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Arraigo, posesión y desempeño económico
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Fernando Suárez

El Teatro del Dinero

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Arraigo, posesión y desempeño económico

De pequeño, tres eran tres: ser, estar y, a veces, parecer. En la era de las apariencias, en cambio, continente es contenido, la imagen deviene esencia

De pequeño, tres eran tres: ser, estar y, a veces, parecer. En la era de las apariencias, en cambio, continente es contenido, la imagen deviene esencia y lo que ves es lo que obtienes. Ser es tener, y si el individuo no tiene nada, no es nadie. Empero, la satisfacción ilimitada de los deseos no produce bienestar, ni es el camino de la felicidad.

 

Tras la magistral argumentación de S. McCoy hace apenas diez días, ahorro contexto y me embarco, con su venia, rumbo a las aparentes relaciones entre arraigo, posesión y desempeño económico.

La reflexión parte de un ser humano que prescinde de sus raíces naturales en la medida en que descubre nuevas raíces humanas, evitando así el aislamiento y desamparo. El alejamiento de la naturaleza obliga a desarrollar la razón, a levantar un mundo de ideas, principios y cosas que la reemplacen como base de la existencia y la seguridad. Así, el talento patrio esboza la evolución de un ser humano circunstancial, inadaptado al medio natural, sumido en una sensación de soledad e indefensión. Impulsado a la construcción de un entorno artificial y a rodearse de cosas propias, adapta el medio y la realidad a su conveniencia.

Ávido de procurarse seguridad y confort para sí y los suyos, emigra a la tecnópolis que nunca duerme y donde todo va muy deprisa. Demasiado. El ahora urbanita gira e gira, se deja llevar, sucumbe a los encantos de la gigantesca mole donde lo que acontece no es cosa de nadie. Los vacíos de soledad y desencanto se llenan con bagatelas y, la alienación ciudadana, con sobrecarga de estímulos.

Ser libre quiere decir carecer de identidad constitutiva, no estar adscrito a un ser determinado, poder ser otro del que se era y no poder instalarse de una vez y para siempre en ningún ser determinado. Lo único que hay de ser fijo y estable en el ser libre es la constitutiva inestabilidad.

La búsqueda de la libertad y la huída de la infelicidad discurren parejas por los caminos de las posesiones materiales. Ser es parecer, parecer es tener y, para tener, hay que poder. Y si no se puede, se recurre al crédito. Entramparse para vivir por encima de posibles aparentando dicha y libre albedrío. Pero lo que no son cuentas, son cuentos. De hadas o cocos. Otros, y éstos son los más señores y todos los que lo quieren parecer, enferman de deudas; y por no pagar sus trampas se huyen, fingiendo una melancolía, a una aldea, y desde allí hacen el coco a los acreedores.

Un mecanismo psicosocial que combina deseos de arraigo, seguridad, próspera estabilidad y riqueza material con inmoderado animus lucrandi, histeria colectiva y un cóctel de culpas in vigilando e in comitendo. Una y otra vez, el inconsciente colectivo cultural repite patrones de conducta irracionales, ya sean burbujas de tulipanes neerlandeses, de acciones de los mares del Sur o de soleados bienes raíces en Florida, sin que nadie ponga pie en pared ni, aún peor, se den por enterados. Aventado el éxtasis, El Dorado ladrillero deja paso a la tragicómica interiorización social de pasapiseros, pepitos y visilleras.

Spain is different

Sin embargo, los efectos perversos de la desilusión y el fracaso colectivos se trasladan al ámbito socioeconómico con virulencia renovada. Dado el componente móvil de cualquier grupo social, habitualmente integrado por jóvenes inquietos, adaptables y sin excesivas ataduras, el enraizamiento generalizado a través de la propiedad inmobiliaria cercena agilidad y dinamismo. Las estructuras productivas se vuelven menos flexibles y, a medida que desciende la movilidad de factores, los incentivos económicos para atraer trabajadores desde sectores recesivos hacia sectores expansivos se vuelven ineficaces. Factores relativamente inmóviles generan ofertas inelásticas a corto plazo. Elemental.

