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Los tres renuncios de Mariano Rajoy
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Alberto Artero

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Los tres renuncios de Mariano Rajoy

Si ustedes me preguntan qué impresión saqué del líder de la oposición del encuentro que la semana pasada tuvo con la redacción de El Confidencial, les

Si ustedes me preguntan qué impresión saqué del líder de la oposición del encuentro que la semana pasada tuvo con la redacción de El Confidencial, les diré que me dejó exactamente igual que estaba. Si mi voto hubiera dependido de esa visita, no habría encontrado en toda la conversación argumento alguno para decantarme en su favor. Más bien al contrario. Si cada potencial elector es una pelea que merece la pena, fueron, en mi caso, noventa minutos desaprovechados divididos, como en los partidos de fútbol, en dos partes claramente diferenciadas. En la primera la iniciativa fue del gallego. Pero primó ese discurso contra que es con el que, de puertas afuera, se ha identificado al Partido Popular en los últimos cinco años, problema grave de comunicación. Mucha solución económica potencial que queda escondida por el mayor peso verbal de la crítica al gobierno. Cosas de la política. Carisma, cero; gestualidad, la derivada de sus propios ticks, que son abundantes; pasión, vuelva usted mañana.

 

El problema vino después, cuando la nave de las preguntas y respuestas pasó de las tranquilas aguas de la coyuntura económica actual, y la manifiesta inoperancia de los socialistas para gestionarla -donde Mariano Rajoy jugaba a caballo ganador, sólo faltaba-, a los turbulentos mares de la situación actual de su partido, su liderazgo y el modo de ejercerlo. Porque, en definitiva, los grandes estadistas no nacen sino que se hacen a través del ejercicio de su autoridad en ámbitos de influencia cada vez mayores. Una autoridad que no es sino capacidad de persuasión: el arte de convencer a los demás de que, entre las distintas alternativas posibles, la suya es la mejor para conquistar el fin que el colectivo persigue. Una convicción que parte de un elemento personal o subjetivo innegable pero que requiere también de signos concretos: intuición para identificar los problemas, decisión para abordarlos, éxito en su solución.  

Cualquier líder que se precie no puede tener en el mero transcurso del tiempo, la selección natural de los enemigos o la delegación en terceros de responsabilidades en cuestiones capitales la justificación a la posición de la que disfruta. En ningún caso. Pero menos en el entorno actual que requiere de iniciativa rápida a la hora de abordar la difícil coyuntura económica por la que España transita. Inmediatez y sentido común en las propuestas, primacía del interés colectivo sobre el individual y control absoluto en la ejecución son parámetros que pueden contribuir a la mejora de la situación nacional. Sin embargo, Rajoy reconoció en su charla con El Confidencial actuar de acuerdo con cada uno de los errores enunciados al inicio de este párrafo al hablar de las tres cuestiones candentes que rodean a su partido. Renuncios a la acción que le es propia y que dejó a McCoy decepcionado, primero, y alarmado después. ¿Es esta la alternativa?

En efecto. Frente a la lucha de las baronías, la muerte por aburrimiento: “el tiempo de la política es distinto al de la empresa privada. Hay que ver al cabo de un año dónde están unos y dónde están otros”. Hay que reconocer, a toro pasado, la validez del argumento. Pero, ¿es válido igualmente para la labor de gobierno?, ¿cuál es el tiempo de la política en la crisis española? Liderazgo. Cuidado. Ante la Guerra de Cajamadrid, la indiferencia a la espera de que desaparezca un enemigo: “los actos de autoridad están bien si salen bien”, una gallegada que viene a decir que cuando hay pelea de gallos, lo mejor es esperar que uno salga con las piernas por delante del corro. Será siempre que no se lleve por delante la credibilidad del partido en su mayor vivero de votos, digo yo. Ejecución. Por último, contra la posible corrupción, lavada de manos: “me dijeron que había unos por ahí zascandileando con el nombre del PP y me pareció bien cortar con ellos… aunque yo a esto no le dedico ni un segundo”. Vaya, vaya. Por favor, marchando una de lo de la mujer del César y su honradez que por aquí no se enteran. Ese es el factor clave que se ha llevado políticos por delante en todo el mundo y ¿usted lo ningunea? Um... Identificación.

Los hechos son irrefutables y el propio Rajoy podría argumentar que la jugada le ha salido, le está saliendo bien de momento. Claro que sería bueno que alguien le recordara qué parte corresponde a sus propios méritos y cuál se debe al demérito de los rivales tanto internos, Madrid y Valencia han sido dos de las Comunidades Autónomas más beneficiadas por el boom constructor y ahora lo sufren, como externos, con un Gobierno que sigue esperando a la recuperación económica espontánea sin recordar que los brotes verdes en España son capullos, sustantivo que admite, como bien saben, múltiples acepciones en nuestro rico vocabulario. De hecho, resumía el conjunto de la conversación en El Confidencial-Cotizalia uno de los asistentes diciéndole al líder de la oposición: “Mariano, vas a gobernar, quieras que no”. Esa es la tristeza de la política patria actual. Mañana, en el Debate sobre el Estado de la Nación, Rajoy puede inciar una nueva etapa. Ojalá, nuestro país lo necesita más que nunca.

Si ustedes me preguntan qué impresión saqué del líder de la oposición del encuentro que la semana pasada tuvo con la redacción de El Confidencial, les diré que me dejó exactamente igual que estaba. Si mi voto hubiera dependido de esa visita, no habría encontrado en toda la conversación argumento alguno para decantarme en su favor. Más bien al contrario. Si cada potencial elector es una pelea que merece la pena, fueron, en mi caso, noventa minutos desaprovechados divididos, como en los partidos de fútbol, en dos partes claramente diferenciadas. En la primera la iniciativa fue del gallego. Pero primó ese discurso contra que es con el que, de puertas afuera, se ha identificado al Partido Popular en los últimos cinco años, problema grave de comunicación. Mucha solución económica potencial que queda escondida por el mayor peso verbal de la crítica al gobierno. Cosas de la política. Carisma, cero; gestualidad, la derivada de sus propios ticks, que son abundantes; pasión, vuelva usted mañana.