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Señores líderes europeos, no mareen más la perdiz (de la deuda)
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Antonio España

Monetae Mutatione

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Señores líderes europeos, no mareen más la perdiz (de la deuda)

¿Conocen ustedes el juego que practican los trileros en la calle y que consiste en acertar debajo de qué cubilete se encuentra la bolita? Pues bien,

¿Conocen ustedes el juego que practican los trileros en la calle y que consiste en acertar debajo de qué cubilete se encuentra la bolita? Pues bien, uno tiene la sensación de que a algo parecido juegan con nosotros los líderes (sic) de la Unión Europea, que van pasando de un sitio otro, no la bolita, sino una bola cada vez más grande de deuda para que, al final y como siempre, terminemos pagando los contribuyentes. Porque las medidas que han aprobado la semana pasada para salir de la crisis de deuda, no sólo no abordan el problema de fondo sino que además crearán problemas adicionales.

En los últimos días me han preguntado varias veces por las medidas aprobadas el pasado miércoles en la cumbre del Euro. Y claro, qué me van a parecer las medidas: mal, muy mal. ¿Por qué? Porque aparte de no resolver el problema de fondo, tendrán justo el efecto contrario al buscado, como por cierto suele suceder con cualquier intervención estatal. Y así, pasará que (1) continuará la incertidumbre, (2) se intensificará el proceso deflacionario —entiéndase como contracción del crédito— que tenderá a ser compensado por el estado para conjurar la temida recesión y (3) se prolongará la depresión que llevamos sufriendo ya cuatro años.

Sigue la incertidumbre, ...

La incertidumbre continuará primero porque la forma en la que se van a llevar a cabo continúan siendo terra ignota. Hay dudas razonables sobre cómo se va a convencer a los deudores privados de Grecia para que acepten el canje de los bonos antiguos por otros nuevos que valen la mitad -y está por ver cómo afecta a los emisores de seguros de crédito (CDS)-. También es una incógnita de dónde van a sacar los bancos europeos los fondos necesarios para recapitalizarse lo suficiente para alcanzar el 9% impuesto por la EBA, estando el inversor privado poco dispuesto a este tipo de aventuras y el sector público local prácticamente boqueando. Y tampoco está claro quién va a poner el dinero para el aumento del fondo de rescate (EFSF) —se habla de los chinos, que esperemos no sean los mismos que el Sr. Zapatero creyó que iban a invertir en las cajas españolas.

Pero esa incertidumbre no es la más grave. Lo peor de todo es que, aunque estuviera claro todo lo anterior y se alcanzaran esas metas, no es ni mucho menos evidente que con eso se acaben los problemas. Porque se están atacando los síntomas y no las causas de la enfermedad del sistema financiero. Basta con preguntarse: esta quita de Grecia, ¿será la última? Tras esta recapitalización de los bancos, ¿no harán falta nuevas recapitalizaciones? Una vez quemados los fondos del EFSF, que pretende apalancarse al 75% u 80% —deuda sobre deuda sobre más deuda—, para intentar salvar quiebras insalvables ¿quién va a devolverle el dinero a los chinos o a quienquiera que ponga el dinero? ¿Dónde está la bolita?

..., mientras se intensifica el proceso deflacionario, ...

Y es que todo es, permítanme la expresión, un sinsentido. Por un lado se fuerza una quita de la deuda pública griega sobre los prestamistas privados —generalmente bancos griegos, franceses y alemanes— que, ceteris paribus, es en sí misma deflacionaria porque hace desaparecer la mitad del valor de esos créditos que fueron concedidos al estado heleno. Lo cual es hasta sano, en la medida que supone reconocer y liquidar, siquiera parcialmente, una inversión mal hecha. Es decir, justo lo contrario de lo que nuestros bancos y cajas están haciendo con el suelo y el inmobiliario, que sigue pudriéndose en sus balances.

