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No se crean el camelo colectivo: el mundo es de todo menos global
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Alberto Artero

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No se crean el camelo colectivo: el mundo es de todo menos global

Hay que leer The Economist. Cada semana, todas las semanas. Es la revista. Cualquier interesado en política, economía, sociedad y hasta ciencia y tecnología debería acudir

Hay que leer The Economist. Cada semana, todas las semanas. Es la revista. Cualquier interesado en política, economía, sociedad y hasta ciencia y tecnología debería acudir cada siete días a mamar del seno de sus informaciones. Su versatilidad para abordar indistintamente análisis de rabiosa actualidad y cuestiones tendenciales es envidiable. El carácter editorializante de sus textos, carentes de firma, una apuesta solvente del todo frente al uno. Siempre encuentro en ella algo. Incluso referencias desconocidas a situaciones o publicaciones que, por proximidad, deberían ser cercanas a un servidor.

Es lo que me ha ocurrido en su última edición con la columna de Schumpeter, uno de sus siete magníficos junto a Charlemagne (Europa); Bagehot (Reino Unido), Lexington (Estados Unidos); Banyan (Asia), Buttonwood (finanzas) o Economic Focus (economía). El anónimo autor, que escribe de empresas y gestión, hace referencia en ella al libro World 3.0, publicado en marzo de este año por el profesor del IESE Pankaj Ghemawat.

Se trata de un estudio sobre “la prosperidad global y las vías para alcanzarla”, como señala en su portada, que parte de una preocupación: la reversión del incipiente proceso de globalización que puede derivarse de los efectos de políticas monetarias y fiscales adoptadas en los países, tanto emergentes como desarrollados, como consecuencia de la crisis. Un parón que cercenaría el hecho histórico que está en la génesis de uno de los mejores momentos de la economía mundial, tercer Super Ciclo de los últimos 130 años de acuerdo con los estrategas de Standard Chartered.

Sin embargo, siendo estimable el deseo de Ghemawat de que, entre todos, hagamos que el mayor fenómeno económico de nuestro tiempo siga su curso, de manera ordenada y en beneficio de los distintos agentes económicos involucrados, viva la utopía, quizá resulta más relevante la identificación que hace del estado de la cuestión. Sus cifras sirven para desmitificar buena parte de la fanfarria colectiva y advierten de todo lo que está por venir si se hacen las cosas bien (y que, según los cálculos de la entidad británica, puede llevar a  multiplicar por cinco el PIB mundial… ¡en dos décadas! Si Malthus levantara la cabeza…).

Como señala Schumpeter, la estadística contenida en el libro prueba que, en el mejor de los casos, estamos en un momento de semi-globalización. Miren, si no, la enumeración que recoge:

  1. ¿Integración? Sólo el 2% de los estudiantes lo son fuera de sus países de origen; sólo el 3% de los ciudadanos del planeta viven en el extranjero; sólo el 7% de la producción mundial de arroz se negocia internacionalmente; sólo el 7% de los directivos del S&P son extranjeros y apenas el 1% del espectro empresarial estadounidense tiene presencia internacional. Aunque las exportaciones suponen ya el 20% del PIB mundial, las vías de transporte están restringidas por la acción de los cárteles o los acuerdos entre estados.
  2. Mandan los lazos de proximidad, lingüísticos y culturales. Las relaciones comerciales son un 42% superiores entre naciones que comparten la misma lengua que entre los que no; un 47% mayores si pertenecen a un cuerpo comercial supranacional; un 114% más si hay de por medio una moneda común y un 188% por encima si lo que existe es un pasado colonial común. Categorías todas ellas no excluyentes, por cierto.
  3. Respecto a los flujos de capital, la inversión foránea en las economías domésticas (FDI) supone el 9% del total; menos del 20% de los fondos del capital riesgo se invierten en países distintos de aquel en que se gestionan; la proporción de propiedad extranjera de valores cotizados en bolsa es similar, alrededor del 20%; y, ojo, menos del 20% del tráfico mundial de internet cruza fronteras (¿De verdad?, sorprende, aunque si metemos a emergentes…).

Queda, por tanto, casi todo por hacer. Otros mitos que se encarga de desmontar el profesor de la escuela de negocios española son: la concentración del poder mundial en manos de un selecto grupo de compañías en los principales sectores productivos mundiales (aunque intuitivamente es difícil de negar la sensación oligopolística que rodea muchos negocios, especialmente los ligados a las materias primas) o esa homogeneización internacional de gustos que la experiencia se encarga diariamente de desmontar, como prueba la adaptación local de franquicias globales como Coca Cola, McDonalds o la propia cadena musical MTV.

Interesante, ¿no? Habrá que apuntárselo como lectura veraniega obligada, que el estío está ahí, a la vuelta de la esquina. Qué ganas...

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Hay que leer The Economist. Cada semana, todas las semanas. Es la revista. Cualquier interesado en política, economía, sociedad y hasta ciencia y tecnología debería acudir cada siete días a mamar del seno de sus informaciones. Su versatilidad para abordar indistintamente análisis de rabiosa actualidad y cuestiones tendenciales es envidiable. El carácter editorializante de sus textos, carentes de firma, una apuesta solvente del todo frente al uno. Siempre encuentro en ella algo. Incluso referencias desconocidas a situaciones o publicaciones que, por proximidad, deberían ser cercanas a un servidor.

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