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El disparate del Estado del Bienestar o por qué me niego a pagar más impuestos
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Alberto Artero

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El disparate del Estado del Bienestar o por qué me niego a pagar más impuestos

Hoy vengo beligerante, quedan avisados. Me enerva la tergiversación del mensaje sobre el necesario ajuste fiscal español de los últimos días. Estoy de acuerdo en que

Hoy vengo beligerante, quedan avisados. Me enerva la tergiversación del mensaje sobre el necesario ajuste fiscal español de los últimos días. Estoy de acuerdo en que resulta inevitable, llegados a este punto, actuar tanto en la recaudación como sobre el gasto. Sin embargo creo que, lo que menos necesitan tanto los españoles como los observadores internacionales en este momento, es demagogia a espuertas como la defendida por un sector de la progresía gubernamental y circundante. A su insensato discurso, sólo falta unirle cuarto y mitad de victimismo para que el campo quede abonado de la odiosa semilla del totalitarismo, la confrontación y la lucha social. Lo que nos faltaba. Hay que erradicar tal tentación de raíz, poniendo los puntos sobre las íes.

Uno, lo que necesita España no son figuras impositivas ad hoc sino una reforma tributaria completa que suponga una simplificación del régimen nacional, una mayor correlación entre los objetivos de la política económica y la fiscalidad, una racionalización por tanto del sistema de deducciones y bonificaciones, una homogeneización de las disposiciones regionales con objeto de evitar el dumping fiscal entre comunidades y favorecer de ese modo el mercado interior y un reforzamiento de la lucha contra el fraude, entre otras medidas. Debería ser una prioridad minimizar el carácter cíclico de los ingresos de la Administración en este país, que se disparan en épocas de bonanza y se colapsan en los momentos de dificultades. Ese es el quid de la cuestión y no otro.

Dos, actuar simplemente sobre los tipos marginales, y por ende medios, o sobre un determinado segmento de la población o de actividad, no sólo puede implicar, paradójicamente, menor progresividad si nos atenemos a la Curva de Laffer, sino que no ataja el problema principal antes citado que es resultado de nuestro errado modelo productivo hasta el estallido de la crisis. Hablar de que han de pagar los que más tienen es un disparate. Que, ateniéndonos a lo publicado por El País el sábado, sus principales defensores sean ministros que toda su vida han vivido de la sopa boba como Blanco, Chacón, Corbacho o Chaves, clama al cielo. ¡Qué sabrán ellos lo que supone hacerse un patrimonio! Porque parecen olvidar, uno, que la mayoría de los “ricos” -como ellos los llaman- lo son gracias al ímprobo trabajo de años en los que han creado empleo y pagado religiosamente sus impuestos. El intento de demonización es un insulto para buena parte del empresariado de este país. Y dos, no se puede penalizar el ahorro (sea en cualesquiera de las formas para el cómputo que ahora se quieren establecer) frente a la locura de gasto que condujo a España donde ahora está. Una posición absurda que penaliza la prudencia frente el dislate.

Tres, de ahí que la actuación inevitable haya de ser sobre el gasto público, en general, y sobre el modelo de estado del bienestar en particular. Y afirmar esto es tirar piedras sobre el tejado de todos los españoles, empezando por el mismo McCoy. Les recomiendo que se vayan a la EPA y se den un garbeo por sus cifras para darse cuenta de la insostenibilidad de la coyuntura actual. Les llevará 20 minutos, no más. En grandes números, a cierre de 2009, la población española era de 45,67 millones de personas. De ellos, 18,88 son ciudadanos ocupados, uno; 4,15 profesionales parados, dos; 15,39 inactivos entre estudiantes (2,30), jubilados (5,26), amas o amos –seamos políticamente idiotas, como parece que toca en la era zapateril- de casa (4,52), incapacitados (1,15) y otros prestatarios de pensiones y demás (2,16), tres; y, el resto, menores de 16 años ajenos formalmente al mercado de trabajo (7,24). Economía sumergida aparte, es fácil comprobar cómo 18,88 millones de trabajadores sostienen por la vía de su renta disponible o de sus impuestos a otros 26,79. Es decir, tocamos a 1,4 por cada uno, entre propios y ajenos. No está mal, ¿no? Y eso que estamos en el hoy y no en el mañana de inversión de la pirámide poblacional que nos espera.

Pero, no se vayan todavía, que aún hay más. Dentro del segmento de trabajadores ocupados, hay un apartado denominado asalariados del sector público. Gracias a Ansón, entre otros, ya saben a cuánto asciende dicha partida en términos absolutos: 3,06 millones de funcionarios a nivel nacional, entre estados, regiones y entes provinciales y locales, dato confirmado por la EPA. No voy a caer ahora en la tentación divisora de identificar el porcentaje del total de la población activa de verdad que suponen en las distintas Comunidades Autónomas. Para eso cuentan ustedes con las tablas. Lo importante es –insisto, economía B aparte- que el número de pertenecientes al régimen privado de actividad asciende a 15,82 millones de ciudadanos (18,88 del total menos 3,06) lo que implica que, sobre sus espaldas tributarias recaen 29,85 millones de habitantes de España (26,79 más 3,06), sean nacionales o inmigrantes. Esto es: cada día que usted y yo vamos a trabajar, afortunados somos, lo hacemos por nosotros y por casi dos personas más entre parejas e hijos, parados, empleados de la Administración, jubilados y demás dependientes. Si quitamos los primeros, 15,82 soportamos a 15,79 receptores de rentas públicas. ¿Y aún pretenden que pague más impuestos? Vamos anda. ¿No tendrá más sentido, a ver Rajoy si tú también te enteras, tratar de actuar sobre las fuentes del gasto?

España se ha convertido en una nación en la que existe un gran desequilibrio entre lo que ofrece y lo que realmente puede ofrecer a sus ciudadanos de acuerdo con el nivel de ingresos fiscales medios del ciclo que tiene. Un agujero construido sobre un sueño de riqueza colectiva del que ha despertado bruscamente sólo para encontrarse con unos gastos corrientes y una percepción de derechos adquiridos difíciles de desmontar a día de hoy de forma no traumática. Pero hay que hacerlo; hay que poner el dedo en esa llaga si no queremos condenarnos a un futuro aún más oscuro de lo que ya parece. No hay de qué preocuparse, la necesidad agudiza el ingenio. De no ser así nos podemos encontrar con que la gran conquista social en nuestro país en los últimos años del siglo XX y primeros del XXI, la construcción de una amplia y solvente clase media, sea sólo un tierno recuerdo en apenas un par de décadas. ¿Tan grave como eso? Se abre el telón de sus comentarios. Buena semana a todos.

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Hoy vengo beligerante, quedan avisados. Me enerva la tergiversación del mensaje sobre el necesario ajuste fiscal español de los últimos días. Estoy de acuerdo en que resulta inevitable, llegados a este punto, actuar tanto en la recaudación como sobre el gasto. Sin embargo creo que, lo que menos necesitan tanto los españoles como los observadores internacionales en este momento, es demagogia a espuertas como la defendida por un sector de la progresía gubernamental y circundante. A su insensato discurso, sólo falta unirle cuarto y mitad de victimismo para que el campo quede abonado de la odiosa semilla del totalitarismo, la confrontación y la lucha social. Lo que nos faltaba. Hay que erradicar tal tentación de raíz, poniendo los puntos sobre las íes.

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