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Ignacio de la Torre

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Valió la pena

He devorado el fin de semana las memorias recién publicadas de Jorge Dezcallar ('Valió la pena'), embajador de España y exdirector del Centro Nacional de Inteligencia

Foto:  Jorge Dezcallar durante una entrevista en Efe.
Jorge Dezcallar durante una entrevista en Efe.

Afirmó el poeta iraní Rumi hace más de 1.000 años que “la herida es el lugar por el que la luz entra en el alma”.

He devorado el fin de semana las memorias recién publicadas de Jorge Dezcallar ('Valió la pena', editorial Península), embajador de España y exdirector del Centro Nacional de Inteligencia, y su lectura me ha evocado el verso de Rumi; también una sana envidia por una vida dinámica “entre diplomáticos y espías”, y un cierto estupor intelectual al comparar el apolíneo mundo de la alta diplomacia con el dionisíaco de la 'alta' (en realidad baja) política. A pesar de la carga emocional del libro, al haber sido escrito varios años después de los sucesos, su estilo destila una soberbia libertad que otorga la distancia. Como el autor dice glosando al padre de la independencia uruguaya, “con la libertad ni ofendo ni temo”, potente frase que en este caso se transforma con “con la verdad ni ofendo ni temo”.

Expongo antes de nada que no soy neutral en esta reseña en la que pretendo convertir hoy mi columna. Desde hace 15 años he admirado la trayectoria profesional de Jorge Dezcallar y su sentido de Estado, hace 11 tuvo la amabilidad de prologar un libro mío, y desde entonces he tenido la suerte de conocerle y de debatir con él.

El libro que recoge sus memorias, de un carácter muy personal, directo y, a veces, supurante, se puede dividir en tres secciones. En la primera expone sus años como diplomático, sobre todo centrados en la dirección general de política exterior de África y Oriente Medio, carrera que se vio culminada con la embajada en Marruecos, una de las más importantes de España, interactuando con políticos de UCD, PSOE y PP. En la segunda analiza aspectos públicos de su papel como secretario de Estado-director del Centro Nacional de Inteligencia, en gobiernos del PP, con un hincapié especial en los días que sucedieron a los atentados del 11 de marzo. En la tercera expone su paso por dos de las embajadas más emblemáticas de España: las acreditadas ante la Santa Sede (posiblemente la embajada permanente más antigua del mundo) y ante los EEUU, bajo gobiernos del PSOE. Para alguien no afiliado a un partido político y con una consabida reputación de independiente, no está mal haber llegado tan lejos.

Desde hace quince años he admirado la trayectoria profesional de Jorge Dezcallar y su sentido de Estado

Existe una idea central que rezuma todo el libro: la tensión perenne entre políticos y altos funcionarios por la frecuente anteposición de los intereses de partido por encima de los intereses de Estado por parte de los primeros, salvo honrosas excepciones. En ocasiones, esta “perversidad” se puede deber a la cada vez más deficiente extracción de numerosos elementos de la clase política; en otras, por la calamitosa situación de sus mecanismos de “democracia interna” (valga el oxímoron), y en ciertos casos, simplemente a cierta estulticia intelectual siempre plagada de megalomanía.

Escribí hace años una columna, “Perdón”, en la que reflexionaba sobre los atentados del 11 de septiembre en los EEUU y del 11 de marzo en España. En EEUU se concluyó que las diferentes agencias de seguridad no habían trabajado eficientemente compartiendo información, se creó una comisión bipartidista para realizar este análisis, análisis que desembocó en una comparecencia en la que lo primero que se hizo fue pedir perdón al pueblo americano por tan calamitoso fallo, se creó la agencia nacional de seguridad con la misión de coordinar toda la información y así evitar nuevos atentados. Ambos partidos suscribieron y apoyaron el acuerdo. En España, los atentados del 11 de marzo no provocaron un movimiento similar, sino una cainita españolada para intentar transformar a los muertos en votos. El ejemplo más vergonzoso de cómo el partido (en minúscula) está por encima del Estado. En dicha actitud se intentaron manipular instituciones del Estado, y se intentó mediante mentiras y ocultación de información dañar irreparablemente la reputación de personas de impecable trayectoria independiente, como la que firma estas memorias.

