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Los deberes de Obama: poner orden en casa antes de afear el galimatías ajeno
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Fernando Suárez

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Los deberes de Obama: poner orden en casa antes de afear el galimatías ajeno

Hoy vengo suave y algo travieso. Casi mejor, intuyo, al final de un enero difícil y atípico, plagado de hitos históricos, eventos variopintos y sinuosos toboganes.

Hoy vengo suave y algo travieso. Casi mejor, intuyo, al final de un enero difícil y atípico, plagado de hitos históricos, eventos variopintos y sinuosos toboganes. Margen de confianza para la esperanza generada. Sean indulgentes, que llega el fin de semana.

 

El cambio presidencial al otro lado del Atlántico nos ha legado numerosas estampas y anécdotas para el recuerdo. Una de ellas, la carta que el Presidente saliente le dejaba, sobre el escritorio, al nuevo inquilino de la Casa Blanca. Me recuerda la historieta, harto inverosímil pero simpática, respecto de otro relevo presidencial. Se cuenta que Nikita Khrushchev recibió dos cartas de Stalin, con la instrucción de abrir cada una de ellas en sucesivos problemas de gobierno y así poder salvar la situación. Ante su primera crisis política, el Premier abrió la correspondiente que decía: écheme a mí la culpa. Solventado el lance, y agotada la estrategia de eludir responsabilidad en la gestión inculpando al antecesor, al cabo de un tiempo enfrentó su segundo gran aprieto. Abrió la misiva restante y leyó: siéntese y escriba dos cartas.

Tal vez la epístola del número 43 al 44 contenga simples recomendaciones sobre la temperatura ideal del despacho oval para cada estación o sobre el tanteo de la pista de bolos presidencial, incluyendo el ranking histórico de sus ilustres predecesores. Secretillos de Estado, ya saben. Aunque bien pudiera incluir una escueta nota para momentos tumultuosos venideros: Apaga y Obámonos.

La nueva administración norteamericana, no obstante, ha comenzado su andadura dando una de cal y otra de arena. De un lado, con renovada incertidumbre sobre los indubitados planes de rescate y estímulos fiscales, despertando la zozobra en los mercados, ávidos de borrón y cuenta nueva. Cansina letanía del Yes, we can. De otro, asumiendo los postulados de un dólar fuerte y reiterando la culpabilidad de China en la manipulación de su divisa y sus efectos perniciosos sobre el déficit por cuenta corriente norteamericano. Llegar y besar el santo.

Nada que no estuviera previsto, atado y bien atado. La obsesión por la adulteración cambiaria del yuan contrasta con la laxitud demostrada con el yen, también históricamente infravalorado para ganar competitividad exportadora, obviando centrarse en el verdadero problema norteamericano: exceso de consumo, déficits de producción y ahorro. Se culpa a los demás de los propios problemas, el típico mecanismo psicológico de proyección, en lugar de abogar por desmantelar el sistema fiduciario del dollar standard y corregir los desequilibrios que permiten que China y Japón sean los mayores tenedores mundiales de deuda USA y reservas de divisas.

William Poole, presidente hasta hace unos meses de la Reserva Federal de St. Louis, reflexionaba en 2005 acerca del peligro del déficit por cuenta corriente:

Un error común es tratar los flujos internacionales de capital como respuesta pasiva ante lo que acontece en la cuenta corriente. El déficit por cuenta corriente, dicen algunos, es financiado por EEUU tomando prestado en el extranjero. Pero el hecho es que los inversores internacionales compran activos de EEUU no con el propósito de financiar el déficit norteamericano, sino porque creen que son sólidas inversiones prometedoras de una buena combinación de seguridad y rentabilidad.

Argumento repetido, idéntico párrafo al de su discurso, dos años antes, sobre libre comercio, proteccionismo y la posición internacional de EEUU. Pensaba, quizá, que a fuerza de reiterar la falaz relación de causa-efecto, ésta sería aceptada como verdad irrefutable. La realidad, sin embargo, es que los norteamericanos se han acostumbrado, mucho y mal, a vivir por encima de sus posibilidades a costa de quienes financian su american way of life acumulando promesas de pago a futuro que cada vez valen menos.

