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Los presupuestos del "no puedo evitarlo"
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Antonio España

Monetae Mutatione

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Los presupuestos del "no puedo evitarlo"

Seguramente ustedes hayan visto o conozcan la película Las amistades peligrosas, basada en la novela del mismo nombre publicada por Pierre Choderlos de Laclos en 1782.

Seguramente ustedes hayan visto o conozcan la película Las amistades peligrosas, basada en la novela del mismo nombre publicada por Pierre Choderlos de Laclos en 1782. Me refiero a la versión de 1988, interpretada por John Malkovich, Glenn Close, Michele Pfeiffer y unos casi debutantes Keanu Reeves y Uma Thurman. En esa película hay una escena en la que el Vizconde de Valmont —Malkovich—, forzado por la Marquesa de Merteuil —Close— abandona a Madame de Tourvel —Pfeiffer— repitiendo machaconamente una otra vez "lo siento, no puedo evitarlo" a cada uno de los argumentos y lamentos de su amante. Pues bien, el gobierno de Mariano Rajoy cada vez me recuerda más al Valmont de aquella escena en la que se traiciona a sí mismo además de traicionar a su conquista.

Porque, ¿cuántas veces en estos cien días de legislatura hemos escuchado, ya de boca de Rajoy, ya de alguno de sus ministros: "lo siento, no puedo evitarlo"? Que subo el IRPF a tipos nórdicos —manteniendo, eso sí, servicios y disciplina de gasto mediterránea. Lo siento, no puedo evitarlo. Que subo el impuesto de sociedades, aunque sea de forma camuflada eliminando deducciones. Lo siento, no puedo evitarlo. Que continúo manteniendo un estado desproporcionado e insostenible. Lo siento, no puedo evitarlo. Que sigo permitiendo el descontrol de gasto autonómico e incluso estoy dispuesto a ayudar a su financiación con los llamados hispabonos. Lo siento, no puedo evitarlo.

La última vez ha sido el pasado viernes tras la aprobación de la amnistía fiscal. Nos han vuelto a decir que era o eso o subir el IVA, excusa favorita de este Gobierno desde que decidiera traicionar sus declaraciones de principios —y a sus votantes.  Y es que, de todas las medidas anunciadas por el Gobierno de Rajoy en la presentación de los Presupuestos Generales del Estado el pasado viernes, probablemente la que más polémica ha generado es la de la amnistía fiscal.

Y con razón. Especialmente porque nos lo cuentan pocas semanas después de que los españoles en nómina, aquellos que ni queriendo podemos sustraer un puñado de euros del fruto de nuestro esfuerzo a la voracidad recaudatoria de ese ogro filantrópico que es el estado, tal y como lo describiera el nóbel mexicano Octavio Paz, hayamos comprobado en nuestras propias carnes el sustancial bocado que ha supuesto el “esfuerzo” aprobado a finales de diciembre. Y ahora nos dicen que a los que no han visto un impreso de Hacienda en su vida, le perdonan los pecadillos con tal de recaudar unos pocos euros que les evite el trago de reducir el tamaño del estado.

Fíjense en la siguiente paradoja. Imagínense que son ustedes afortunados poseedores de un billete premiado con el gordo de Navidad y les viene a visitar un señor con traje negro y gafas oscuras ofreciéndole canjear su décimo por el contenido del maletín que lleva en la mano, a saber, el importe del premio más un 10% por las molestias. Si aceptan, estarían blanqueando dinero, conducta que a las autoridades no les parece muy cívica y, como saben persiguen con ahínco. Salvo cuando al blanqueo de dinero contribuyen las mismas autoridades, claro está, en cuyo caso ya se encargan de justificarla.

Y este es el caso de la amnistía fiscal introducida por el Gobierno en los presupuestos, con la que pretende “regularizar” 25.000 millones de euros y poder así recaudar un diezmo de 2.500 millones, sin interesarse por el origen del dinero y sin hacer preguntas incómodas. Díganme ustedes si esto no es un blanqueo de capitales en toda regla. Eso sí, un blanqueo muy legal.

Porque estarán ustedes de acuerdo en que la promesa que hacen nuestras autoridades  de mirar hacia otro lado se podría encuadrar perfectamente en el artículo 301 de nuestro código penal, según el cual comete el delito de blanqueo de capitales todo aquel que "realice cualquier [...] acto para ocultar o encubrir [bienes de] origen ilícito, o para ayudar a la persona que haya participado en la infracción o infracciones a eludir las consecuencias legales de sus actos".

Se trata de un caso más del doble rasero, muy común en toda la regulación económica, según el cual, las conductas que el Estado persigue y condena cuando la realizan particulares, como son la falsificación de la moneda, la manipulación de los precios, la colusión, el dumping, o el propio blanqueo de capitales, cuando son las autoridades quienes las llevan a cabo, son perfectamente legítimas e incluso deseables. Ya saben, lo del fin y los medios.

La amnistía fiscal no es aceptable ni siquiera para quienes estamos en contra de la coacción estatal en forma de impuestos, para los que no nos creemos el mantra del "Hacienda somos todos" —ideado por el poder público para hacernos sentir culpables—, porque es evidente que hay quienes lo son menos que otros—, y para los que consideramos que intentar pagar lo menos posible es un acto de legítima defensa.

La medida no sólo es injusta por arbitraria sino que además es cortoplacista porque, ¿qué van a hacer el año que viene cuando se demuestre que la subida de impuestos no redunda en un incremento de ingresos fiscales sino en todo lo contrario? ¿Otra amnistía? ¿O subirán el IVA?

Al final, ya verán como veremos otra subida del IVA. Y ya saben lo que nos van a decir, ¿verdad? Pues eso. Lo siento, no puedo evitarlo.

Seguramente ustedes hayan visto o conozcan la película Las amistades peligrosas, basada en la novela del mismo nombre publicada por Pierre Choderlos de Laclos en 1782. Me refiero a la versión de 1988, interpretada por John Malkovich, Glenn Close, Michele Pfeiffer y unos casi debutantes Keanu Reeves y Uma Thurman. En esa película hay una escena en la que el Vizconde de Valmont —Malkovich—, forzado por la Marquesa de Merteuil —Close— abandona a Madame de Tourvel —Pfeiffer— repitiendo machaconamente una otra vez "lo siento, no puedo evitarlo" a cada uno de los argumentos y lamentos de su amante. Pues bien, el gobierno de Mariano Rajoy cada vez me recuerda más al Valmont de aquella escena en la que se traiciona a sí mismo además de traicionar a su conquista.

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