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Fernando Suárez

El Teatro del Dinero

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¿Quién da la vez...?

La cuestión acerca de lo que la gente piense sobre los asuntos públicos es realmente secundaria respecto a la cuestión de si piensa siquiera en ellos.

La cuestión acerca de lo que la gente piense sobre los asuntos públicos es realmente secundaria respecto a la cuestión de si piensa siquiera en ellos. La demanda social de tener opinión formada, huidiza de la aparente ignorancia, se cultiva mediante creación y modelado de expectativas e ideas, a menudo ilusorias, buscando infundir ánimo, credulidad, y mansedumbre. La fiducia se adquiere con dificultad, cuesta muy poco derrocarla y, una vez extraviada, resulta improbable recobrarla. Fide et diffide.

 

La reciente Cumbre del G8, ha vuelto a convertirse en el mejor escaparate para vender confianza, ese alimento inmediato y cotidiano del sistema. Bolsas al alza y diferenciales de tipos a la baja, estímulos para hogares y empresas ávidos de certidumbre, estabilidad e iniciativas públicas bien sonantes. Vuelta al mundo feliz. En idílico entorno primaveral de euforia y frenesí, la banca se ha recapitalizado, cortesía de Fantasías Ponzi & Co., deshaciéndose de pesados lastres e injerencias cogoteras. De paso, apuntalamiento de la riqueza financiera de los agentes, dogma fiduciario al que encomendar consumo, crecimiento económico y presumido bienestar. Fetén.  

Sin embargo, ni ladrillos ni papelillos constituyen la panacea universal. Y ahora, mucho menos. Quizá, el cambio de mentalidad, la adaptación a esta profunda metamorfosis en tiempo real, tan increíble para muchos, tan obvia en tiempos venideros, requiera serenidad para aceptar lo que no se puede cambiar, coraje para transformar lo que se puede y sabiduría para distinguir la diferencia. Valor, humildad, y templanza de juicio para lidiar con excesos de confianza, rupturas de paradigmas e inclementes desengaños. Tras dar de bruces camino del mercado de ilusiones imposibles, de poco sirve llorar sobre la leche derramada. Tampoco abrazar las dulces expectativas deudoras del buenismo patológico que, un día sí y otro también, tratan de inducirse. Llega un momento en que la credulidad se agota.

Las perspectivas presupuestarias de EE.UU son nefastas, incluso desastrosas. Sin un ajuste fiscal serio y permanente, el país está abocado a una acumulación de deuda pública que deberá ser inflada o ‘resuelta’ mediante default soberano. Lo sé, más de lo mismo. Quizá tanta insistencia, desde ámbitos tan diversos, obedezca a la evidencia de que alguien tendrá que pagar el pato y quedarse sin ración. Estímulos, rescates y reformas estructurales nunca salen gratis, y los sueños de cambio conllevarán, en términos de PIB, un ratio de endeudamiento muy por encima del 100% y un gasto gubernamental superior al 40%. Ello sin contar los compromisos socio-sanitarios aún sin financiación, obligaciones que, en conjunto, suponen 98’8 billones de dólares, algo más de siete veces su PIB corriente. Éstos no son pasivos legales ni contractuales, son promesas hechas por el gobierno, esperanzas y expectativas del público que obviamente serán incumplidas, atendidas de manera incompleta.

Las cuentas no salen. Ni a este lado del Atlántico. Imposible que cuadren en un contexto de indigestión masiva, empacho de endeudamiento, cuyos efectos tratan de paliarse sucesivamente con más atracones, a fin de evitar el mal trago de una saludable e inaplazable dieta. Cuanto más alejados del peso ideal, mayores riesgos y menores beneficios. Ahorro, austeridad, mesura en ese consumo que, tal vez, ya les corresponda a otros, incluso en base a criterios de equidad y solidaridad futuras. Reducción del tamaño y apetito públicos, eliminando subvenciones baldías, gastos de peso muerto, y transferencias de recursos hacia actividades improductivas y negocios fallidos o catatónicos. Dirección obligatoria. Pero va a ser que no. A contramano. Así, sólo queda prepararse para asumir recortes en el nivel de vida y prestaciones del Estado del Bienestar. Ajustar las expectativas a este inmenso robo multigeneracional, en el que se hurtan tanto las alcancías de los abuelos cuanto las de los nietos de sus nietos, hijos mediante.

