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La austeridad es la consecuencia, no la causa, del empeoramiento de la economía
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Antonio España

Monetae Mutatione

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La austeridad es la consecuencia, no la causa, del empeoramiento de la economía

Imaginen que, como parte de una investigación científica, se realiza una encuesta a una muestra de la población en la que se hacen las siguientes preguntas

Imaginen que, como parte de una investigación científica, se realiza una encuesta a una muestra de la población en la que se hacen las siguientes preguntas a los sujetos entrevistados: (1) ¿Se encuentra usted actualmente siguiendo algún tipo de dieta? (2) ¿Cuál es su altura y peso actual? Una vez finalizado el trabajo de campo y analizadas las respuestas, los investigadores descubren que existe una importante correlación entre el índice de masa corporal, que mide el grado de sobrepeso, de los individuos encuestados y el hecho de que estos se encontraran o no a régimen. ¿Les parecería correcto inducir de estos resultados que estar a dieta engorda? Pues bien, algo parecido ocurre con la austeridad y el agravamiento de la crisis económica.

Y es que, al contrario de lo que sostienen los partidarios de un estado fuerte y poderoso que sustituya la iniciativa y, por qué no decirlo, la voluntad de sus ciudadanos por mandatos coactivos, nuestra economía no empeora a consecuencia de la austeridad sino que es por los excesos crediticios del pasado reciente y porque no se han tomado a tiempo las medidas adecuadas -y siguen sin tomarse-, por lo que necesitamos gobiernos austeros. Austeridad que, hay que tenerlo claro, no es otra cosa que adaptar el gasto público a la capacidad real de pago del estado, cosa que el Ministro de Hacienda, Cristóbal Taxman Montoro, aún está lejos de lograr.

Ya hemos comentado desde estas líneas que el crecimiento no es la alternativa para la recuperación y que hay que preocuparse menos por el crecimiento y más por el ahorro. Aún así, los partidarios de que los políticos dirijan el comportamiento de la economía utilizando el Boletín Oficial del Estado continúan clamando en contra de los llamados recortes, aduciendo como argumento principal que tales medidas son procíclicas. Quieren decir con esto que tales medidas tienden a acentuar aún más la recesión económica.

En su razonamiento, un tanto naïve, piensan que si el gasto público, controlado por el poder político, es un componente importante de la demanda agregada, para hacer crecer la economía no hay más que tirar de déficit y todo solucionado. Lo que no nos dicen es a qué nivel de déficit hay que llegar para crear empleo, porque un 9-10% ya es una cifra bastante abultada y no parece que se hayan creado muchos puestos de trabajo. ¿A cuánto hay que llegar, al 15% o al 20%? ¿Al 50%? Si tan bueno es el déficit para el crecimiento, ¿por qué cortarnos? Pues debemos cortarnos porque el impacto es justo el contrario.

Pero es que, además de proclamar el efecto directo que tiene el gasto público en la ecuación de la demanda agregada y, por tanto, del crecimiento, los defensores del intervencionismo nos hablan del llamado efecto multiplicador. Según dicho multiplicador, un incremento en las partidas de gasto del estado afectaría positivamente al resto de variables de la demanda, especialmente al consumo y la inversión privadas. Y lo mismo en sentido contrario, un ajuste del gasto les afectaría negativamente.

Así, como ocurría con el cristalero del cuento de La ventana rota de Bastiat, si el estado gasta más, le genera negocio a sus proveedores que, gracias a la nueva facturación, podrán contratar nuevos empleados, comprar insumos a terceros, invertir en nueva maquinaria, etc. Todo este nuevo empleo y negocio, a su vez, se iría filtrando por la economía generando crecimiento y riqueza.

Pues bien, excusándose en este concepto del multiplicador, con la publicación de su último informe sobre estimaciones de crecimiento mundial el Fondo Monetario Internacional (FMI) se ha unido a la nómina de intervencionistas antiausteridad, al poner en tela de juicio el impacto de la consolidación fiscal en la salud económica de los países con dificultades.

Motivado por los errores en sus previsiones sobre el crecimiento, y armados de modelos econométricos, los economistas del FMI se propusieron reevaluar y reestimar el valor de dicho multiplicador con el sano objetivo de mejorar sus predicciones. De este modo, han llegado a la conclusión de que las medidas de austeridad son contraproducentes.

En el campo de las ciencias sociales, donde no hay laboratorios en los que realizar ensayos que permitan aislar el efecto de distintas variables, no hay nada más peligroso que tener una teoría y buscar su confirmación empíricamente. Se corre el riesgo de sufrir el sesgo del francotirador, que primero dispara su rifle contra la pared de un granero para luego dibujar las dianas alrededor de los agujeros causados por las balas. Aquí parece que el FMI ha realizado un ejercicio similar. Si no me cuadran las estimaciones, ajusto el modelo a martillazos hasta que se adapte a mi modelo teórico.

Imagínense que tienen la (falsa) teoría de que los niños los traen las cigüeñas y encargan un estudio que les indica que el número de nidos de esas aves en las diversas poblaciones está fuertemente correlacionado con el número anual de nacimientos. ¡Eureka!, se dirá para sus adentros el planificador central, y se frotará las manos pensando en lo que crecerá la población cuando coloque unos nidos de cigüeña estratégicamente ubicados.

En lo que probablemente no ha caído el burócrata, cegado por su defectuosa teoría, es que correlación no implica causalidad, ya que seguramente hay otros factores que influyen. Por ejemplo, que allí donde hay más nidos es probable que sea porque hay más tejados y, por lo tanto, más población que, a su vez, tenderá a generar más nacimientos que donde vive menos gente. Pero es que, además, hay otros muchos factores que influyen (densidad de población, edad media, nivel de renta, etc.).

Algo parecido ha ocurrido con el estudio del FMI, que ha encontrado una cierta correlación entre la supuesta consolidación fiscal y el empeoramiento de la economía y muchos se han lanzado a justificar la teoría antiausteridad y prodespilfarro, sin detenerse a pensar que la relación pueda ser otra. Por ejemplo, que los ajustes no sean suficientes, o se estén realizando a base de incrementar los impuestos, y eso sea lo que precisamente está hundiendo más la economía. Es decir, no es la dieta lo que hace que engordemos, sino que debemos ponernos a dieta porque tenemos unos kilos de más que están afectando a nuestra salud.

Imaginen que, como parte de una investigación científica, se realiza una encuesta a una muestra de la población en la que se hacen las siguientes preguntas a los sujetos entrevistados: (1) ¿Se encuentra usted actualmente siguiendo algún tipo de dieta? (2) ¿Cuál es su altura y peso actual? Una vez finalizado el trabajo de campo y analizadas las respuestas, los investigadores descubren que existe una importante correlación entre el índice de masa corporal, que mide el grado de sobrepeso, de los individuos encuestados y el hecho de que estos se encontraran o no a régimen. ¿Les parecería correcto inducir de estos resultados que estar a dieta engorda? Pues bien, algo parecido ocurre con la austeridad y el agravamiento de la crisis económica.