis Stevenson aunque haya algunos interesados, por la cuenta que les trae, en exagerar odiosas comparaciones con el célebre y extraño caso del doctor Jekyll y míster Hyde.

Marín Quemada se ha vacunado de las recusaciones de Repsol y Cepsa y ha decidido disparar a todo lo malo que se mueva contra la sagrada competencia

El presidente de la sagrada competencia se ha soltado el pelo para dirigir lo más parecido a una brigada al estilo de Eliot Ness, decidida a abolir de un plumazo ese paraíso celestial que ofrece España a los grandes cárteles y demás grupos de interés económico. No está muy claro si el empeño de la cruzada es inducido desde instancias superiores como apuntan los más suspicaces y o si, en el fondo de la cuestión, el hombre tranquilo que siempre fue Marín Quemada ha sido romanizado por los servicios técnicos de los antiguos y frustrados organismos reguladores. Los ‘Intocables’ funcionarios de la CNMC han hecho fuerza de la unión y parecen obsesionados con pasar juntas al cobro todas las facturas pendientes desde la época de las grandes glaciaciones plutocráticas, cuando los nuevos ricos privatizaron los viejos oligopolios en aras, se suponía, de mejores precios en los mercados de servicios básicos.

Toque a rebato y fuego a discreción

La batalla campal que se viene librando a lo largo del último año no tiene todavía un ganador claro pero el ánimo de combate de la tropa instalada en la calle Barquillo se ha visto reforzado cuando el Gobierno ha tomado cartas en el asunto para exigir árnica a los comisionados más díscolos y reluctantes que disparaban sus votos particulares a modo de dardos envenenados contra el presidente del organismo regulador. La CNMC ha empezado a lavar los trapos sucios en casa y las resoluciones de sus múltiples expedientes salen ahora mucho más limpias y más rápidas, sin dejar restos de manchas que luego puedan ser aprovechados como argumento para que los infractores armen sus recursos legales y desafíen en sede judicial la capacidad sancionadora de las autoridades administrativas de regulación y competencia.

La calma chicha es la tónica que domina ahora las relaciones habitualmente complejas de un grupo colegiado y heterogéneo de comisionados que muestran sensibilidades muy distintas sobre el desarrollo de los mercados y cuyas aspiraciones de poder no suelen estar siempre del todo encauzadas. Quien más y quien menos se siente plenamente soberano como tribuno de la plebe, sin mayor encomienda que la derivada de un mandato irrevocable de hasta seis años y que en la mayor parte de los casos supera con creces la expectativa temporal de la legislatura que acaba a finales de este año. Bajo estas condiciones, de lo único que no están libres los consejeros de la CNMC es de escuchar los cantos de sirena procedentes de los distintos agentes interesados, con el peligro de no saber distinguir las voces de los ecos y provocar una distorsión que desnaturalice el contrapeso que debe ejercer toda entidad supervisora sobre cualquier mercado teóricamente liberalizado.

La intervención de la ‘vice’ ha servido para tocar a rebato y cerrar filas dentro de sanedrín que dirige la CNMC, en un claro aviso a navegantes que viene a testimoniar el respaldo directo y personal del presidente del Gobierno a Marín Quemada. El general en jefe de los supervisores ha reforzado su potestad y se ha crecido en el castigo después de haberse vacunado convenientemente contra las recusaciones propuestas por Repsol y Cepsa. El organismo de regulación está ahora firmemente asentado en el terreno político y no vacila en disparar a discreción contra todo lo malo que se mueve al otro lado de su trinchera, da igual la reputación de marca del presunto infractor, si es un ‘blue chip’ de renombre internacional, una sociedad cotizada del tres al cuarto o un chicharro desconocido para el gran público.

Ladran, luego cabalgamos

En las últimas semanas, el cañón de repetición de la CNMC se ha empleado a fondo contra las petroleras, Telefónica, Telecinco, Cuatro, las eléctricas y los concesionarios de automóviles. Hasta el cártel de la leche acaba de recibir una 'multa de la ídem'por prácticas anticompetitivas que han permitido engrosar durante años los márgenes comerciales de las grandes multinacionales a costa de imponer unos precios que el consumidor tenía que tragarse por la simple y tradicional ley del embudo. El organismo de regulación refrenda la puesta en valor de su misión fundacional por la cantidad y la calidad de las críticas que recibe, haciendo buena la embestida de su cabalgadura sobre el espanto que producen los ladridos procedentes del mercado. Cuanto mayores sean las presiones más motivos para pasar a la ofensiva con un arsenal de sanciones que ahora ha sido claramente ampliado tras la reciente jurisprudencia del Tribunal Supremo.

El ‘supervisor mayor del Reino’ tiene ahora licencia del Tribunal Supremo para disparar sus multas hasta el 10% del volumen total de negocio del infractor

Al margen de todas las disquisiciones interesadas, las últimas sentencias judiciales constituyen un arma de destrucción masiva en manos de la CNMC que, a partir de ahora, puede despachar ‘recetas’ de hasta el 10% del volumen total de negocio de las empresas reguladas. Es más, uno de los aspectos fundamentales que se facultan a la hora de determinar un multazo de tamaña naturaleza es la cuota de participación de cada operador en el mercado afectado por la conducta. Los herederos de los antiguos monopolios pueden ir rezando todo lo que sepan porque su virtud les coloca en el disparadero de lo que las autoridades de competencia consideran una política sancionadora que, por encima de todo, debe ser “proporcional y disuasoria”.

La CNMC ha dado muestras inequívocas de su afán en pregonar con el ejemplo, fraguando su flamante martillo pilón sobre aquellos yunques prefabricados que ofrecen fuerte resistencia pero que también aportan una elevada resonancia en la campaña institucional contra el cártel organizado. Ni qué decir tiene que nadie debe salir especialmente dañado y que las multas seguirán siendo recurribles en la cámara lenta de una justicia especialmente garantista. Pero el regulador enarbola con descaro su garrote como en esos bares de carretera ataviados con una leyenda a grandes caracteres en la que se puede leer bien visible: “O pagas o me descuelgo”. No caerá esa breva aunque por si acaso, ya se sabe; no la hagas, no la temas.

Ha tenido que ser la propia Soraya Sáenz de Santamaría, embutida en su papel de ‘superwoman’, quien descendiera del olimpo monclovita para apaciguar hace unas semanas la tormenta que arreciaba con llevarse por delante a la Comisión Nacional de Mercados y Competencia (CNMC). El ‘supervisor mayor del Reino’ responde a una creación particular y casi incomparable del Gobierno del Partido Popular, una de las pocas instituciones en las que las huestes de Mariano Rajoy decidieron no dejar títere con cabeza en su afán de controlar esos resortes especialmente recónditos donde se mueven los hilos de la verdadera política económica. La agenda reformista y los compromisos contraídos con Angela Merkel exigían dotar a la flamante autoridad de competencia de un liderazgo que todavía no ha sido admitido del todo por los malacostumbrados poderes fácticos, empeñados y apañados de manera secular en hacer valer su poder para terminar regulando al regulador.

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