Pero hete aquí que eso del ceteris paribus lo dejamos para los libros de economía, pues el estado no se va a quedar quieto sino que, según la propia declaración de la cumbre, combatirá esa posible deflación con una línea de 100.000 millones de euros, 30.000 de los cuales, provendrán de los países miembros de la zona Euro. El bocado que le doy a la bola de deuda por un lado, se lo añado por otro. Cambio de cubilete.

Luego está la recapitalización de los bancos. Por un lado se les obliga a que cubran con capital propio —y del bueno— una parte mayor de su balance para enjugar posibles pérdidas en su activo —deuda soberana sobre todo— sin que eso les lleve a la quiebra. Lo cual, y de nuevo ceteris paribus, es deflacionario, ya que no tendría sentido que los bancos siguieran concediendo —o renovando— créditos que automáticamente aumentan —o no disminuyen— el montante total que necesitan captar en esta recapitalización forzosa.

Pero en paralelo, y con el objetivo confeso de evitar un «excesivo desapalancamiento» de los bancos que afecte a la economía real, se pone a disposición de las entidades financieras la maquinaria inflacionaria del fondo de rescate, no sea que no queden ya incautos que quieran poner dinero en sus acciones, y los estados de sus países de origen tengan ya telarañas en sus arcas. Y seguimos moviendo la bolita.

..., y dejamos la casa sin barrer

Lo más descorazonador de todo es que todo esto no es nuevo. Basta echarle un vistazo a las excelentes crónicas que de la Gran Depresión del siglo XX hicieron Murray N. Rothbard o Lionel Robbins* para darnos cuenta de que se están cometiendo los mismos errores que entonces. No resisto la tentación de transcribir —en traducción libre— un párrafo de Robbins a tenor de la crisis de deuda alemana de 1931 —crisis que seguramente ha pesado en las decisiones recientes de Jürgen Stark y Axel Weber.

«El camino correcto para manejar la situación era haberla reconocido —haber examinado cada caso según sus méritos, liquidado las malas inversiones, amortizado los créditos impagados y haber comenzado de nuevo. Pero eso, ni se hizo entonces ni se ha hecho ahora. En su lugar, se ha erigido un sistema que trata indiscriminadamente créditos buenos y malos y ha perpetuado un estado de incertidumbre y de desajuste en el mercado de capitales que ha causado todavía un mayor deterioro en la situación económica general.»

Entonces, como ahora, se creó una cantidad ingente de dinero de la nada causado por la expansión crediticia previa a la crisis. Dinero que los inversores, ofuscados por unos tipos de interés artificialmente bajos, invirtieron en activos ruinosos creando un inmenso agujero que no hay ni fondo de garantía que pueda asegurarlo, ni fondo de rescate que pueda taparlo.

Lo peor de todo es que, con políticos y banqueros moviendo la bolita de la deuda y los activos «tóxicos» de aquí para allá, la casa sigue sin barrer. Se prolonga así la agonía de la depresión económica que vivimos porque estamos mirando al lado equivocado del problema y, por tanto, se están aplicando medidas erróneas y contraproducentes.

Y es que, como idea general, si confiamos en los políticos europeos y en su capacidad para solucionar los problemas que aquejan a la economía y sacarnos de la depresión, es que nos merecemos lo que nos pasa. Igual que merecemos perder nuestro dinero si lo apostamos con un trilero al juego de la bolita.

* Murray N. Rothbard, America’s Great Depression, Mises Institute y Lionel Robbins, The Great Depression, Mises Institute.

¿Conocen ustedes el juego que practican los trileros en la calle y que consiste en acertar debajo de qué cubilete se encuentra la bolita? Pues bien, uno tiene la sensación de que a algo parecido juegan con nosotros los líderes (sic) de la Unión Europea, que van pasando de un sitio otro, no la bolita, sino una bola cada vez más grande de deuda para que, al final y como siempre, terminemos pagando los contribuyentes. Porque las medidas que han aprobado la semana pasada para salir de la crisis de deuda, no sólo no abordan el problema de fondo sino que además crearán problemas adicionales.