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Mercado o caos
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Jesús Sánchez-Quiñones

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Mercado o caos

En una ocasión mi hijo menor me preguntó por qué existían las señales de tráfico. La respuesta que le di pretendía ser clara y comprensible: “si

En una ocasión mi hijo menor me preguntó por qué existían las señales de tráfico. La respuesta que le di pretendía ser clara y comprensible: “si no existieran las normas de tráfico, y cada uno condujese como le apeteciese, sería un caos y habría muchos más accidentes”. Las normas de tráfico pese a parecer una imposición que obligatoriamente ha de cumplirse, en el fondo permite que disfrutemos de nuestro vehículo con un riesgo mucho menor de sufrir un accidente en la carretera. Adicionalmente, si alguien choca contra nuestro vehículo por una conducción indebida, obligatoriamente ha de contar con un seguro que cubra los daños materiales y físicos.

 

Con los mercados financieros ocurre algo parecido. Los mercados regulados y con cámara de compensación evitan infinidad de “accidentes” a los inversores. Por el contrario, los mercados no regulados y con riesgo de contrapartida son más propensos a ocasionar situaciones “comprometidas” y en ocasiones de difícil solución.

Si algo ha funcionado y cumplido su papel durante la actual crisis financiera ha sido el conjunto de Bolsas de Valores y mercados de derivados organizados. Han permitido a los inversores realizar sus operaciones de compra venta de acciones o derivados a precios de mercados, aunque en ocasiones con caídas de precios considerables. La liquidez ha sido permanente. Todos estos mercados tienen en común la existencia de una regulación de obligado cumplimiento para todos los intervinientes en el mercado y la existencia de una cámara de compensación que garantiza el buen fin de cada una de las operaciones cruzadas en él.

Los miembros de cada uno de estos mercados y las entidades liquidadoras han de depositar un volumen de garantías variable que permite dar la seguridad a los inversores de liquidar las operaciones contratadas con el mercado en la fecha de liquidación. Cuando alguien compra acciones de un valor en la Bolsa, el responsable de entregarle dichas acciones no es el vendedor de las acciones, sino la cámara de compensación. Igualmente, en el caso de venta de acciones, el vendedor tiene asegurada la liquidación aunque el comprador de las acciones no pudiera pagar su liquidación. Se compra y se vende al mercado, a la cámara de compensación, no a otro inversor.

Curiosamente, la MIFID da cobertura a otro tipo de mercados no regulados, tanto de acciones como de derivados, en los que el mecanismo comentado en el párrafo anterior no funciona. No existe cámara de compensación central, sino que el propio intermediario, generalmente un banco de inversión que ha creado el mercado, es el que asume el riesgo de contrapartida. En estos tipos de mercado, el inversor que compra una determinada acción cotizada o un derivado, no sólo está corriendo el riesgo de la entidad en la invierte, sino también el riesgo del banco de inversión que responde de dicho mercado. Un inversor puede estar muy tranquilo porque el subyacente del activo compra es, por ejemplo, Telefónica, pero en realidad su mayor riesgo es el banco de inversión que responde del producto en sí.

Probablemente muchos de los inversores que actúan en este tipo de mercados no son conscientes de dichos riesgos, aunque hayan firmados contratos en los que se especifican los mismos, ni conocen las diferencias existentes entre mercados organizados y no organizados. No serán conscientes del riesgo hasta que surjan los problemas.

La regulación de los mercados financieros regulados y la existencia de una cámara de compensación aportan una seguridad a los inversores que por cotidiana y repetida no se valora. Nadie duda que una vez ejecutada una orden de compra en Bolsa, las acciones aparecerán en su cuenta, o una vez vendidas las acciones el importe resultante de la venta figurará en la cuenta correspondiente. Esto es así en los mercados regulados, pero no necesariamente en los mercados no regulados.

Las normas de tráfico, aunque engorrosas, tienen su justificación.

Jesús Sánchez-Quiñones, director general de Renta 4

En una ocasión mi hijo menor me preguntó por qué existían las señales de tráfico. La respuesta que le di pretendía ser clara y comprensible: “si no existieran las normas de tráfico, y cada uno condujese como le apeteciese, sería un caos y habría muchos más accidentes”. Las normas de tráfico pese a parecer una imposición que obligatoriamente ha de cumplirse, en el fondo permite que disfrutemos de nuestro vehículo con un riesgo mucho menor de sufrir un accidente en la carretera. Adicionalmente, si alguien choca contra nuestro vehículo por una conducción indebida, obligatoriamente ha de contar con un seguro que cubra los daños materiales y físicos.