Nadie aún ha pedido perdón y, como exponía, sin una petición de perdón podrá haber recuperación económica, pero esta, sin recuperación ética, estará sentada una vez más sobre arenas movedizas. Quizás esta reflexión nos lleve de nuevo a recapacitar sobre la importancia de la sociedad civil, y un elemento consustancial a dicha sociedad es tener las agallas para exponer en voz alta los abusos cometidos por la clase política, abusos que pueden crear una desafección de consecuencias devastadoras, como tristemente contemplamos estos años. Estas memorias son un ejemplo de agallas civiles.

Tener las agallas para exponer en voz alta los abusos cometidos por la clase política, abusos que pueden crear una desafección de consecuencias devastadoras

Si cuando Ignacio Ellacuría y sus otros cinco compañeros jesuitas profesores de la Universidad Centroamericana fueron asesinados en El Salvador, el provincial narró emocionado cómo al día siguiente había recibido un número enorme de profesores voluntarios jesuitas para reemplazarles como docentes; Dezcallar narra un emocionante pasaje en términos parecidos: el asesinato de un agente del CNI en Bagdad en una misión peligrosa se saldó al día siguiente con 17 voluntarios para reemplazarle… y unas semanas más tarde, el asesinato de siete agentes del CNI en Irak con una defensa heroica provocó un ratio de voluntarios para reemplazar a cada asesinado de 22 a 1. Esa es la anónima raza de héroes de la que debemos estar orgullosos.

Quizás en el libro hubiera cabido una reflexión sobre la íntima relación que existe entre la economía y la proyección de poder geopolítico, que redunda al final en capacidad diplomática. Los imperios que proyectan más fuerza de la que les otorga la economía y la demografía acaban cayendo (Roma es el ejemplo más evidente), y de ahí se deduce que la diplomacia debería tener la capacidad para realizar un análisis crítico sobre la realidad siempre dinámica de la economía para de esta forma proyectar la fuerza óptima, sea menguante o ascendente.

La retirada del poder de los EEUU acaecida en los últimos años responde, precisamente, a esta ley de la Historia, como afirmaba hace un tiempo Richard Hass, presidente del Council of Foreign Relations, en su libro 'War of Necessity, War of Choice'; a su vez, Rusia está realizando el proceso contrario, proyectando mayor poder geopolítico a pesar de haber convertido el país en un enano económico, lo que acabará mal. A España le ha tocado vivir años trepidantes en su política exterior a partir de la transición y asociados a su expansión económica, para luego sufrir un devastador impacto como consecuencia de la crisis. Hoy, España disfruta de uno de los mayores crecimientos de Occidente, y surge el interrogante sobre cómo administraremos geopolíticamente ese ascenso, pero como he expuesto al principio, la naturaleza del libro no es teórica, sino que ofrece una relación personal sobre muy importantes eventos vividos por la política exterior y de seguridad de España en unos años críticos, tarea en la que el libro sobresale.

España disfruta de uno de los mayores crecimientos de Occidente, y surge el interrogante sobre cómo administraremos geopolíticamente ese ascenso

De estas ideas extraigo la conclusión de que la lectura de las memorias de Jorge Dezcallar es “necesaria y útil”, ya que solo de la confrontación con la verdad, por amarga que sea, podemos replantear volver a construir un país y unas instituciones sobre una base moral que las solidifique. Es un libro escrito desde una enorme libertad interior que no busca ajustar cuentas, tan solo narrar subjetivamente una realidad “objetiva”, ahí radica su gran mérito.

'Valió la pena' es una heroica y trágica evocación de la maniquea lucha entre dos principios: el de servir a España y el de servirse de España.

Afirmó el poeta iraní Rumi hace más de 1.000 años que “la herida es el lugar por el que la luz entra en el alma”.

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