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El crecimiento no es la alternativa para la recuperación
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Antonio España

Monetae Mutatione

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El crecimiento no es la alternativa para la recuperación

Imaginen que están ustedes en la cama con una gripe de caballo. Tienen 40 de fiebre, les duele la cabeza, apenas pueden mover las articulaciones y,

Imaginen que están ustedes en la cama con una gripe de caballo. Tienen 40 de fiebre, les duele la cabeza, apenas pueden mover las articulaciones y, además, es de esos virus que afectan a la tripa. Todo un panorama. En éstas, le viene a visitar el doctor Krugman y, ¿qué creen que les receta? Que tienen que hacer deporte para ponerse en forma y reforzar sus defensas. «Pero oiga, que no me puedo ni mover», protestarán ustedes con la poca voz que les permite su afonía. «No pasa nada,  -le dirá el laureado doctor- no me sea usted neoliberal, dópese a frenadoles y ale, a correr». Absurdo, ¿verdad? Y sin embargo, algo parecido es lo que están recetando los proponentes del crecimiento, envalentonados con el triunfo de Hollande en Francia -y veremos a ver qué pasa con Merkel tras la importante derrota de su partido este fin de semana-.­

Tenemos a la economía metida de nuevo en recesión, la prima de riesgo disparada por encima de los 470 puntosel Ibex en valores de 2003, el paro camino de los 6 millones, un déficit público que nadie -salvo el Gobierno- cree que llegue al objetivo del 5,3%, una deuda pública lanzada hacia el 90% del PIB -considerando garantías estatales- y un sector privado en el que ya no compran ni los que nunca pagan, como me decía el otro día un amigo. Y aún así, todavía hay quien piensa que la solución pasa por el crecimiento, que no es sino una forma elegante de pedir más gasto público. O lo que es lo mismo, piden que crezca… el Estado.

¿Matará el crecimiento el virus de la crisis profunda en la que nos hallamos? Me temo que no. Mientras siga la incertidumbre sobre los balances de las entidades financieras, el mercado interbancario seguirá cerrado a cal y canto para los bancos españoles y la prima de riesgo seguirá por las nubes, pues los inversores descuentan que el Estado no tiene dinero para todos los rescates. Esto hace cada vez más insostenible la financiación de la deuda pública, mientras que la privada seguirá con dificultades incluso para refinanciarse, no hablemos ya de acceder a nuevo crédito.

En este orden de cosas, empeñarse en crecer artificialmente no hace sino alejarnos del objetivo de la recuperación. Es decir, del crecimiento sano. Si ustedes vieron Poltergeist -la película de terror producida por Steven Spielberg y estrenada en España en el 82-, quizás recuerden aquella escena en la que la madre corre hacia la habitación de su hija por un pasillo que se hace más largo conforme más intenta correr. Pues bien, eso es lo que nos pasará si nos empeñamos en el crecimiento a toda costa -de hecho, podría decirse que es lo que venimos experimentando desde que se inició la crisis allá por 2007.

¿Qué opciones tenemos entonces? Como en el caso de la gripe, me temo que no hay otra que “sudar la fiebre”. Ya conocen el dicho popular sobre la duración de los catarros: con tratamiento son siete días, sin tratamiento una semana. Pues aquí algo parecido, hay que dejar a los mecanismos de defensa del propio organismo -proceso de mercado- que actúe y elimine las toxinas. Evidentemente, puede que sea necesario tomar algo para aliviar los síntomas, sobre todo en los casos de los más débiles.

Pero ojo, no nos creamos que por encontrarnos mejor por el efecto de las drogas nos podemos ir a jugar un partido de baloncesto con nuestros amigos. Porque a lo mejor en ese caso, la gripe se convierte en neumonía por recaída y en vez de siete, la recuperación nos lleva un mes. O, peor aún, la enfermedad se puede hacer crónica y quedarnos con ella para unos cuantos años o para toda la vida. Miren ustedes si no el caso de los Estados Unidos en la Gran Depresión o el de la década perdida de Japón.

¿Qué quiero decir con esto? Que el crecimiento no es algo que ningún gobierno, banco central u organismo administrativo supranacional pueda decidir por sí mismo -salvo que nos encontremos en un sistema totalitario o en una economía socialista, y ni eso siquiera, como demostró MisesEl crecimiento económico no es una alternativa para la recuperación, sino una consecuencia de la misma. Es la consecuencia de los actos y las decisiones de consumo e inversión que toman todos los agentes que formamos parte de la economía, sobre la base de nuestras propias estimaciones y apreciaciones subjetivas acerca del futuro.

Por eso, les recomiendo que no se obsesionen con el crecimiento. No le pidan a los políticos más Estado, exíjanle más bien que permitan actuar al proceso de mercado, que terminen con la intervención estatal -o al menos, que reduzcan ésta al mínimo necesario para proteger a los más desfavorecidos-.  Reclámenle que abandonen la fatal arrogancia de creer que son ellos los que van a solucionar un problema que ellos mismos crearon en comandita con los bancos y que ellos mismos están contribuyendo a prolongar.

Lo he dicho por aquí ya alguna vez, la única salida es que se depuren los errores de inversión cometidos en la época de la expansión crediticia y quelos que arriesgaron su dinero sufran las pérdidas que correspondan a su falta de acierto. Es necesario que se liquiden definitivamente los proyectos que a buen seguro nunca serán rentables porque pasarán generaciones antes de que se vuelvan a dar las condiciones de burbuja en la que parecían buenos negocios.

Si eso implica que quiebre alguna de las antiguas cajas de ahorro reconvertidas en bancos, que quiebre,  protegiendo, eso sí, a los depositantes y perdiendo lo invertido los bonistas y accionistas. Pero, por favor, paremos ya de intentar esconder la basura debajo de alfombras que cada vez tienen que ser más grandes y costeadas por el Estado.

Poco a poco, el mercado está realizando este ajuste y tarde o temprano volveremos a crecer, no les quepa la menor duda. Pues como suele decir el profesor Huerta de Sotoel mercado es dinámicamente muy eficiente, que quiere decir que al final termina encontrando su cauce, pese a las trabas u obstáculos que pone el Estado con medidas que operan justo en sentido contrario. La diferencia estriba en el tiempo. Díganme ustedes, que prefieren, pasar una gripe intensa pero en siete días estar en pie, o pasarse diez años con un catarro crónico.