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La tolerancia de la intolerancia
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Ignacio de la Torre

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La tolerancia de la intolerancia

En los últimos lustros la 'corrección' política ha monopolizado el mundo universitario hasta llegar a amenazar, mediante la autocensura, el fundamento clave de la Universidad: la libertad de expresión

Foto: Estudiantes de la Universidad de Yale en New Haven, Connecticut. (Reuters)
Estudiantes de la Universidad de Yale en New Haven, Connecticut. (Reuters)

Cuando tenía 17 años y estudiaba en los EEUU, escuché a mi profesora de Historia alabar a Woodrow Wilson, presidente durante los azarosos años de la Primera Guerra Mundial. Al acabar la clase, me dirigí a la profesora y le pregunté con extrañeza: “¿Cómo puede alabar a Wilson si era un racista?”. La profesora, nativa del norteño estado de Nueva York, me respondió: “No puedes juzgar a la gente del pasado con los criterios del presente; tampoco podrías criticar a Julio César por haber tenido esclavos”.

Me quedé mucho tiempo cavilando esta respuesta.

Hace unos pocos días, un numeroso grupo de estudiantes de la prestigiosa Universidad de Princeton, de la que Wilson había sido presidente entre 1902 y 1910, invadió el edificio del rectorado para exigir la retirada del nombre de Wilson de las diferentes salas que lo conmemoran, renombrar la prestigiosa escuela de formación pública y relaciones internacionales de Princeton, a su entender incorrectamente denominada Woodrow Wilson School of Public Policy and International Affairs, y eliminar el retrato mural de Wilson del comedor. Unas semanas antes, los estudiantes de Yale se rebelaron para exigir que el Calhoun College cambiara de nombre porque Calhoun defendió la esclavitud en el siglo XIX. A su vez, los becarios Rhodes de Oxford se negaron por primera vez a brindar por su benefactor por haber sido primer ministro hace más de 100 años de un país con políticas segregacionistas (Sudáfrica).

Estas anécdotas no son un hecho aislado. Durante los últimos lustros, la 'corrección' política ha monopolizado el mundo universitario de los EEUU hasta el punto de amenazar, mediante la imposición de la autocensura, el fundamento clave de la Universidad: la libertad de expresión. Observemos varios hechos:

Primero: conferenciantes invitados inicialmente a hablar en universidades han sido 'vetados' por estudiantes y profesores 'liberales' (en el sentido norteamericano del término). Paradójicamente, tan despótico y arbitrario veto ha sido utilizado mayoritariamente en aplicación de doctrinas y métodos de sospechosa similitud bien con los planteamientos de la izquierda radical, bien con los de perfil claramente islamista, eso sí, bajo el disfraz de las llamadas eufemísticamente 'minorías'. Así, Condolezza Rice, exsecretaria de Estado de los EEUU, por ser una “criminal de guerra” (Irak); la activista de derechos de la mujer africana Ayaan Hirsi Ali, por “'islamófoba”, o la actual dirigente del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde, por “ser responsable de políticas de desarrollo que han condenado a la miseria a países paupérrimos”. La censura no solo se ciñe a conferenciantes. Así, la Universidad de Michigan prohibió la exhibición de la película 'American Sniper', de Clint Eastwood, ante las protestas de alumnos musulmanes, y los estudiantes de Smith negaron el acceso a periodistas para cubrir una 'sentada' a menos que antes se comprometieran a expresar su 'solidaridad' con los alumnos díscolos.

Segundo: se censura el cómo expresarse públicamente bajo la amenaza de 'microagresión', eufemismo por el que puede ser denunciado (y eventualmente despedido) todo aquel que no comulgue con la 'corrección' política, a través de un proceso inquisitorial en el que no existe el derecho de defensa.

Se censura el cómo expresarse públicamente bajo la amenaza de “microagresión” a través de un proceso inquisitorial en el que no existe el derecho de defensa

Tercero: se promueve el pensamiento uniforme mediante la obligatoriedad de que todos los alumnos y también profesores cursen asignaturas como “competencia cultural”, “pueblos marginalizados”, o “etiqueta racial”, impartidas por consultores que se lucran por dicho pensamiento uniforme. Como señaló Upton Sinclair, “es difícil que un hombre entienda algo cuando su salario depende de que no lo entienda”.

Cuarto: se 'orienta' al lector de peligrosísimos libros desde las bibliotecas universitarias a través de 'trigger warnings' para que entiendan lo 'bueno y lo malo' de cada obra, como el antisemitismo ('El mercader de Venecia', de Shakespeare) o la misoginia (“El gran Gatsby”, de Fitzgerald).

