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¿De verdad vamos hacia una economía verde?
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Juan Carlos Barba

Gráfico de la Semana

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¿De verdad vamos hacia una economía verde?

Pese a lo que se suele creer, las fuentes energéticas no se están volviendo más verdes, sino todo lo contrario

Foto: Vista general de los molinos de viento.
Vista general de los molinos de viento.

Con frecuencia escuchamos de labios de nuestros dirigentes grandilocuentes declaraciones de que “vamos a controlar el cambio climático evitando pasar del umbral de 1,5 o 2ºC de calentamiento global” (cumbre de París del pasado año) o que “las renovables crecen tan rápido que la transición hacia la economía verde está asegurada”. Sin embargo, la realidad, con sus datos, se empeña en llevar la contraria a nuestros dirigentes políticos, que más bien parecen enfrascados en una continua campaña electoral que en contar a unos ciudadanos adultos la situación real.

En el gráfico de esta semana vemos cuál es la inversión global en renovables (excluyendo renovables tradicionales como la hidroeléctrica). Como vemos, y desde 2011, nos encontramos más bien en una meseta, habiéndose parado el incremento exponencial en la inversión visto en la primera década del siglo XXI.

Sin embargo, podríamos pensar que esta inversión es suficiente para garantizar una transición suave hacia una economía verde, respetuosa con el medio ambiente, capaz de garantizar un crecimiento económico persistente y por tanto de ir mejorando las condiciones de vida de la humanidad. Es una bonita hipótesis, pero por desgracia los datos la desmontan totalmente. La realidad es mucho más fea, y podemos comprobarlo en los datos del anuario estadístico de British Petroleum. Este anuario, muy detallado y fuente inagotable de datos para quienes nos preocupamos del mundo energético, nos dice que entre 2014 y 2013 las renovables aumentaron en 33,9 MTOE (millones de Tm de petróleo equivalente, una de las formas más habituales de medir la energía). Mientras, la energía total primaria a nivel mundial aumentó en 121,3 MTOE. Eso lo que quiere decir es que la enorme inversión en energías renovables solo sirvió para evitar un 28% del aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero (ya que el grueso del aumento se dio en combustibles fósiles).

Ni hablar de disminuir un ápice las emisiones existentes situadas a niveles insostenibles desde el punto de vista medioambiental. Dado que el consenso científico nos dice que para estabilizar la temperatura del planeta por debajo de 2ºC sería necesario reducir a cero las emisiones de estos gases para 2100, vemos cuán insuficiente es hoy día la inversión en renovables. Un cálculo simple nos dice que para llegar a ese objetivo en 2100 sería necesario multiplicar nada menos que por nueve la inversión en renovables, y eso sin tener en cuenta los problemas añadidos de sobreinversión que surgirían para adaptar toda nuestra infraestructura productiva, de distribución energética y de transportes a la nueva tipología energética (muy intermitente e inestable y casi solo eléctrica).

La salida pasaría por una reducción muy importante de la economía global, y eso es tan incompatible con el 'modus vivendi' que nadie se atreve ni a plantearlo

Las preguntas más incómodas surgen cuando nos preguntamos por la razón de que estas inversiones estén prácticamente estancadas desde hace cinco años, a pesar de los masivos incentivos que se dan en muchos países. ¿Qué es lo que está pasando? ¿Qué incentivos necesitaron el automóvil, o los transistores, o el avión, solo por citar tres revoluciones que se dieron en el siglo XX? ¿No aumentaron exponencialmente durante años a pesar de no incentivarse? Lo que está pasando, en mi opinión, es que las renovables aún no son capaces de competir -y posiblemente nunca lo sean- con otras fuentes de energía, que son dependientes masivamente de incentivos públicos que buscan desesperadamente una alternativa a los enormes problemas medioambientales que empiezan a plantear las fuentes tradicionales de energía, pero que realmente no pueden competir con estas en precios, e incluso hay sospechas fundadas de que su eficiencia no sea suficiente como para mantener la maquinaria económica de una sociedad como la nuestra en marcha.

Si realmente esto fuera así, y no solo no fuera posible encontrar formas de mantener el crecimiento económico que sean inocuas medioambientalmente, o que incluso no fuera posible encontrarlas para mantener el nivel de actividad económica actual, estaríamos ante un problema global tan grande que eso explicaría tanto las campañas negacionistas masivas (en el sentido de negar los problemas medioambientales) como el buenismo ingenuo de las declaraciones políticas. Porque la salida pasaría por una reducción muy importante de la actividad económica global, y eso es tan radicalmente incompatible con nuestro 'modus vivendi' que casi nadie se atreve ni por asomo a plantearlo.

Con frecuencia escuchamos de labios de nuestros dirigentes grandilocuentes declaraciones de que “vamos a controlar el cambio climático evitando pasar del umbral de 1,5 o 2ºC de calentamiento global” (cumbre de París del pasado año) o que “las renovables crecen tan rápido que la transición hacia la economía verde está asegurada”. Sin embargo, la realidad, con sus datos, se empeña en llevar la contraria a nuestros dirigentes políticos, que más bien parecen enfrascados en una continua campaña electoral que en contar a unos ciudadanos adultos la situación real.

Campañas electorales Petróleo Combustibles fósiles Efecto invernadero