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A Emilio, con agradecimiento

Fui testigo en el año 1986 del nombramiento de Emilio Botín como presidente del entonces Banco de Santander. Llevaba ya varios años trabajando para él, aprendiendo

Foto: Fotografía de archivo de Emilio Botín (Gtres)
Fotografía de archivo de Emilio Botín (Gtres)

Fui testigo en el año 1986 del nombramiento de Emilio Botín como presidente del entonces Banco de Santander. Llevaba ya varios años trabajando para él, aprendiendo y contribuyendo a llevar a la realidad su visión. Antes de acceder a la presidencia, durante sus seis años como director general del banco, tenía una sola ambición: convertirlo en uno de los más grandes, rentables y mejores del mundo. En 25 años, sólo 25 años, lo consiguió.

Aprendí de él lo que significa el liderazgo, la ambición y la autoridad que emana de la disciplina, la dedicación absoluta, el esfuerzo y la exigencia. Sobre todo consigo mismo y con el banco que tenía en la cabeza, el mejor banco para sus accionistas, el mejor del mercado.

Lo llevaba en los genes. Sus padres se lo inculcaron, y toda su formación hizo de él un hombre de trato exquisito, distante pero amable, siempre de usted salvo cuando habías traspasado la barrera necesaria para salvaguardarse de compromisos y conseguir siempre lo mejor para el banco. Tuve la suerte de que me dejara traspasarla y de vivir momentos irrepetibles. Incluso en las negociaciones más duras no le oí hablar mal de nadie, guardó siempre las formas y supo preguntar y escuchar.

Aprendí de él que un activo es igual de bueno si vale 100 que si vale 120, siempre que entiendas cómo va a contribuir a mejorar el valor de lo que haces. Y aprendí también que el presidente debe ser el mejor vendedor, y tener siempre la capacidad de reaccionar y adaptarse al mercado para crecer y crear valor. Como cuando voló en 24 horas a China para negociar la entrada en ese mercado porque vio la oportunidad donde los demás veían problemas.

A su llegada nombró a Juan y Matías Rodríguez Inciarte y a Rodrigo Echenique para construir el banco que los tiempos y su plan ambicionaban. Había dudas sobre su presidencia y su liderazgo, críticas de la vieja guardia (tanto dentro como fuera) sobre su nuevo equipo y sobre su capacidad para tener éxito. Dio a todos una lección de resistencia y de autoridad porque tenía las ideas muy claras.

Se ha ido uno de los mejores, pero ha dejado una institución y un modelo, una obsesión por el valor para el accionista y la liquidez para aprovechar las oportunidades, por atraer el talento esté donde esté, por el compromiso con los mercados en los que opera y por la excelencia, por el futuro digital de la banca.

Deja a Ana Patricia, su hija. Tiene los mismos genes, la misma obsesión, la misma formación. Es otro líder que llevará aún más lejos al Santander. Estoy seguro de que los resultados superarán las expectativas.

*Juan Villalonga es expresidente de Telefónica

Fui testigo en el año 1986 del nombramiento de Emilio Botín como presidente del entonces Banco de Santander. Llevaba ya varios años trabajando para él, aprendiendo y contribuyendo a llevar a la realidad su visión. Antes de acceder a la presidencia, durante sus seis años como director general del banco, tenía una sola ambición: convertirlo en uno de los más grandes, rentables y mejores del mundo. En 25 años, sólo 25 años, lo consiguió.

Emilio Botín Ana Patricia Botín