Quinto: se imponen espacios seguros ('safe spaces') en los que se prohíbe rebatir cualquier afirmación 'políticamente correcta' (en un campus, se han llegado a prohibir pósteres que defienden la libertad de expresión por ser esta contraria a los 'espacios seguros').

¿Qué conclusiones cabe extraer de esta situación? La más relevante es que la aplicación de métodos dignos de '1984' de Orwell desemboca en resultados orwellianos. Si no se cuestiona el método que consiste en tolerar la intolerancia, hay que aceptar su consecuencia, que es precisamente la intolerancia de la tolerancia. Es el mismo del totalitarismo que bien conocemos en Europa. En el nombre de la diversidad, se ha impuesto la uniformidad.

Si no se cuestiona el método que consiste en tolerar la intolerancia hay que aceptar su consecuencia, que es precisamente la intolerancia de la tolerancia

Como indica el ya mencionado Crovitz, “la presunción de que un estudiante universitario tiene que ser protegido y no desafiado es infantiloide”, y añade que para ser consecuentes con dicha intolerancia, habría que renombrar la capital de los EEUU, ya que Washington tuvo esclavos, denostar a Jefferson, autor de la declaración de independencia, por el mismo motivo, cambiar el nombre de la Universidad de Yale (Elihu Yale fue un peligroso imperialista), el de Stanford (explotador de trabajadores chinos para promover sus ferrocarriles), el de Duke (propagador del tabaco), así como los de Vanderbilt, Carnegie o Mellon (ladrones capitalistas). Frente a la imbecilidad generalizada, lo mejor es plantear la libertad de expresión; “la cura a ideas objetables se basa en la discusión abierta, no en la prohibición”, como indicó el académico de Chicago Hutchins para defender una intervención comunista en el campus en 1932, o “la educación no debe ser concebida para que la gente se sienta cómoda, sino para que la gente piense”, frase de otro académico de Chicago, Universidad tradicionalmente defensora de la libertad en lo económico, y que recientemente se ha rebelado ante la falta de libertad de expresión provocada por la 'corrección' política y ha promovido un manifiesto para hacerla frente, manifiesto al que ya se ha adherido Princeton, y en el que destaca la siguiente frase: “No es el papel propio de la Universidad el intentar cohibir a individuos el expresar ideas y opiniones que se consideran ofensivas, el papel fundamental de la Universidad estriba en el principio de que el debate no puede ser suprimido por el hecho de que las ideas expresadas se consideren ofensivas, inmorales o incorrectas, eso depende del juicio individual de cada miembro de la Universidad, no de la Universidad como institución, de lo que se deduce que no se puede suprimir la libertad de expresión, sino solo rebatir las ideas con las que uno no está de acuerdo”.

Decía John Stuart Mill que “de la libertad de expresión emana nuestra capacidad para esbozar nuestro pensamiento crítico y por eso hay que defenderla“

Un profesor jesuita comentaba hace tiempo que iniciaba su clase diciendo a los alumnos “que levanten el brazo los que piensen que todas las ideas son respetables”. La multitud lo levantaba. Luego afirmaba una proposición, “los hombres son superiores a las mujeres, ¿os parece una idea respetable?”. Muchos se quedaban intrigados como yo hace muchos años ante Wilson.

El gran pensador Jeremy Bentham, fundador del utilitarismo, se conserva momificado por expreso deseo suyo a la entrada de la cada vez más 'uniforme' University College de Londres. Su gran discípulo, John Stuart Mill, afirma en su obra 'Sobre la libertad' que hasta la Iglesia católica se valió del abogado del diablo para entender mediante el debate toda la perspectiva de un posible santo, a favor y en contra. Por lo tanto, concluía Mill, de la libertad de expresión emana nuestra capacidad para esbozar nuestro pensamiento crítico y por eso hay que defenderla. En Europa, los seguidores de Mill se llaman orgullosamente 'liberales' porque defienden la libertad.

En EEUU, desgraciadamente muchos 'liberales' intentan suprimirla.

Cuando tenía 17 años y estudiaba en los EEUU, escuché a mi profesora de Historia alabar a Woodrow Wilson, presidente durante los azarosos años de la Primera Guerra Mundial. Al acabar la clase, me dirigí a la profesora y le pregunté con extrañeza: “¿Cómo puede alabar a Wilson si era un racista?”. La profesora, nativa del norteño estado de Nueva York, me respondió: “No puedes juzgar a la gente del pasado con los criterios del presente; tampoco podrías criticar a Julio César por haber tenido esclavos”.

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