China, por su parte, se siente cómoda paladeando el poder de su posición acreedora, una fortaleza frente al deudor amparada en factores culturales que se está debilitando por dos motivos fundamentales. Primero, porque tantas reservas de dólares y treasuries dificultan su liquidación o traspaso sin destruir su valor en el intento ni provocar un cataclismo global; y, segundo, porque, a diferencia del estado post-industrial de la economía japonesa, la economía del gigante dormido, ya bien despierta, mantiene una brutal sobreinversión y sobreexplotación de recursos productivos cuyas consecuencias, en el actual contexto internacional, empiezan a ser críticas.

El parche del proteccionismo

En medio de una recesión global cuya pretendida cura se basa en tipos cero, déficit-deuda, devaluaciones competitivas y otras medidas no cooperativas, culpar a China, la fábrica del mundo, de todos los males es, me temo, injusto y peligroso. EEUU está lanzando piedras sobre su propio tejado, viendo cómo el dólar, a pesar de todo y contra toda lógica, se convierte a corto plazo en divisa refugio, se aprecia y lastra la competitividad norteamericana. Peajes y tributos del dollar standard, mon ami. Aunque el espejismo de divisas fuertes y débiles, medidas por su tipo de cambio nominal, se desvanecerá, insisto, con el tiempo. Todas las cosas que viven mucho se empapan poco a poco de razón.

Los efectos de una devaluación pueden ser replicados mediante subvenciones a la exportación y aranceles a la importación. Con absoluta flexibilidad de precios, estos artificios no tienen efectos reales a largo plazo, dando por válida la ley del único precio, según la cual, sin barreras comerciales ni costes de transacción, un mismo bien se vende por un importe equivalente en cualquier sitio. Las subvenciones a la exportación alientan la movilización de recursos productivos hacia el sector exportador, desincentivando el consumo interno del bien exportable respecto del importable. De manera análoga, los aranceles a la importación estimulan la aplicación de recursos al sector importador, desanimando el consumo doméstico del bien importable respecto del exportable. Cuando ambas políticas son de igual magnitud, sus efectos se anulan exactamente.

Los desequilibrios comerciales, cualquiera que sea su origen y magnitud, tratan de combatirse con una creciente ola de proteccionismo, nacionalizaciones y ayudas de Estado, dibujando un panorama donde el libre mercado va dejando paso a la autarquía y economías dirigidas. También en nuestra piel de toro: es comprar un abrigo, un traje o los juguetes fabricados en España, en vez de fabricados en el exterior. Al parecer, la cosa va de jugosas citas presidenciales, a tenor de la similitud con el abrigo de Abraham Lincoln: No sé mucho acerca de aranceles. Pero sé que si compro un abrigo de Inglaterra, tengo el abrigo e Inglaterra tiene el dinero. Pero si compro un abrigo en América, tengo el abrigo y América el dinero. La cuestión de qué puedo hacer por mi país se contesta resucitando al adalid del proteccionismo decimonónico. Esfuerzo colectivo lo llaman. Ver para creer.

Change we can believe in. Suena bien y se ha vendido mejor, aunque dudo que sea exportable. En cualquier caso, el equipo económico entrante, sin estar todos los que son ni ser todos lo que están, debería ir haciendo prácticas de Fed Gurú con el helicóptero de Bernanke; de Budget Hero para cuadrar el presupuesto y evitar el default del tándem déficit-deuda; o dar una vuelta de reconocimiento, a los mandos de un volquete cargadito de parné, por el tablero de los pufos, ayudas y rescates. Asumir la gestión del caos interno, erradicar las manipulaciones domésticas y poner orden en casa propia, previamente a afear el galimatías ajeno. Lo primero es antes.

Hoy vengo suave y algo travieso. Casi mejor, intuyo, al final de un enero difícil y atípico, plagado de hitos históricos, eventos variopintos y sinuosos toboganes. Margen de confianza para la esperanza generada. Sean indulgentes, que llega el fin de semana.