 

Mis temores acerca de la viabilidad de las finanzas públicas norteamericanas están basados en mi convicción de que el público estadounidense cree en Santa Claus: que se pueden tener mayores prestaciones, bienes y servicios públicos de más alta calidad, sin pagar su precio a través de mayores impuestos o tasas por uso. En España, como creemos en los Reyes Magos, nunca esperamos carbón. Pedid y se os dará, parece ser el popularizado credo entre piantes y mamantes. El ubérrimo maná estatal, siempre solícito con quienes presionan e influyen para obtener transferencias a su favor, a costa de los esfuerzos productivos e impuestos de quienes realmente mantienen el chiringuito a flote. Y tanto va el cántaro a la fuente...

¿Pensiones? Otro tabú que ni debe mentarse. Nuestro modelo de reparto, dicen, es inmune al entorno de cambios sociodemográficos e inconsistencias fiscales. Sin embargo, las transferencias entre generaciones no son sostenibles a largo plazo, atendiendo a una TIR del sistema, relación entre aportaciones y prestaciones, que supera la suma de tasas de crecimiento de los salarios y de la población empleada. Sin reformas inmediatas, y con incrementos del PIB inferiores a la TIR, inviabilidad manifiesta a no tan largo plazo. ¿Salvados por la inmigración? Naranjas chinescas, mayor déficit futuro. ¿Soluciones de consenso? Entre las habituales, retraso de la edad de jubilación, ampliación del cálculo de la base reguladora, disminución de la tasa de sustitución y recortes en las prestaciones. Ya sólo falta coger el toro por los cuernos y hacer los deberes, antes del inevitable colapso. ¿Quién da la vez...? Tras el eco múltiple, absoluto silencio.

La pérdida de estándares de vida en países desarrollados, incluidas reducciones en los beneficios sociales, es una realidad, amén de penosa, acuciante. Obviando etiologías, indolente dejadez, e intentos estériles de ajusticiamiento de culpables, las reclamaciones, comme d’habitude, al maestro armero. Toca salvar el bienestar que se pueda, implantando transformaciones que lo hagan viable, en función de criterios equitativos que combinen derechos adquiridos y restricciones financiero-fiscales. Cláusulas de salvaguarda, límites teóricos al free-riding patrio, y nouvelle cuisine estadística, enfrentan evidentes amenazas foráneas durante el próximo lustro. Los mercados forzarán al gobierno a elegir entre inflación y default. El Estado escogerá inflación, entre el 5 y el 15%, como solución a la insostenible posición fiscal USA. Monetización a tutiplén del tándem déficits-deuda.

Este escenario, tan contagioso, sólo aumenta los fundados temores a una espiral autodestructiva del actual sistema fiduciario. Confiar ahora en la reversibilidad del proceso, que finalmente lo sea en el futuro y que, además, se materialicen los compromisos de durísimas e impopulares medidas de ajuste fiscal, quizá sea pedir demasiado. Y aunque el porvenir se construye hoy, siempre quedará dejarse llevar por el viento del ya lo pensaré mañana.

La cuestión acerca de lo que la gente piense sobre los asuntos públicos es realmente secundaria respecto a la cuestión de si piensa siquiera en ellos. La demanda social de tener opinión formada, huidiza de la aparente ignorancia, se cultiva mediante creación y modelado de expectativas e ideas, a menudo ilusorias, buscando infundir ánimo, credulidad, y mansedumbre. La fiducia se adquiere con dificultad, cuesta muy poco derrocarla y, una vez extraviada, resulta improbable recobrarla. Fide et diffide.