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Francisco González, ¿el gran dictador?
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Alberto Artero

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Francisco González, ¿el gran dictador?

Es innegable que la de ayer es una mala noticia para BBVA. Francisco González ha decidido fumigarse a un Consejero Delegado con el que mantenía desavenencias

Es innegable que la de ayer es una mala noticia para BBVA. Francisco González ha decidido fumigarse a un Consejero Delegado con el que mantenía desavenencias casi desde su nombramiento. Y ha puesto como sustituto a un hombre de su confianza que escala desde la Dirección de Recursos Humanos, cosa cuando menos singular, por larga y brillante que sea su trayectoria anterior. BBVA es más A que nunca y FG asume el rol de ese monarca absoluto que, incapaz de reconocer su participación en los errores de estrategia, los proyecta sobre un tercero al que corta la cabeza cuando contempla, frustrado, cómo su principal rival le saca ya cuerpos de ventaja. Domeñado el sorprendentemente débil consejo, había llegado el momento de quitar el último eslabón que le permitía hacer lo mismo con la organización, la figura del Vicepresidente en el recuerdo. Cinco años más de errática trayectoria esperan, salvo error u omisión, por delante a la entidad.

José Ignacio Goirizolzarri no está libre de pecado, ni mucho menos. Le ha faltado valentía y decisión en tres grandes frentes: la defensa de su posición en el seno de la entidad; la difusión de su tarea por medio de una adecuada comunicación y rapidez en la ejecución en un entorno competitivo tan voluble como el actual. En efecto, su falta de reacción ante la paulatina liquidación de sus hombres de confianza ha propiciado que su caída fuera menos dolorosa para la organización; su excesiva prudencia a la hora de vender el producto, en cantidad de apariciones e importancia de la información aportada, han ido contra su propia franquicia, mostrándole como un gestor prescindible a la sombra de su presidente que era quien acaparaba el protagonismo; su cautela racional ha sido su tumba en el mundo bancario de locos de los últimos meses. La reciente marcha triunfal del Santander ha puesto aún más de manifiesto tales deficiencias.

Servidor tuvo la oportunidad de tener un encuentro privado con él a finales de agosto. Me dedicó una hora y media en la que pude acercarme, siquiera de lejos, a su modo de pensar. Tenía el banco completamente en la cabeza y conocía profundamente los riesgos y las oportunidades de cada una de sus áreas geográficas y verticales de negocio. Incluso en los errores de estrategia cometidos, como la entrada tardía en Compass o la insuficiente presencia en Brasil, aportaba argumentos que hacían comprensible la decisión. Estaba entusiasmado con la aportación presente y futura de Citic y preocupado con una España a la que, frente a la crisis del 93, ayudarían los bajos tipos de interés. Una persona afable y encantadora que, sin embargo, despedía un cierto aroma a funcionario de la banca, sin carisma como para aspirar a la Presidencia y sin pasión en la defensa de su puesto o de sus decisiones que… ¿no eran tales? Esto es lo que le ha matado. En este mundo traidor importa menos lo que vales y más lo que te haces valer. Es así.

Goiri ha sufrido de primera mano la particular esquizofrenia estratégica de Francisco González, que le necesitaba formalmente para controlar el frente vasco. Se lo ha pagado con un suculento paquete de salida, zurrón de millones debajo del bolsillo. Una vez más queda probado que todo lo que no incentiva, desmotiva. ¿Cuando aprenderán? Puede haber sido el caso. El Presidente (papelón el del video de ayer) ha sido invitado habitual en los grandes foros internacionales de las finanzas, aquellos en los que se decide, probablemente, el futuro de la banca mundial. Fruto de tales encuentros ha sido la preparación interna de BBVA para lo que está por llegar a través de iniciativas que han ido desde lo estrambótico –como la tienda sucursal- a lo visionario. Toda la institución ha estado orientada a la innovación y la transformación: foco en el cliente, desarrollo tecnológico y virtualidad. El problema es que, en todo este proceso, en el mundo han pasado cosas y, cuando la entidad se ha querido dar cuenta, ya se le había pasado el arroz. Pesa sobre la institución una terrible sensación de ir a remolque en capital, gestión de balance o adquisiciones, pese a la acertada compra reciente del tejano Guaranty. ¿Era Goirigolzarri el culpable? Cada vez menos. Lo peor que podría ocurrir hoy en día es que las prisas, que son siempre malas consejeras, y la necesidad de hacer marca, hagan que la firma de origen vasco se atragante con el socarrat.

Francisco González tiene un problema. Y es que en la medida en que lance el mensaje El Rey soy yo, corre más riesgo de poner de manifiesto las debilidades de su modelo de gestión. Incorpora a un leal como Angel Cano, la piedra en el zapato de Goiri, como Consejero Delegado. Desgraciadamente llega con la etiqueta de hombre de paja. Mala señal. Si esto es un cambio para que todo siga igual o peor, como parece, cuidado. Ni FG es el primer accionista de la entidad ni puede convertir un poder delegado, al que accedió por la puerta de atrás, en absoluto. Querer nadar y guardar la ropa y utilizar esa ambigüedad para justificar las propias lagunas como gestor, haciendo rodar cabezas o metiendo a la organización en una locura de cambios directivos cada 18 meses que paralicen su actividad, se puede volver en tu contra. No es de recibo una actitud propia de esos malos gestores de clubes de fútbol que, aferrados al poder, no dudan en echar al entrenador a su propia conveniencia. Pero bueno, consejeros y accionistas tiene la Santa Madre BBVA. Mientras se lo consientan, allá ellos.

Es innegable que la de ayer es una mala noticia para BBVA. Francisco González ha decidido fumigarse a un Consejero Delegado con el que mantenía desavenencias casi desde su nombramiento. Y ha puesto como sustituto a un hombre de su confianza que escala desde la Dirección de Recursos Humanos, cosa cuando menos singular, por larga y brillante que sea su trayectoria anterior. BBVA es más A que nunca y FG asume el rol de ese monarca absoluto que, incapaz de reconocer su participación en los errores de estrategia, los proyecta sobre un tercero al que corta la cabeza cuando contempla, frustrado, cómo su principal rival le saca ya cuerpos de ventaja. Domeñado el sorprendentemente débil consejo, había llegado el momento de quitar el último eslabón que le permitía hacer lo mismo con la organización, la figura del Vicepresidente en el recuerdo. Cinco años más de errática trayectoria esperan, salvo error u omisión, por delante a la entidad.