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Primera mentira de Rajoy, un decepcionante gobierno de servidumbres
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Alberto Artero

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Primera mentira de Rajoy, un decepcionante gobierno de servidumbres

Trece han sido, trece, los ministros designados por Mariano Rajoy para que le acompañen en su primera legislatura. Elegidos para la gloria o para la tumba,

Trece han sido, trece, los ministros designados por Mariano Rajoy para que le acompañen en su primera legislatura. Elegidos para la gloria o para la tumba, tal es el grado de incertidumbre que rodea la situación española, europea y mundial. Un compendio de nombres conocidos, en su gran mayoría, en el que abundan políticos de carrera y se echan de menos independientes. Selección que pone fin a la enfermiza obsesión de Zapatero por la paridad, cuatro de trece. Los experimentos, ha debido pensar, con gaseosa. O no, depende de las circunstancias. Y éstas invitaban a algo más de atrevimiento. Por el contrario, el gallego ha hecho de su previsibilidad marca de la casa y se ha apartado muy poco de los criterios usados por otros presidentes en el pasado para conformar sus gobiernos, fidelidad y reparto regional; impuesto o voluntario, tanto da. Una decepción importante tras las múltiples especulaciones de los últimos meses. No muy lejos de la sorpresa, por defecto, que causó en el debate de investidura. Mal empezamos.

Algunos nombres se daban por descontados, si bien no se puede negar, aun en ellos, la capacidad del presidente para desconcertar a propios y extraños. Ha ocurrido, por ejemplo con Ana Pastor y su curioso aterrizaje en Fomento. Pese a su fama de trabajadora y competente, es fácil interpretar el nombramiento en clave conciudadana, al ser el AVE a Galicia la mayor obra iniciada que queda pendiente en España. El aterrizaje de Ana Mato en Sanidad, ministerio vacío de competencias, es un premio a su trabajo en el seno del partido en los últimos años, capaz como ha sido de superar los problemas asociados a su ex marido, Jesús Sepúlveda, ex alcalde del Pozuelo de Alarcón de la Gurtel. Esperemos que no le sigan persiguiendo. La vuelta de Arias Cañete a Agricultura supone apostar sobre seguro y la ratificación de Soraya, yermo relevo generacional, como única Vicepresidenta y Cristóbal Montoro al frente de Hacienda y Administraciones Públicas un gesto de correspondencia a la lealtad de dos de sus peones más preparados.

Sin embargo, y de nuevo surge la sorpresa, es extraña la degradación de Economía a cartera del montón frente a los rumores que anticipaban una vicepresidencia con competencias ahora repartidas entre cuatro ministerios, si incluimos Empleo y Seguridad Social con la andaluza Fátima Bañez al frente, e Industria, Comercio y Turismo cuyo titular será el canario José Manuel Soria. Inteligentemente Rajoy establece una correlación entre procedencia geográfica y problema regional principal, paro y visitantes foráneos, en estas dos materias. Pero incurre en un error de bulto con esta fragmentación, que está en el origen de buena parte de los errores mediáticos sobre el número de miembros del Gobierno. Multiplicar el número de interlocutores en esta materia, en un momento en el que la unidad de mensaje es clave, parece un error de bulto. Esperemos que haya una portavocía única en sus líneas de pensamiento porque, si no, el caos puede esperar a la vuelta de la esquina. Tendrá que explicar bien el porqué de esta decisión. Sorprende la llegada de De Guindos, no por su preparación, más que suficiente, sino por ser esclavo de un pasado pleno de declaraciones extemporáneas, en las que fijaba un escenario catastrofista que ahora le toca lidiar, y marcado por su coincidencia temporal con la quiebra de Lehman Bros. cuya delegación española presidía cuando sucedió.

Ha perdonado al catalán Jorge Fernández Díaz su ansiedad por ser Presidente del Congreso y le ha designado para Interior, una cartera de menor peso político que en otras legislaturas pese a tener el encargo de liquidar definitivamente a la banda terrorista ETA. Que sea un político procedente de una de las llamadas nacionalidades históricas al que se encomiende esta tarea lleva el sello Rajoy. La modernización y desbloqueo de la Justicia se deja en manos de Gallardón, a la sazón fiscal en excedencia. Está por ver su eficacia como gestor en un entorno de restricciones presupuestarias como las actuales. Le van bien los grandes retos, como ha quedado demostrado en la capital. Y su encaje natural era, descartada defensa, aquí, en interior o en una unión de ambas competencias similar a la que ya se vio en el pasado. Su individualización y entrega a un peso pesado como el aun alcalde, pone de manifiesto que Rajoy la tiene entre sus prioridades. Cuota de sorpresas triple, de la mano del “independiente” José Ignacio Wert, al frente de Educación, Cultura y Deporte, hombre destinado a tender puentes rotos con la intelectualidad y los medios de comunicación; de José Manuel García Margallo, el eurodiputado del PP experto en Comunidades Europeas formado inicialmente en el País Vasco, al que se le asigna una cartera de Exteriores que tiene un trabajo por delante que va mucho más allá del entorno más inmediato, ¿error de apreciación?;  y de Pedro Morenés, que aún mantiene boquiabierto al sector de la seguridad por su decisión de incorporarse a una empresa privada de la industria con el bagaje de sus adjudicaciones públicas detrás. Uf.

En definitiva, en la valoración inicial del nuevo ejecutivo prima más la decepción y el desconcierto que la seguridad de que es el equipo que España necesita para sacar la nave nacional de la deriva en la que actualmente se encuentra. Sobra orientación política, falta unidad económica, escasea la independencia, no existe la tecnocracia, hay muchos esclavos de su pasado y poca, demasiada poca, juventud. Fátima y, sobre todo, Sáenz de Santamaría, que se convierte en el verdadero poder fáctico del nuevo ejecutivo, contrapunto a la parsimonia estructural del inquilino de Moncloa. Los cachorros del PP tendrán que esperar su oportunidad. Ese talento en el sector privado que alardeaba el gallego se encontraba a su disposición, también. Ha confiado su suerte a políticos profesionales, no al revés, demasiado acomodados como para esperar de ellos un cambio radical en el modo de gobernar. Una cosa es predicar y otra dar trigo y, de momento, de los cuatro pilares del Rajoy candidato -sé lo que tengo que hacer, lo voy a hacer, tengo la gente adecuada, aguantaré el pulso de la calle- el primero y el cuarto son un misterio pero los dos intermedios han empezado con regular pié. Aún la orientación política de la legislatura se puede arreglar pero, sin los mimbres adecuados, difícil será que sea capaz de fabricar un buen cesto. Ojalá me equivoque. Por el bien de todos.

Trece han sido, trece, los ministros designados por Mariano Rajoy para que le acompañen en su primera legislatura. Elegidos para la gloria o para la tumba, tal es el grado de incertidumbre que rodea la situación española, europea y mundial. Un compendio de nombres conocidos, en su gran mayoría, en el que abundan políticos de carrera y se echan de menos independientes. Selección que pone fin a la enfermiza obsesión de Zapatero por la paridad, cuatro de trece. Los experimentos, ha debido pensar, con gaseosa. O no, depende de las circunstancias. Y éstas invitaban a algo más de atrevimiento. Por el contrario, el gallego ha hecho de su previsibilidad marca de la casa y se ha apartado muy poco de los criterios usados por otros presidentes en el pasado para conformar sus gobiernos, fidelidad y reparto regional; impuesto o voluntario, tanto da. Una decepción importante tras las múltiples especulaciones de los últimos meses. No muy lejos de la sorpresa, por defecto, que causó en el debate de investidura. Mal empezamos.