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El PIB es un mal indicador
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Antonio España

Monetae Mutatione

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El PIB es un mal indicador

Imaginen ustedes que les regalan un vehículo con la particularidad de que carece de tablero de instrumentos. Y, por supuesto, no dispone ni de GPS ni

Imaginen ustedes que les regalan un vehículo con la particularidad de que carece de tablero de instrumentos. Y, por supuesto, no dispone ni de GPS ni de otros sistemas avanzados. Sólo cuenta con un tacógrafo del tipo que los camiones están obligados a llevar instalado y que, básicamente, registra los kilómetros recorridos y la velocidad, datos que ustedes sólo pueden consultar cada cierto tiempo. ¿Creen que, únicamente con esta información, podrían ustedes llegar muy lejos? Pues bien, algo similar es lo que intentan, y con notable poco éxito, las autoridades económicas, obsesionadas cada trimestre con el dato del producto interior bruto (PIB).

En general, y casi sin excepción, todos tomamos el pulso a la situación económica de un país a partir de las estadísticas del PIB. Y solemos fijarnos mucho más en la tasa de variación que en el valor absoluto -salvo para realizar comparaciones absurdas con la capitalización bursátil de Apple o Microsoft-. Así, un crecimiento en el valor del PIB se considera, sin reserva alguna, como algo positivo, y viceversa. Pero permítanme preguntarles: por el mero hecho de que Instituto Nacional de Estadística (INE) haga su sofisticado trabajo con los números, ¿significa un dato positivo del PIB que hayamos prosperado económicamente?

Seguramente muchos de ustedes respondan que no. Ni siquiera quien lo inventó, el economista Simon Kuznets, lo pensaba. Y, si no, pregúntenle a alguno de los seis millones de parados si piensa que la crisis se ha acabado, por mucho que técnicamente estemos a punto de salir de la recesión. O piensen en todas esas construcciones públicas -aeropuertos sin aviones- y privadas -urbanizaciones fantasma- terminadas o abandonadas sin acabar que pueden observarse desde nuestras autopistas semivacías. ¿Acaso aquella “producción” no contribuyó al crecimiento del PIB de la época dorada? ¿Puede decirse hoy que aquel “crecimiento” de burbuja lo fue tal en verdad? ¿O era engordar para morir, mero consumo de capital?

Y es que lo que mide el PIB no es sino el valor monetario -expresado en euros, dólares, etc.- de todos los productos y servicios finales que se producen y prestan en una zona geográfica concreta -típicamente un país- durante un periodo de tiempo determinado -normalmente un trimestre o un año-. Fíjense que la palabra final está convenientemente resaltada. Y es porque esta métrica está muy condicionada por la creencia generalizada de que lo que impulsa una economía no es tanto la producción de riqueza, sino su consumo.

Centrarse exclusivamente en bienes finales, como hace el PIB, es caer en la fantasía de que estos emergen meramente del deseo de los consumidores. Es decir, en el esquema conceptual en el que se basa la contabilidad nacional, y toda la corriente dominante de economistas, basta con que alguien desee tener algo para que, inmediatamente y sin solución de continuidad, ese ente abstracto llamado “la economía” se lo proporcione. Esta es la economía buenista de los libros de Paulo Coelho, en los que “cuando quieres algo, todo el Universo conspira para que realices tu deseo”. Pero, como ustedes saben, la realidad que hay fuera de los modelos matemáticos y de los libros de autoayuda es bien distinta.

Lo que subyace en el marco teórico del PIB es la ausencia del factor tiempo, obviando el hecho fundamental de que la producción de un determinado bien implica el haber recorrido previamente una serie de etapas, antes de poder fabricarlo. Es decir, en la vida real y no en el mundo de las hadas de la economía neoclásica, no basta con que haya demanda de un bien para producirlo. Hace falta, además, que estén disponibles todos los medios necesarios para hacerlo. Y si no lo están, habrá que producirlos. Piensen, por ejemplo, en un producto de los más sencillos que pueden encontrarse en la tienda de la esquina, como una barra de pan, y párense a pensar qué ha sido necesario para fabricarla y cuántas etapas ha conllevado.

Si lo piensan un momento con detenimiento, quizás se sorprendan de la complejidad que hay en algo tan sencillo como una simple baguette: para fabricarla se necesitan semillas de trigo, tractores y aperos de labranza, camiones para transporte, molinos para fabricar harina, tuberías para transportar el agua, centrales eléctricas para hacer funcionar el molino, la amasadora y el horno, y también para iluminar la tahona, etc. Pues bien, según el armazón teórico del PIB, todo ello se materializa por arte de magia en momento que ustedes deciden comprar pan.

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Fíjense en lo que esto implica. Si en un instante determinado tomasen una instantánea e hiciesen la suma de todo el dinero gastado, sólo una parte la verían materializada en productos acabados y listos para el consumo final. El resto, que es una gran parte, lo encontrarían utilizado en las sucesivas etapas intermedias. Pues bien, de todas ellas, y aparte del consumo, la estadística del PIB sólo recoge los bienes de capital fijo o duradero -inmuebles, maquinaria, herramientas, ordenadores, etc.- terminados y vendidos a sus usuarios durante el periodo analizado.

Por definición, oculta al análisis los efectos perniciosos de la expansión artificial del crédito en la fase de expansión de la burbuja, y esconde la contracción que la posterior crisis provoca en las fases más alejadas del consumo final

Y precisamente esta es la condición que convierte al PIB en una métrica a todas luces inadecuada para medir las fluctuaciones económicas propias del ciclo, ya que, por definición, (1) oculta al análisis los efectos perniciosos de la expansión artificial del crédito en la fase de expansión de la burbuja, y (2) esconde la contracción que la posterior crisis provoca en las fases más alejadas del consumo final. De ahí que la caída moderada o incluso la previsible, aunque débil, recuperación prevista del PIB no cuadre en absoluto con las cifras de paro, producción industrial, recaudación fiscal, etc.

Por desgracia, los políticos y gobernantes, las autoridades monetarias y, en general, todos los amantes de la planificación centralizada de la economía, sí consideran que estas estadísticas son relevantes y se refugian en ellas para justificar su interferencia en la vida privada, empobreciéndonos a todos, con independencia del número que arroje el último boletín estadístico del INE.

Imaginen ustedes que les regalan un vehículo con la particularidad de que carece de tablero de instrumentos. Y, por supuesto, no dispone ni de GPS ni de otros sistemas avanzados. Sólo cuenta con un tacógrafo del tipo que los camiones están obligados a llevar instalado y que, básicamente, registra los kilómetros recorridos y la velocidad, datos que ustedes sólo pueden consultar cada cierto tiempo. ¿Creen que, únicamente con esta información, podrían ustedes llegar muy lejos? Pues bien, algo similar es lo que intentan, y con notable poco éxito, las autoridades económicas, obsesionadas cada trimestre con el dato del producto interior bruto (PIB).

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