A las dificultades propias de cualquier cambio de localización, se une la imposibilidad de liquidar, en un mercado colapsado, el bien inmobiliario y la financiación aparejada. Quitarse el marrón, glacé, no es fácil. El arbitraje, casi exclusivo de las clases pasivas que ganan con cambios residenciales, y el insufrible coste adicional de un alquiler, cierran el círculo vicioso de arraigo, propiedad, inmovilidad y rigidez. Un círculo fomentado desde los poderes públicos, a todos los niveles, mediante políticas de suelo, vivienda protegida y ventajas fiscales. Discriminación positiva en detrimento último de la movilidad y la competitividad.

De media, ocho de cada diez cotizantes trabajan en su comunidad autónoma de nacimiento y siete de cada diez lo hacen en la misma provincia en la que iniciaron su actividad laboral. Más de la tercera parte de la población concentrada en sólo cuatro núcleos urbanos y áreas de influencia. Según el último censo de población y vivienda (2001), casi nueve de cada diez viviendas familiares lo son en propiedad, el 80% del parque inmobiliario español frente a la media comunitaria del 66%. Espectaculares cambios en la tenencia de activos y deudas entre 2002 y 2005.

Sólo la movilidad de los trabajadores extranjeros ha aportado una mínima flexibilidad a nuestra estructura productiva, si bien las diferencias culturales y de integración social producen fenómenos de asentamiento dispares, cuyos efectos a largo plazo son desconocidos pero conjeturables.

Castigo en propiedad

Además, la insuficiente movilidad laboral lastra nuestra característica escasa competitividad, en un contexto internacional convulso y cambiante que exige decisión, agilidad y adaptabilidad. Una España en el seno de una UEM construida en torno a las proposiciones del Informe Emerson, una moneda común circulando en un Área Monetaria Óptima que dista de serlo, y el modelo de crecimiento neoclásico de Solow, según el cual el estado estacionario, el equilibrio a largo plazo, no depende de la tasa de ahorro, ni del tipo de interés ni de la entidad del stock de capital, sino del incremento de la mano de obra y su eficiencia productiva debida al progreso tecnológico. Mal andamos.

La Vieja Europa se rejuvenece pasando por quirófano en sucesivas ampliaciones y abriendo sus fronteras para incorporar nueva mano de obra competitiva en costes. Esto genera cash para las arcas públicas y mejora, temporalmente, las tasas de reemplazo generacional y los ratios de dependencia, maquillando la insuficiencia fiscal y los deficitarios e insostenibles sistemas de protección sociales. Muertas las devaluaciones cambiarias, sólo queda la alternativa de rescatar la desinflación competitiva, basada en aumentos de productividad, austeridad fiscal y moderación salarial. Acabáramos.

Aunque el progreso tecnológico incrementa la productividad en el sector de los bienes exportables, abaratando costes y ganándose competitividad, en el caso de los bienes no exportables, como vivienda y servicios personales, la menor productividad genera mayor rigidez estructural en costes y precios cuanto mayor sea el peso de dichos bienes en la economía, debido a la ausencia de competencia internacional efectiva sobre los mismos. Efecto Balassa-Samuelson.

Estos diferenciales de productividad, costes y precios forjan un descenso de competitividad, medido a través de la apreciación del Tipo de Cambio Efectivo Real (TCER). En situación de moneda única, la competitividad española puede deducirse a través del IPC o del deflactor del PIB, dejándonos en penúltimo lugar de la eurozona, o mediante el coste laboral unitario, donde factores como el dumping social y la economía sumergida mejoran nuestra posición relativa.

En apenas tres generaciones, hemos pasado del si tú me dices ven, lo dejo todo, mano delante, mano detrás y hatillo al hombro, al anquilosamiento e inmovilidad de quedarse a verlas venir, bajo techado y hartos de cachivaches. Indolente comodidad, exceso de confianza. Sin posibilidad de competir fiscalmente, siempre quedan las ayudas de Estado, el déficit público sin temor al exceso y el inagotable endeudamiento soberano. Un panorama desolador para una España cada vez menos vertebrada y más abocada a la fractura social, económica y financiera.

De pequeño, tres eran tres: ser, estar y, a veces, parecer. En la era de las apariencias, en cambio, continente es contenido, la imagen deviene esencia y lo que ves es lo que obtienes. Ser es tener, y si el individuo no tiene nada, no es nadie. Empero, la satisfacción ilimitada de los deseos no produce bienestar, ni es el camino de la felicidad.