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Reducción global de la pobreza: ¿una buena noticia?
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Juan Carlos Barba

Gráfico de la Semana

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Reducción global de la pobreza: ¿una buena noticia?

El número de personas en situación de pobreza severa en el mundo ha bajado por primera vez del 10% desde que existen datos fiables. En números absolutos, la reducción es aún más notable

Foto: Foto: Reuters.
Foto: Reuters.

En una época de persistentes malas noticias, hace unas semanas nos despertábamos con el avance del informe sobre la pobreza del Banco Mundial, que nos decía que el número de personas en situación de pobreza severa en el mundo había bajado por primera vez del 10% desde que existen datos fiables. En números absolutos, la reducción es aún más notable, habiendo pasado de casi 2.000 millones de personas en 1990 a 702 en 2015.

No profundizaré mucho más en datos que ya han sido ampliamente tratados en este mismo medio, como son la enorme reducción en la región más poblada del mundo, Asia Oriental, de la mano del desarrollo chino (aunque también en otros países del área), pasando de una tasa de pobreza extrema de más del 60% en 1990 a menos del 5% hoy día. O también importantes disminuciones en el Sur de Asia (India y sus vecinos) o América Latina.

También vemos en el gráfico cómo el África subsahariana sigue siendo el enfermo económico del mundo, con tasas de pobreza extrema de un tercio de la población. Recordemos lo que supone la pobreza extrema: hambre y malnutrición, enfermedades asociadas, falta de atención médica, falta de acceso a agua potable, viviendas abarrotadas e insalubres, trabajo muy escaso, mal pagado e informal y en pésimas condiciones, explotación infantil, pocos o ningún año de escolarización… Es decir, aquellas condiciones de vida en que las necesidades básicas están tan mal cubiertas y son tan perentorias que queda poco espacio para lo que puede ser placentero en la vida.

Uno de los aspectos más negativos de este extenso crecimiento económico que hemos visto en las últimas décadas ha sido sin duda el incremento de la desigualdad, como reflejan los informes de multitud de estudios, entre ellos el Foro Económico Mundial. Este hecho no parece preocupar mucho al Banco Mundial, que propone profundizar en las políticas económicas de las últimas décadas y apresurarse a celebrar el éxito de estas.

¿Deberíamos congratularnos por esta reducción de la pobreza que se ha dado en las últimas décadas? Desde luego que sí, si no fuera por el hecho de que el modo en que se está consiguiendo no es sostenible a largo plazo. ¿Por qué digo esto? Permítanme que les cuente una anécdota personal.

Cuando era un adolescente, hace ya varias décadas (alguna más de las que me gustaría), pasaba temporadas, sobre todo en verano, con mi abuelo, un agricultor castellano nacido a principios del siglo XX. Una de las cosas que más me llamaban la atención era la costumbre de la rotación de los cultivos. No comprendía por qué dejaban la tierra en barbecho, sin producir, un año de cada tres. Cuando le pregunté por qué perdían esa producción, me explicó que si bien los primeros años recogerían más cosecha, a largo plazo la tierra se agotaría y produciría muy poco. Por eso también alternaban diversos tipos de cereales y leguminosas. Eran los estertores de una agricultura centenaria que hoy ya ha desaparecido. Una agricultura que se autolimitaba con los mecanismos de la tradición para resultar sostenible a largo plazo. No en vano nuestras tierras venían siendo cultivadas, de forma más o menos regular, desde hacía cientos de años.

La solución pasa por un compromiso con unos modos de producción y consumo con la menor huella ecológica posible y un mejor reparto de la riqueza

Muy pocas semanas antes del informe del Banco Mundial -el 13 de agosto-, WWF nos informaba de que ese día habíamos sobrepasado la capacidad de carga del planeta con nuestra actividad económica. En el año 2000, solo 15 años antes, ocurrió el 1 de octubre. Es decir, que si bien es cierto que el incremento de la actividad económica está generando una reducción de la pobreza a nivel global o casi global, esto se está produciendo a costa de forzar las posibilidades de nuestro entorno, de forma que más bien temprano que tarde los efectos adversos harán que esta actividad económica decaiga, probablemente, y como sucede en los ecosistemas con el fenómeno que los anglosajones llaman 'overshoot', de una forma abrupta.

Esto lo describió hace ya unas décadas el recientemente fallecido William R. Catton en su libro 'Overshoot: The Ecological Basis of Revolutionary Change'. Por ello pienso que esta noticia de la reducción de la pobreza solo es aparentemente una buena noticia y que en realidad, y por las razones por las que se ha producido, es una pésima noticia a largo plazo. Es evidente que si somos seres morales, no podemos quedarnos impasibles ante el terrible espectáculo de seres humanos sufriendo y muriendo en un mundo que es capaz de producir más de lo necesario para todos, pero la forma de solucionar ese problema no puede pasar por comprometer la viabilidad de las generaciones futuras, sino por un compromiso con unos modos de producción y consumo con la menor huella ecológica posible y un mejor reparto de la riqueza. Ese es el reto y si algo podemos decir a la vista del informe del Banco Mundial, es que cada vez estamos más lejos de poderlo conseguir.

En una época de persistentes malas noticias, hace unas semanas nos despertábamos con el avance del informe sobre la pobreza del Banco Mundial, que nos decía que el número de personas en situación de pobreza severa en el mundo había bajado por primera vez del 10% desde que existen datos fiables. En números absolutos, la reducción es aún más notable, habiendo pasado de casi 2.000 millones de personas en 1990 a 702 en 2015.

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